Sólo lo común nos salvará a todos: política (honesta) frente al odio Jesús Maraña
Primero dices que un gobierno democrático es ilegítimo y luego asaltas el Congreso
Los matices no son nada, dependen de para qué se usen y qué traten de puntualizar o aquilatar. No todo es blanco o negro, se dice, existen también los tonos grises, pero eso que vale a la hora de mostrar respeto por la opinión ajena, los derechos de todos y la lucha contra el sectarismo, es inaceptable cuando se usa para ser equidistantes con los abusos o crímenes del tipo que sea y hechos en nombre de la ideología o el sistema político que sea. Hay gente que está contra unas dictaduras y contemporiza con otras, que se muestra a favor de la pena de muerte en unos países y se rasga las vestiduras cuando se aplica en otros. En España, el Partido Popular, que tiene el día entero en la boca a Venezuela –por cierto, una nación que ha pasado de ser el eje del mal a ser amiga de los Estados Unidos por obra y gracia del petróleo–, no sólo no condena el asalto a las instituciones de Brasil, sino que se muestra comprensivo con él por boca de su portavoz, cuyo mensaje oportunista y, sobre todo, ridículo fue decirle al presidente Sánchez: “Contigo, en España esto ahora es un simple desorden público.”
Claro que para ella, lo mismo que para su actual jefe, Núñez Feijóo –antes lo fue Casado, al que traicionó, ninguneó y sustituyó por el nuevo sin despeinarse, a rey muerto, rey puesto, y si cambia el que manda, cambian mis lealtades–, Pedro Sánchez no es el presidente, sino el presidente ilegítimo, así lo llaman la una y el otro, de forma reiterada y a coro con Díaz Ayuso, cuando no golpista, olvidándose de que sacó el doble de votos que ellos en las últimas elecciones y que ha sido capaz de llegar a acuerdos legítimos que ellos no pueden lograr porque no los quiere más que la ultraderecha. ¿Cómo resuelven el asunto? Igual, diciendo que los aliados del Gobierno tampoco son legítimos, tirando de ETA como si la echasen de menos y para ofender con ello a muchas familias de sus víctimas, que les afean que la utilicen de un modo tan vergonzoso, o de los independentistas catalanes, con los que ellos pactaron antes, lo hicieron con Bildu y el alcalde suyo que lo hizo en Vitoria los ponía como ejemplo de la lucha por la paz, y con quienes votan ahora: PP, Vox y el partido de Puigdemont han ido de la mano en casi todo aquello a lo que se han opuesto esta legislatura.
El problema del neoliberalismo es que genera personajes como Trump, Bolsonaro o Ayuso, gente a la que le da absolutamente igual el resto del mundo, que sólo está aquí para llevarse lo que pueda mientras pueda
El modelo de “Núñez, Díaz y Gamarra, empresa de derribos” es el de Trump y Bolsonaro, a los dos alabaron y a ninguno lo critican, y deja clara la secuencia: primero, se deslegitima el Gobierno salido de la voluntad popular y después se asaltan sus instituciones. Es la mentalidad de golpista de salón que tienen, tal vez sin poder evitarlo, quienes se sienten dueños del poder por la gracia de Dios, no creen que para ellos sea una aspiración sino un destino y, en el extremo menos romántico –desde su punto de vista– de su vocación de dominio, ponen sus convicciones y, sobre todo, sus intereses, por encima del sistema, al que combaten con uñas y dientes cuando no está en sus manos. Bloquear el poder judicial, como hace el PP desde hace cuatro años, saltándose con ello flagrantemente la Constitución con la que se llenan la boca, lo demuestra a las claras. O nuestro, o de nadie.
El problema del neoliberalismo, si queremos seguir llamándolo así porque algún nombre hay que ponerle al monstruo, sea Frankenstein o Drácula, es que genera personajes como Trump, Bolsonaro o Ayuso, gente a la que le da absolutamente igual el resto del mundo, que sólo está aquí para llevarse lo que pueda mientras pueda y que no cree en nada más que en los beneficios que pueda reportarle sostener la vara de mando, aunque no sea suya, aunque otros muevan la batuta, pero qué más da, a sacar tajada mientras dure el cargo y haya quien nos jalea, nos sigue, nos aúpa y nos echa un cable, que siguen funcionando, igual que los enchufes, en esta era inalámbrica: hay cosas que nunca cambian.
Y por si en las próximas elecciones vuelve a ganar la izquierda, aquí la derecha ya difunde por anticipado la misma tesis a la que recurrieron ayer Trump y hoy Bolsonaro: si no vencemos, es que ha habido un pucherazo. Es todo un puro despropósito, pero que encuentra eco en determinados sectores que prefieren –nada que objetar a que cada cual piense como quiera– otros signos y otras opciones, y entre las y los partidarios del todo vale, por las buenas o por las malas. Si no los hubiera, no existiría la ultraderecha. Y si existiese a pesar de todo, ningún partido que se llamase centrista y moderado se sentaría a comer con ella del mismo plato. Cuidado, que lo que primero se deslegitima, luego se asalta.
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