Sergio Ramírez Luis García Montero
Nacho Cano y la conspiración
En los 45 minutos de duración de la rueda de prensa estuvo todo. El talentoso artista y patriota de un país lleno de "inmigrantes ilegales por un tubo que viven del dinero de todos… no nosotros, que aquí no hay subvención ni hay nada…". Estaba el hombre amenazado: "Si me encuentran muerto en la cuneta ya saben quién ha sido". Se entiende que de ocurrir el luctuoso suceso, habría que culpar a la "Policía criminal".
Comparecía la víctima de un sistema que al día siguiente la presidenta de la Comunidad de Madrid calificaría de "estalinista". El chivo expiatorio de una persecución política por ser amigo de Ayuso. Ya han ido a por el padre, a por el hermano y a por la pareja, de modo que ahora solo queda él, que tal es el nivel de familiaridad entre el músico y la presidenta.
Está el empresario ejemplar, rodeado de sus becarias y becarios bailarines y cantantes que se quedan de pie tras su brillante profesor, voluntariamente, como haría cualquier aprendiz por deferencia hacia su preceptor. Tienen todo en orden… Bueno, en realidad, están pendientes de los permisos, pero es que la administración está saturada y aún no han procesado la documentación. Y también que hay una "trabajadora conflictiva" que le ha denunciado y una inspectora de Trabajo que fue a ver qué pasaba al lugar de formación. Las chicas y los chicos entraron desde México como turistas y se pusieron a hacer prácticas (lo que pasa es que las prácticas eran sobre el escenario) en su show Malinche, según hemos sabido. Parece que luego también extendían la jornada de prácticas, sin límite de horarios, porque el talento exige sacrificio, en la fiesta posterior. La inspección dirá.
Hablaba enfadado "el único artista que se atreve a no decir ‘soy comunista’ porque no soy idiota". Víctima de un intento de desviar la atención para no hablar de la esposa del presidente del Gobierno. Con la concurrencia de la Cadena Ser y de El País, "curiosamente".
Ese victimismo que caracteriza a estos neolibertarios antisistema –en general pudientes– que se rebelan contra una burocracia que consideran opresora. Esa arrogancia de quien se cree el más listo y valiente. Ese paternalismo del patrón amantísimo con sus empleados, generoso sin mácula, generador de arte y de empleo pese a los obstáculos
Que un individuo como Nacho Cano se pusiera a despotricar contra la Policía y a degradar a su propio país, como un Rafael Amargo en versión pijipi, no tiene mayor relevancia. Defenderá su gestión y el juez dirá. Y a otra cosa. Tampoco parece que Malinche sea un espectáculo para salvaguardar como patrimonio inmaterial de la Humanidad.
Lo que sí es grave de esa rueda de prensa absurda es lo que refleja como fenómeno general y peculiar de nuestro tiempo. Ese victimismo que caracteriza a estos neolibertarios antisistema –en general pudientes– que se rebelan contra una burocracia que consideran opresora. Esa arrogancia de quien se cree el más listo y valiente. Ese paternalismo del patrón amantísimo con sus empleados, generoso sin mácula, generador de arte y de empleo pese a los obstáculos.
Aparece ante los atónitos ojos del espectador el hombrecillo, un súperhombre en la definición de Nietzche, que protesta por los procedimientos caducos y la burocracia asfixiante, y que se enfrenta a la persecución de los enemigos de la patria. En el encuentro con la prensa de Nacho Cano –valiente patrón, admirado maestro, víctima propiciatoria– se hace carne el espíritu neofascista universal. Eso sí: él no vota, no está en la política, su movida es otra. O eso dice.
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