El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
El altavoz de Vox contra Vinícius
Al señalamiento del racismo le pasa como hace no tanto al machismo. Nadie lo era, no existía y sólo se detectaba cuando era tan obvio como el salvaje ‘Puto mono’ que ha hecho estallar la olla social. Nadie era machista. Ni hombres, ni instituciones. Los datos eran producto del azar y el mero paso del tiempo los corregiría. Exactamente así funciona la ocultación del racismo. El caso Vinícius viene de un escenario de impunidad en el que nunca pasaba nada. Los ultras que han insultado a Vinícius son racistas. Pero la correa de transmisión que lo permite también lo es. El partido de marras del pasado domingo siguió. La Fiscalía de Valencia no vio delito en una de las diez denuncias porque los insultos duraron poco tiempo. Los que colgaron al maniquí con la camiseta del jugador el pasado enero han sido detenidos esta semana. Así que la pregunta no es si España es racista, es al revés. Si las instituciones no reaccionan con contundencia al racismo, ¿Cómo es posible mantener que no lo somos?
Estamos lejos de convivir y aceptar la diversidad en igualdad de condiciones. Lo vemos en nuestro entorno laboral, en las listas de los partidos, en los consejos de administración, en las altas instituciones... La falsa excusa es la misma que con las mujeres. ‘Ya llegarán’ las segundas o terceras generaciones. Pero la realidad es que si eres español o lo pareces, si eres rico y blanco, tienes más oportunidades y más seguridad que si no lo eres.
‘España es racista’ es una generalización que puede desviar el debate. Tiene un dolo profundo. Todas las encuestas de la UE, desde la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia a las genéricas, sitúan a España, Irlanda y Portugal como los países de mayor tolerancia a la diversidad. Así que oficialmente no lo somos, o no tanto.
La pregunta no es si España es racista, es al revés. Si las instituciones no reaccionan con contundencia al racismo, ¿Cómo es posible mantener que no lo somos?
Pero hay otro dato objetivo: la existencia de Vox. Un partido, el tercero en el Congreso, que discrimina el acceso al Estado de bienestar por origen, raza y sexo. Un partido islamófobo y racista que criminaliza a los menores extranjeros, que vincula el origen con la inseguridad, que persigue y amenaza a jóvenes manteros por la calle y hace campaña llenando marquesinas con apellidos árabes con el bulo de las ayudas al alquiler social. Un partido que amenazó con deportar al diputado Serigne Mbayé, con nacionalidad española desde hace años, que difunde el odio para conseguir votos.
Se va a dar la paradoja de reforzar los instrumentos legales contra el racismo mientras se mantiene con dinero público a un partido que lo difunde. Veremos sancionar a los ultras de las gradas, mientras Santiago Abascal suelta un “los enemigos de los españoles son los que asaltan nuestras fronteras” en tribuna parlamentaria. Y veremos multas por insultar a Vinícius por su color de piel, y a Vox impune de sanciones por difundir campañas eminentemente racistas.
Así que no deberíamos molestarnos porque nos llamen racistas, nos tiene que molestar serlo y no hacer todo lo posible para evitarlo. Tenemos un problema si nos molesta más la acusación del ‘España es racista’ que los insultos a Vinícius. Si nos molesta más el señalamiento que las causas que archivaron las denuncias. Y si no percibimos a nuestro alrededor la discriminación y la desigualdad hacia quienes no son blancos, ni ricos. Si la impunidad de Vox no nos interpela, tenemos un problema.
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