El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Negarse a la equidistancia
Siempre es peligroso que la vida se convierta en un monólogo. Así se pudren las aguas más envenenadas del yo. Para evitar que las envidias, las impotencias y las obsesiones pierdan el sentido del pudor, más que monologar con el veneno interior, conviene mantener una conversación con la propia conciencia. Hablar con la persona que va junto a nosotros, escuchando la cara y la cruz de las cosas, es mucho más aconsejable que monologar hasta caer en el ridículo. Mi admiración por Luis Cernuda se debe a su poesía, pero también a que una personalidad tan difícil como la suya supo mantener la dignidad hasta el final de su vida. El recuerdo de sus poemas y su dignidad me acompaña estos días que vivo en México y con México, país en el que murió exiliado en 1963.
Como recordó en Historial de un libro, durante la Guerra Civil vio enfrentadas la sempiterna reacción española, partidaria siempre de la intolerancia, la superstición y la ignorancia, y una España joven, cuya oportunidad parecía llegada. Pero lo que llegó fue la victoria de “los caínes sempiternos” que se habían levantado en armas en 1936 contra la democracia española. La denuncia de las tramposas equidistancias tiene más valor cuando se da en la obra de Cernuda. Junto a la agresión del franquismo, tuvo que soportar algunas ofensas del bando republicano y muchas dudas sobre el protagonismo de los comunistas, de los que se distanció después de haber colaborado en la revista Octubre, haber firmado varios manifiestos en Mundo obrero y haberse integrado con Alberti en la Alianza de Intelectuales Antifascistas.
Las diferencias entre un médico y un curandero a la hora de hacer un diagnóstico se dan también entre un historiador y un opinador de pacotilla cuando se hace memoria
Durante la guerra hubo indignidades en los dos bandos. Las presiones de Wenceslao Roces, por ejemplo, hicieron que Cernuda tuviera que suprimir una estrofa en su poema de homenaje a Lorca, cuando se publicó en Hora de España. No fueron bien vistas sus simpatías homosexuales. Por haber sufrido ese tipo de ofensas tiene mucho valor que Luis Cernuda se negara siempre a la equidistancia y denunciase la barbarie de la España reaccionaria que había dado el golpe militar, responsable fundamental de la catástrofe, y “estúpida y cruel como su fiesta de los toros”. El verso citado pertenece a Díptico español, un poema de Desolación de la quimera (1962), dedicado a la España obscena y deprimente regentada por la canalla franquista.
Poco antes de morir escribió también 1936, un poema en el que quiso cantar la memoria de un soldado de la Brigada Lincoln que se había jugado la vida al luchar, fuera de su país, por una causa justa, una causa que Cernuda, y así lo dejó escrito, seguía considerando noble, aunque algunos hubiesen traicionado por egoísmo la dignidad de sus banderas. “Gracias, compañero, gracias por el ejemplo”, escribió Cernuda, un poeta muy poco dado a utilizar la palabra compañero.
Cernuda mantuvo la dignidad ante las ofensas porque hablaba con su propia conciencia, y eso le ayudó a no perder el sentido de la vergüenza. Las diferencias entre un médico y un curandero a la hora de hacer un diagnóstico se dan también entre un historiador y un opinador de pacotilla cuando se hace memoria, o entre alguien que dialoga consigo mismo y alguien ya abandonado al monólogo de su propia degradación. La sempiterna prensa reaccionaria está llenando ahora sus páginas de curanderos, muy resabiados además porque no son bien acogidos en otros lugares más apetecibles. Cernuda tuvo que soportar las salidas de tono de algún antiguo conocido. Y no dio nombres, ¿para qué? Pero sí dio una Respuesta:
Lo cretino, en ti,
No excluye lo ruin.
Lo ruin, en tu sino,
No excluye lo cretino.
Así que eres, en fin,
Tan cretino como ruin.
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