Urge volver a València Pilar Portero
La guerra no es contra 'Sálvame', es contra Moncloa
“Aunque ya nos lo esperábamos, estamos desagradablemente sorprendidos, sobre todo por la manera de enterarnos. Con todo lo que les hemos dado”. Quien habla es una fuente cercana al programa Sálvame, que tras 14 años en antena deja de emitirse en las pantallas de Telecinco a mitad del próximo junio. Todos nos enteramos este pasado viernes, a través de las páginas del periódico El Mundo, de una forma muy similar a la que Paolo Vasile supo de su destitución como CEO de Mediaset el pasado octubre. Ambos acontecimientos están inexorablemente unidos. La entrada de una nueva directiva en el grupo de comunicación, en la que destacan las figuras de Borja Prado y Alessandro Salem, tuvo sentenciado al programa conducido por Jorge Javier Vázquez desde el minuto uno. Las razones no son televisivas, sino políticas y empresariales: hace falta tener prietas las filas para las próximas elecciones generales.
Sálvame no era la televisión que necesitábamos, pero sí la que merecíamos. Al menos así lo creyó la audiencia durante gran parte de los años en los que el programa marcó la parrilla de Telecinco, con un formato de producción de una alta rentabilidad. Asuntos del corazón en los que, progresivamente, ellos mismos creaban a los protagonistas de la representación. Colaboradores sin pelos en la lengua. Entretenimiento sin pretensiones que actualizaba el cotilleo, esa tradición de raigambre nacional, a un tiempo donde los mensajes de móviles interrumpían la narración prometiéndonos un nuevo giro de guión imposible. Entre las piezas de enredo representadas en un corral de comedias en el siglo XVI y Sálvame tan sólo mediaban focos y cinco siglos, pero el sustrato era el mismo: un espejo de miserias y pasiones humanas, de aquello que no queremos observar pero de lo que nos cuesta apartar la mirada.
“Cometimos errores serios, como el tema de Rociíto, que dividió demasiado a los espectadores. Que se dejaran arrebatar Pasapalabra por Antena 3 fue un golpe duro. Quien gana la tarde, gana el día”, me explica una persona cercana al espacio mientras, de fondo, se oye el piar de los pájaros y el ajetreo de una cafetería. Su voz, tranquila, una que ya ha librado unas cuantas batallas en el medio, se resiste a no dejar claro lo que, a su juicio, ha impulsado el abrupto final: “Hay un componente político. Jorge ha sido muy molesto para mucha gente. Lo de ‘rojos y maricones’ levantó muchas ampollas. Nos han puteado hasta quitarnos Sálvame. Prado no es Echevarría, Salem no es Vasile. Son gente cercana a Berlusconi”. Junto a estos dos directivos, también llegó como directora de comunicación Sandra Fernández, que venía de trabajar junto a Isabel Díaz Ayuso como directora general de Medios y, antes, como jefa de nacional de OkDiario. Mediaset expresó que quería una televisión más familiar e impuso un código ético para evitar que se hablara de política fuera de los espacios reservados para ello.
Paradójicamente, Fernández es bien conocedora del infotainment, la mezcla de política y entretenimiento, al haber sido directora de La Sexta Noche. También del mundo del corazón, al haber dirigido programas como Salsa Rosa. Hay algo que chirría en el súbito interés de Mediaset por blanquear sus pantallas. “Lo del código ético sólo estaba pensado para nosotros”, nos explica la fuente cercana a Sálvame. Este martes, Jorge Javier Vázquez, en plena emisión, cuelga un cartel de traspaso del estudio, no sin dificultades: “Tengo que encajarlo por la derecha, pero es que la derecha no se me da muy bien”. No son sólo los protagonistas directos los que desmontan la coartada. Los columnistas afines de la derecha cargan sin pudor contra la pieza una vez que está cautiva y desarmada. Ana Rosa Quintana, el otro gran puntal de la cadena, será su sustituta a partir de septiembre; declara en un podcast que “Jorge Javier es un tipo estupendo, con el que ideológicamente no comparto nada. Nos queremos. Pero es verdad que estamos muy lejos”. Al final, parece que la ubicación política sí importa en esta jugada estratégica.
