Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Que la guerra no nos sea indiferente
El próximo viernes 24 de febrero se cumplirá un año de la invasión de Ucrania por parte de Putin. Si en aquel momento me hubieran dicho que hoy estaría escribiendo un primer balance en plena contienda, no lo hubiera creído. Mantuve —como otros muchos analistas—que la guerra sería corta y que el ejército ruso se merendaría Ucrania en unas semanas. No ha sido así. Una demostración más de que en los tiempos de incertidumbre que vivimos los manuales apenas sirven porque las pautas que guiaban el pasado han dejado de ser útiles para el presente, y poco sabemos del futuro. La era de la incertidumbre es así. Unas líneas, con toda cautela, de lo que nos ha enseñado hasta ahora este año de guerra:
1.- La guerra sigue existiendo. Aunque los europeos nos hubiéramos olvidado de ella o la viéramos como algo lejano, propio de pueblos bárbaros y de países en vías de desarrollo, sigue siendo un instrumento poderoso. Tanto, que su mera amenaza es capaz de transformar sociedades. Lo cuenta Margaret MacMillan en su último libro, La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos (Taurus, 2021), en el que advierte de la necesidad de hacerla presente, estudiarla e intentar entenderla, como paso para prevenirla. No por obviarla va a dejar de existir; sólo el conocimiento puede ayudar a desterrarla.
2.- La geopolítica sigue dominando el mundo. También pensábamos que la geopolítica había quedado relegada, desde el fin de la Guerra Fría, a un lugar secundario; que ahora eran otras las grandes fuerzas que dominaban el mundo. Las tecnológicas, las financieras, los mercados de materias primas…. En efecto, todas estas -y otras- configuran tendencias nuevas, pero la geopolítica nunca ha perdido el poder de articular las relaciones en el planeta. De hecho, durante décadas en que España y Europa han ido abandonando sus políticas de cooperación al desarrollo y su presencia en el llamado Sur Global, Rusia y China han ocupado esos territorios financiando infraestructuras, plantando semillas transgénicas y vendiendo o regalando vacunas contra el covid. Hoy, fruto de la pandemia, de la emergencia como potencia de China, y del ataque a Ucrania, hay quien habla de desglobalización, de vuelta a un cierto proteccionismo o de una división del mundo en dos bloques con intensas relaciones internas en cada uno de ellos, pero sin conexión con el otro. En definitiva, de fragmentación, idea que presidió hace unas semanas la cumbre de Davos, Cooperación en un mundo fragmentado, cuyo Informe de riesgos globales merece la pena ojear.
3.- La guerra nos desnuda. La evolución de la contienda va haciendo emerger, día a día, verdades ocultas. Ni el ejército ruso es tan potente como se creía, ni las sociedades del norte de Europa tan profundamente pacifistas -ahí están Suecia y Finlandia pidiendo desesperadamente su adhesión a la OTAN-, ni Alemania tan sólida en su economía, ni Europa tan poderosa sin el gas barato ruso. La guerra nos puso frente al espejo y mostró las debilidades de una Europa dependiente de combustibles fósiles, que ha construido buena parte de su riqueza y bienestar gracias a ese gas barato ruso. Hoy, la factura es doble. Por un lado, la que contabiliza emisiones de CO2, calentamiento del planeta y pérdidas de millones de vidas debido al uso de dichos combustibles fósiles. Por otro, lo que ha supuesto la enorme dependencia de países como Rusia.
La guerra nos puso frente al espejo y mostró las debilidades de una Europa dependiente de combustibles fósiles, que ha construido buena parte de su riqueza y bienestar gracias a ese gas barato ruso
4.- La guerra nos empobrece a todos, pero a unos más que a otros. La guerra ha empobrecido a buena parte del planeta. A Ucrania, por supuesto; también a Rusia. Ha ralentizado la recuperación económica en Europa y ha hecho añicos a países del cuerno de África y de las partes del mundo más abandonadas. Sin embargo, los efectos no son comparables. Lo que en el Occidente desarrollado son unos puntos del PIB y discusiones sobre cómo afrontar la situación, en otras son hambrunas con millones de muertos. Por contra, Estados Unidos jamás ha vendido tanta energía a Europa. También sucia, por cierto.
5.- La lógica de la guerra es ascendente. Cada vez son necesarios más recursos, más armas, más batallas, más vidas humanas. Esta misma semana la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, llamaba a incrementar la producción de munición en Europa. ¿Hasta cuándo, hasta dónde?
6.- Occidente tiene enormes resortes para hacer frente a las adversidades. Si se repasan los análisis de hace unos meses, en la primavera de 2022, se puede comprobar cómo todos los caminos llevaban a una enorme recesión. Con la inflación rondando el 11% en el mes de junio, una crisis energética que hacía temblar los pilares de Europa y una enorme incertidumbre en el horizonte, todo apuntaba a una debacle económica. No ha sido así. La reacción de Europa en materia energética y las medidas de protección social en los estados miembros han evitado el desastre.
7.- El ideario pacifista ha sido barrido del mapa. Hace un año, cuando estalló la guerra, nos preguntábamos por qué no había grandes movilizaciones en España como las hubo en el caso de la guerra de Irak. Para empezar, no son comparables. En este caso, estamos ante una invasión de Putin; en aquél, ante un sinsentido de EEUU, Reino Unido y España. Por otro lado, a una parte de la izquierda, muchos de los que lideran las organizaciones que suelen convocar estas movilizaciones, les resulta incómodo movilizarse contra Rusia, y siguen entendiendo que todo lo que sea criticar a Rusia supone legitimar a la OTAN. Mientras tanto, el conjunto de la sociedad no percibe que haya una propuesta pacifista viable. Tanto, que en Alemania Los Verdes se han destapado como fervientes partidarios del envío de tanques a Ucrania y valedores de las acciones más militaristas, así como de mantener abiertas centrales nucleares y minas de carbón mientras se aclare el panorama energético. Pese a ello, las encuestas no detectan que vayan a ser penalizados por sus votantes. Ver para creer.
8.- En la guerra, como en la guerra. La lógica bélica lleva a adhesiones inquebrantables y lógicas binarias, contigo o contra tí. No hay matices ni dudas que puedan expresarse en voz alta, pese a sospechar, o incluso comprobar, que también “los tuyos” violan las inútiles reglas del enfrentamiento armado y cometen barbaridades.
9.- Todas las guerras acaban en una mesa de negociación. Aunque sea para delimitar los términos de la rendición o de un alto el fuego precario, todas las contiendas acaban alrededor de una conversación. La gran pregunta es ¿cuándo es el momento?. El pensador alemán Jurgen Habermas en esta tribuna dice que ha llegado la hora, aunque afirma que las posiciones de las dos partes son hoy por hoy antagónicas. Otros dicen que Putin no ha hecho un solo gesto que permita hacer creíble un posible acuerdo. Con la tribuna de Habermas, la gran pregunta que todos -también en Alemania- nos hacemos en privado salta a la conversación pública. ¿Cuándo será el momento de sentarse a negociar con Putin y en qué términos?
10.- La guerra empieza a sernos indiferente. Pasados los primeros momentos en los que abría telediarios y protagonizaba todos las informaciones, ha ido perdiendo presencia y atención mediática. Quienes siguen la evolución de las noticias más leídas lo saben bien. La preocupación ahora se centra en cómo puede afectar a nuestra economía. Esta semana veremos programas especiales y el horror de la guerra volverá a las conversaciones. La siguiente, estaremos a otra cosa. Al menos, pidamos (no a Dios, sino a quien pueda ayudarnos) que la guerra no nos sea indiferente.
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