El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Feijóo o cómo alejarse del centro le hizo perder el norte
Llega el jefe de la ultraderechota machota a Buenos Aires a echarse unas risas con el nuevo presidente de Argentina, de quien no vamos a decir nada porque se describe solo y describe la herida de su país, que muy mal tiene que estar para haberlo elegido mayoritariamente a él, y resulta que a Abascal, siempre a la busca de un titular que le dé un segundo de gloria en las redes y sea bueno para el negocio, se le escapa que al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo tendría que colgar por los pies el pueblo español y que lo hará tarde o temprano. Una violencia verbal que seguramente no hará rasgarse las vestiduras a los mercaderes del templo, ni provocará comunicados de jueces, ni hará mover un dedo a ninguna fiscalía, pero que describe quién es el personaje, a qué ha venido y lo que estaría dispuesto a hacer para lograrlo. El día que salió del Parlamento para irse a la calle de Ferraz a echarle leña al fuego a quienes cantaban viva la Constitución y viva Franco, lo dejó muy claro, por si alguien dudaba de su compromiso democrático…. Me parto. El PP, al que él mismo llama “derechita cobarde” y sus subalternos “gallinero de gallinas ponedoras”, sigue siendo su aliado, su socio, su único amigo en el patio durante los recreos, ha hecho una condenita de andar por casa y sigue siendo su pareja de baile: los pisotones merecen la pena cuando la otra opción es quedarte compuesto y sin novio, sentado con cara larga al lado de la mesa de los refrescos.
La violencia verbal de la oposición, anunciada por el propio Feijóo como único plan conocido para esta legislatura —es decir, la estrategia de siempre que pierden: leña al mono, al enemigo ni agua, no a todo, que caiga España que ya la levantaremos nosotros—, tiene un problema: se les va de las manos, y todavía más con los compañeros de viaje que se han echado porque no había otros, nadie más quiere ir en su vagón, una realidad que acaba en aritmética y hace que no les den los números para llegar a La Moncloa; una soledad política que no asumen, perdidos en el laberinto de las disculpas, y que alguien a quien escuchen tendría que explicarles: su candidato no es presidente porque él no haya querido, sino porque no encuentran perrito que les ladre ni ingenuo que acepte la invitación de ir a su casa a cenar sapo verde. Absolutamente nadie, ni a izquierda ni a derecha, se quiere ahora mismo sentar a su mesa. La moderación la tienen congelada en la nevera, como quien guarda una botella de cava para una buena ocasión. El asunto es que a Feijóo ni le pega ni se le da bien andar a gritos y que con ese cambio ha roto, más que nada, su propia imagen de hombre calmado, que era la que vendía y que, todo hay que decirlo, se le compraba más al por mayor en el resto de España que en donde más le conocían, en Galicia.
La matraca de ahora es la amnistía, un asunto legítimamente controvertido y opinable que es un ejemplo del pragmatismo de Sánchez: necesitaba los escaños de Junts per Catalunya y ha ido a por ellos. ¿El PP no habría hecho lo mismo?
La matraca de ahora es la amnistía, un asunto legítimamente controvertido y opinable que es un ejemplo del pragmatismo de Sánchez, tal y como en el propio PSOE se ha reconocido: necesitaba los escaños de Junts per Catalunya y ha ido a por ellos. ¿El PP no habría hecho lo mismo? ¿Por qué el partido de la calle de Génova que se vendía y no se vendió —de eso se ha dejado de hablar en cuanto echaron a Casado, igual que no se ha vuelto a decir una palabra de violadores excarcelados o con su condena reducida en cuanto ha salido de su ministerio Irene Montero— casi suplicó una reunión con los de Puigdemont y, de hecho, la hubo, en secreto, pero, según ellos, no iban a hablar de las únicas dos cosas que le interesan al líder ahora independentista: la amnistía y una vaga referencia a un referéndum que no se hará pero que le vale para salvar la honra. ¿De qué quería hablar y habló entonces el enviado de Feijóo? ¿De baloncesto? ¿De las obras de la Sagrada Familia?
La imagen que da Núñez Feijóo es la de alguien que al alejarse del centro ha perdido el norte y con ese volantazo se ha salido de la carretera, está en un barro del que no sabe salir, sin copiloto que le diga “¡arranca Alberto, por Dios, arranca!”; y además no tiene el coraje o la destreza necesarios para librarse de las malas compañías de fuera y de dentro, esas que en la calle agitan la bandera y en casa le hacen la cama. Tiene toda la pinta de que terminarán por quitárselo de en medio igual que él hizo con Pablo Casado, y eso será otro agujero en el barco de los conservadores, que más bien parece una máquina de triturar líderes. Es lo que tienen las derrotas: que enfrentan a los perdedores entre ellos. Él no se dará cuenta: sigue creyendo que ganó y preguntando quién es ese señor alto que se sienta en su silla azul del Congreso de los Diputados.
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