Urge volver a València Pilar Portero
Abrir la caja de pandora de la nostalgia en Navidad
Me miró y no sabía que sería una de las últimas veces que lo haría de frente, con miedo, pero todavía como el padre que sabe de los rendidos ojos devotos de la hija que lo adora. Mis recuerdos son turbios a partir de entonces. El frío nublado de diciembre dio paso al viento esquivo que se esconde tras los rincones de mi anciano pueblo de adopción. No tenía ninguna promesa que cumplir. Ni imperecederas palabras que grabar. Me hubiera gustado acariciarlo.
La Navidad es para muchos sinónimo de alegría, de bullicio, de villancicos y compras gratificantes, de mesas a rebosar y de desplazamientos, en ocasiones hercúleos, que merecen la pena por el abrazo o el beso que aguarda en la llegada. Pero hay también a quienes estas fechas se les agarran a la garganta, personas que quedan fagocitadas por los huecos en las reuniones familiares, por la soledad que roe sin piedad, por la desesperanza entrelazada al desamor que destruye círculos en apariencia virtuosos. La nostalgia por tiempos pasados puede intensificar la tristeza en estas fechas, en teoría festivas, a partir incluso de un olor o un sonido. ¿Conviene abrir esa puerta?
Sé que mi madre me pidió que escribiera algo para ponerlo en su tumba. No lo llamó epitafio porque tal vez ni supiera de este nombre. Recuerdo su agua enrojecida. Es una preciosa mujer de ojos azules que se encogió hasta casi desaparecer. Lo hice. Escribí una frase ¡que no puedo recordar! Es cierto que ya hace años que él murió, pero ¿no creéis que debería acordarme de algo así?
Debemos respetar lo que cada cual sienta por las fiestas navideñas, más allá de la imagen estereotipada a la que nos puedan conducir productos sociales o culturales como anuncios, películas o series. No nos obliguemos a sentir lo que no sentimos
La llaga puede dejar de supurar y cicatrizar con el mero transcurso de la vida, si el foco de la tristeza es un duelo por la muerte de alguien querido, por ejemplo. En esos casos tal vez convenga hurgar en la herida, si se es capaz, para bucear en ella y reconocerla. Mirar fotos, vídeos, oír voces cálidas, reencontrarse con lo inmaterial para asumir. Relacionarse con el fantasma para vivirlo en la memoria. Pero no siempre anhelamos presencias, a veces ansiamos repetir situaciones o etapas que no volverán. Nunca. Y hay que avanzar.
Cuando te ruegan que digas algo sobre alguien, lo cual sucede a veces en momentos en los que el aludido no puede replicar tal vez por exceso de frío, la nada recorre tu cabeza.
Como otras emociones, la nostalgia puede tener un valor positivo o negativo en función de cómo la tratemos. Será lo segundo, si nos centramos sólo en la pérdida, en escarbar en el agujero interior, ignorando lo de fuera. Pero, por lo general habrá otras personas, amigos, vecinos o incluso animales, con los que compartir las experiencias que atesoramos y que, por tanto, forman parte de nosotros, de nuestra epidermis y nuestros alveolos, imprescindibles para que nos alcance el oxígeno que nos permita seguir caminando. Hay sensaciones, y esto es innegable, que se acentúan cuando nos juntamos y somos conscientes de los movimientos de las agujas del reloj y sus consecuencias, en nosotros y en quienes nos rodean. Por eso, debemos respetar lo que cada cual sienta por las fiestas navideñas, más allá de la imagen estereotipada a la que nos puedan conducir productos sociales o culturales como anuncios, películas o series. No nos obliguemos a sentir lo que no sentimos, no nos obstinemos en pensar que deberíamos tener otro dibujo vital, otra melodía funfunfun. No seamos pesados con quien no comparta nuestros rituales ni el espíritu cargado de esquirlas mágicas de la Navidad. Convivamos en paz. Sobre todo, en periodos en los que el futuro pareciera estar dejando de ser promesa para convertirse en amenaza.
Vuelvo a mi anciano pueblo y me doy cuenta de que el tiempo corre extraño… O será en todas partes… La esperanza encuentra la manera de volver, si uno la deja.
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