Hay un componente político. Jorge ha sido muy molesto para mucha gente. Lo de ‘rojos y maricones’ levantó muchas ampollas. Nos han puteado hasta quitarnos Sálvame
Sálvame distaba mucho de ser un espacio guionizado por Antonio Gramsci. De hecho, la política apenas hacía acto de presencia entre sus contenidos. Sin embargo, que, esporádicamente, Vázquez haya hecho alguna declaración progresista en antena ha resultado un anatema para los nuevos directivos, que parecen conocer bien la capacidad de penetración de la ideología bajo el tamiz del entretenimiento. Un criterio al que se adapta perfectamente Quintana, cuyo espacio sí quedó fuera del nuevo código ético para permitirle despacharse en directo, cada día, desde una línea editorial abiertamente reaccionaria. Se trata de eliminar a alguien incómodo de la parrilla, pero sobre todo de despejarla para que la reina de las mañanas tenga también la tarde a su entera disposición. “Es la guinda que le faltaba por lograr”, nos dice la fuente cercana a Sálvame antes de despedirse.
Ana Rosa Quintana no es solo una derechista comprobada, como ella misma admite, sino una mujer cercana a esa parte del conservadurismo populista tan cercano a Isabel Díaz Ayuso, de quien ha recibido en contratos más de 11 millones de euros que ha devuelto en 15 amables entrevistas. La guinda, a la que se refiere la fuente de Sálvame, es el premio para una trayectoria que la presentadora ha marcado en toda esta legislatura contra el Gobierno progresista. Ahora no sólo controlará las mañanas a través de su productora, seguirá presentando la mesa política matutina además de extender sus tentáculos hasta la tarde. Todo esfuerzo es pequeño para evitar que en la Moncloa vuelvan a sentarse Pedro Sánchez y Yolanda Díaz los próximos cuatro años. Todo esfuerzo fue poco para evitar que esta coalición echara siquiera a andar.
El lunes 11 de mayo de 2020, España está saliendo de uno de los momentos más trágicos a los que se ha enfrentado en estas últimas décadas: la primera ola de la pandemia de coronavirus. Aquel día, sin embargo, ocurren tres hechos interesantes. El periodista Antonio Maestre anuncia que ha sido vetado en el programa de Ana Rosa por informar, unas semanas antes, del cierre de UCI por parte de Ayuso. La directora del programa parece no tener ya tiempo para fingir algún tipo de pluralidad en su espacio. Por contra, esa mañana declama un durísimo, pero interesante, editorial contra el Gobierno. El motivo es que ese lunes 11 de mayo ha comenzado la desescalada, la manera pautada para ir acabando con el confinamiento por etapas y alcanzar aquello que se llamó la nueva normalidad.
“A partir de hoy, en España, unos ciudadanos serán más libres que otros”, dice Quintana a cámara mientras que una inquietante música reafirma sus palabras: “A partir de ahora somos un país en el que hay dos clases de ciudadanos, compatriotas clasificados en unos números que no tenemos claros. Necesitamos una desescalada, también, hacia la verdad. ¿Quiénes son los expertos que deciden sobre nuestras vidas? Orwell describió en su novela 1984 una sociedad a la que se le racionaba la información, una sociedad controlada por unos guardianes desconocidos que practicaban la vigilancia de sus ciudadanos. No queremos que esta ficción se haga realidad. No podemos estar encerrados a perpetuidad, controlados por unos centinelas anónimos, porque debemos salir de este encierro domiciliario y recuperar de una vez nuestra libertad”.
La tarde de ese mismo lunes 11 de mayo comienzan las caceroladas en la calle Núñez de Balboa. Unos días después, OkDiario anuncia que se ha creado un “movimiento de resistencia democrática”. El 14 de mayo, Ayuso declara en la Asamblea de la Comunidad de Madrid: “Cuando la gente salga a la calle, lo de Nuñez de Balboa les va a parecer una broma”. En los antiguos golpes de Estado, el punto de inicio lo daba una marcha militar emitida por la radio, cuestión de conocer el siglo XX. En España, entre 2020 y 2023, se han cruzado demasiadas líneas rojas para derribar al Gobierno de coalición progresista, cuestión de saber mirar la actualidad al trasluz. Para colocar una guinda en un pastel, primero hay que colocar capa tras capa hasta que alcance la altura adecuada, cuestión básica de repostería.
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