El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
QUÉ VEN MIS OJOS
El Gobierno llegará hasta donde retroceda Puigdemont
Ir de la mano puede ser otra forma de perseguirse, y viceversa. O pueden ser dos cosas a la vez contradictorias y compatibles, al menos en el ámbito de la política, ese mundo acomodaticio y de morales elásticas donde a menudo se forman alianzas poco naturales y hasta inverosímiles, seguramente porque es un terreno donde manda el pragmatismo y en el que París bien vale una misa, que es lo que dijo Enrique III de Navarra cuando dejó de ser protestante y se hizo católico para convertirse también en Enrique IV de Francia. Para que eso ocurra no hace falta ser un borbón, puedes ser el presidente del Partido Demócrata de los Estados Unidos y negociar con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, al mismo tiempo que ofreces una recompensa de quince millones de dólares a quien ayude a localizarlo y a detenerlo. El Departamento del Tesoro norteamericano “celebra la firma de un acuerdo de hoja de ruta electoral entre la Plataforma Unitaria y los representantes de Maduro y en consonancia, autoriza las transacciones relacionadas con el sector de petróleo y gas, y el sector del oro de Venezuela, así como la eliminación de la prohibición de comercio secundario.” Pues eso, que si no queremos comprarle muchos carburantes a la Rusia de Putin, abrimos otro mercado. No es tan inusual, aquí teníamos un presidente llamado José María Aznar que demonizaba a Chávez y un día lo acusaba de amordazar a la oposición y al siguiente se hacía una foto abrazado a él y sus ministros lo llamaban “gran amigo de España” cuando nos compraba armas y material antidisturbios con el que, básicamente, se reprimía a esa misma oposición.
En nuestro país, la legislatura será compleja porque lo ha sido la construcción de la mayoría que ha mantenido en el Gobierno al PSOE de Pedro Sánchez. Como todo, esto tiene su parte buena y su parte mala: por un lado, la experiencia nos ha demostrado que no es recomendable que haya mayorías absolutas, que vuelven absolutistas a quienes las ostentan, el famoso rodillo parlamentario; por el otro, también es cierto que cuantas más siglas, más cuesta arriba es todo; y que, dadas las particularidades de nuestro sistema, el litigio entre los intereses regionales y los nacionales es inevitable: yo vengo a defender lo mío, dicen las y los mandamases autonómicos, que viven del voto local. Para enrevesar aún más lo que ya es intrincado por naturaleza, todo se pone japonés cuando hay por medio un tema como el independentismo catalán, es decir, cuando alguien pide la luna y le ofrecen un telescopio, porque es imposible darle más. Un laberinto.
Pero la cuestión es que ese laberinto está hecho con los votos de las y los ciudadanos, por mucho que la derecha repita una y otra vez sus retahílas de la ilegitimidad, la traición y el engaño, que son discursos profundamente irrespetuosos con la democracia y con quienes la ejercen libremente con sus sufragios: las personas que meten en una urna la papeleta de Junts per Catalunya o ERC saben perfectamente lo que están haciendo y que avalan con su apoyo a unos representantes que van a pedir lo que llevan pidiendo unos desde siempre y otros desde que Pujol les salió rana. Con esa gente se puede estar o no de acuerdo, y los resultados de las últimas consultas dejan muy claro que la mayoría de la sociedad catalana no lo está, pero lo que no se puede es negarles su derecho a pensar lo que quieran y a elegir una opción que no es ilegal ni nada parecido, como señalaba el propio Partido Popular cuando le lanzaba cantos de sirena al partido de Puigdemónt por si sonaba la flauta y propiciaba la investidura de su candidato Núñez Feijóo: una formación indudablemente legítima, decían entonces que era. Madrid bien vale una amnistía, como valió todas las concesiones que la formación de la calle de Génova les hizo a los nacionalistas cada vez que los necesitaban para llegar a La Moncloa.
Con esa gente se puede estar o no de acuerdo, y los resultados de las últimas consultas dejan claro que la mayoría de los catalanes no lo está, pero lo que no se puede es negarles su derecho a pensar lo que quieran y a elegir una opción que no es ilegal
Ahora llega el inicio de la legislatura y las primeras medidas sociales del Gobierno de coalición encontrarán vallas en la pista, sin duda, porque aquí no hay cien metros lisos que valgan, todo son carreras de obstáculos. Y eso pondrá a prueba muchas cosas, desde la capacidad negociadora del Ejecutivo hasta los límites de sus interlocutores, que deberán decidir si secundan o derriban medidas como la subida de las pensiones con el IPC, el mantenimiento del transporte público gratuito y del IVA reducido en alimentos básicos y energía o el uso de diez millones de euros provenientes de la Unión Europea que ojalá se destinen hasta la última moneda a eso; pero que también son conscientes del fuerte rechazo que, a día de hoy, tiene el perdón a los implicados en el procés y que darle su bendición les puede pasar factura. La pelota, eso sí, está en el tejado del independentismo, que tiene mucho que perder si pierden la partida quienes les han proporcionado una escapatoria de la ratonera en la que ellos se habían metido. Finalmente queda un detalle, también complejo: ¿hasta dónde puede retroceder, después de haber ido tan lejos, alguien como Puigdemont, al menos de cara a sus propios partidarios? Esa es la clave. Esa es la llave. Este Gobierno llegará hasta donde quiera retroceder Puigdemont. La ventaja es que él ya sabe a dónde iba a dar la carretera que tomó la otra vez, y no parece que le fuese a gustar emprender de nuevo esa travesía a ninguna parte.
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