Lo que el 'Procés' nunca fue

Ningún observador podía llegar a creer que la polémica por la relación entre Junts y el PSOE se agotaría tras la firma del acuerdo que posibilitó la investidura de Pedro Sanchez. El propio documento lo dejaba entrever en su último punto, al afirmar que ambas partes tendrían que acordar “la estabilidad de la legislatura, sujeta a los avances y cumplimiento de los acuerdos que resulten de las negociaciones en los dos ámbitos permanentes señalados en el punto segundo.” A esto seguía el compromiso de celebrar reuniones periódicas, como la que han mantenido representantes del PSOE y Junts este fin de semana en Ginebra. Nada que no estuviera previsto, por tanto.

Aclarada la procedencia de esta reunión, conviene analizar su escenografía. Se trata de un encuentro en la simbólica ciudad de Ginebra, sede de los históricos convenios que conforman el núcleo duro del derecho internacional humanitario cuyo propósito es proteger a víctimas de conflictos armados. El objetivo de estas reuniones, según se desprende del acuerdo PSOE-Junts, es dar seguimiento a los pactos suscritos. Y aparece en ellas una figura relevante: un mediador, acompañante o verificador, que según se conoció hace unas horas es el diplomático salvadoreño Francisco Galindo Vélez, junto con la aparente participación, aunque sin aclarar su papel, de la Fundación Henry Dunant, que tiene como misión “prevenir y resolver conflictos armados mediante el diálogo, la mediación y la diplomacia discreta.” 

Que dos partidos negocien no es nada extraño, ocurre todos los días en lugares de lo más diverso, y siempre con la debida discreción. De la misma manera, recurrir a figuras como el arbitraje, la mediación o la verificación tampoco es algo raro. Se hace en situaciones de crisis matrimoniales, en litigios empresariales o en conflictos sociales de lo más diverso. 

Lo que llama la atención es que estas conversaciones, delicadas incluso para quienes saludan positivamente la Ley de Amnistía, se celebren bajo el más absoluto secretismo, contribuyendo así a generar una imagen propia de las negociaciones de paz que ponen fin a conflictos armados o convulsos procesos de descolonización.

Nadie puede negar la transcendencia política del 'Procés'. Pero tampoco vale que ahora se quiera superar aquel episodio dándole la categoría que nunca tuvo

Se hace, además, en la simbólica ciudad de Ginebra, reforzando más esa imagen. Hay quien alega que Puigdemont no puede entrar en España sin ser detenido, y es cierto, pero bien podrían reunirse en Bruselas, como han hecho en anteriores ocasiones. En su lugar, se elige la ciudad donde se producen grandes acuerdos de paz tras la Segunda Guerra Mundial en la neutral Suiza. 

Por si fuera poco, se decide reclamar ayuda de una tercera figura cuyo papel no acaba de ser bien identificado ni explicado, y que ha sido presentado mediante una nota escueta: “Ambos partidos acordaron proponer al diplomático salvadoreño Francisco Galindo Vélez (San Salvador, 1955) que coordine el mecanismo internacional que forma parte del acuerdo político. El embajador Galindo ha participado en la reunión de hoy, en la que ambos partidos le han agradecido su compromiso a poner a disposición de las partes su experiencia y su voluntad de contribuir a alcanzar la solución política y negociada al conflicto.” Según se puede leer en el comunicado conjunto que hicieron público PSOE y Junts el sábado por la noche, se pretende “que coordine el mecanismo internacional que forma parte del acuerdo político.” ¿Es un coordinador que convoca reuniones y redacta las actas, un mediador que intenta que las partes se pongan de acuerdo, un verificador que da fe de lo acordado y vigila su cumplimiento, un árbitro que escucha a las partes y propone soluciones? ¿Qué papel juega la Fundación Henry Dunant?

En la pirámide de la resolución de conflictos el primer estadio es “evitar”, seguido de “negociar”, “mediar”, “arbitrar”, “judicializar” e “imponer”. En este asunto se ha estado usando indistintamente la idea de mediación y verificación como si fueran equivalentes, y según lo comunicado se trata más bien de situar a un tercero que coordine la solución del conflicto. ¿Cuál es su razón de ser? De nuevo, hay que buscarla en la escenografía.

Dicha escenografía, a la medida de los intereses de Junts y su relato, busca elevar el Procés a la categoría de conflicto político similar al que se produjo durante los sangrientos y dolorosos años de ETA, los tiempos del IRA en Irlanda del Norte o los procesos de descolonización de los años Sesenta y Setenta del pasado siglo, cuando los movimientos de liberación armados de África o Asia suscribían con las respectivas metrópolis acuerdos destinados a lograr la paz mediante un proceso de autodeterminación.

Eso es lo que Junts desea contar a los suyos para sostener la supuesta categoría épica del Procés, pero está muy lejos de lo que el PSOE necesita explicar a una amplia diversidad de sensibilidades progresistas. Una cosa es reconocer que una parte importante de catalanes y catalanas quieren reformular su relación con el resto de España y otra hacer ver que la Declaración Unilateral de Independencia, por la que Puigdemont huyó de España, expresa la voluntad evidente y masiva de esos catalanes y catalanas que quieren encontrar una forma distinta de articular su presencia y relación con el Estado.

Todo lo referente a la amnistía y al proceso de reencuentro entre catalanes y entre éstos y el resto de españoles es tan importante que es imprescindible hacerlo bien. Mantener la discreción de las negociaciones no es aplicarles el cerrojo informativo y el más absoluto oscurantismo; ni mucho menos elevar el Procés a una categoría de conflicto que nunca fue tal. La Declaración Unilateral de Independencia, que duró apenas unos minutos, evidenció que aquello no pasaba de ser consecuencia de la incapacidad de las dos grandes fuerzas independentistas, Junts y Esquerra, de parar a tiempo su particular juego del gallina. Mirándose de reojo y pugnando por llegar más lejos que el otro, ambas formaciones pretendieron culminar su objetivo estratégico sin suficiente base social, sin poseer los recursos mínimos para alcanzar y sostener su efímera república y sin apoyos internacionales que hicieran creíble y factible aquella aventura. Sin épica ninguna. Y afortunadamente sin ningún parecido con otros episodios colmados de violencia y sangre.

Nadie puede negar la transcendencia política del Procés. Pero tampoco vale que ahora se quiera superar aquel episodio dándole la categoría que nunca tuvo.  

 

 

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