'Predator Royale'

Estoy segura de que mi barrio no es excepción y que son muchos los que, lamentablemente, albergan polizones (free-riders en jerga económica) que se comportan incluso como depredadores. 

Depredador es aquel que depreda, y si no es de naturaleza animal, es el que saquea, el que “se apodera de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en algún sitio”. Y quien consiente y alienta al depredador, que es en esta triste historia un cooperador necesario, no sé muy bien cómo se denomina. 

Hoy comparto una situación que me resulta complicado relatar (y publicar) por cuatro motivos. El primero es que “la situación” se remonta a los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando yo aún no era vecina de Madrid, y de aquel entonces traslado lo que me han contado y he leído. El segundo es que la situación me afecta en lo personal y familiar, por lo que he procurado no destilar rencor y ser escrupulosamente objetiva; ceñirme a la descripción de los hechos, vaya. El tercero es que, con todas las injusticias que nos rodean, puede interpretarse como un tema extremadamente local e irrelevante. El cuarto y último es que resulta muy complicado describir y explicar una injusticia tan grande, cometida por instituciones en las que creemos y de las que, vistas de lejos, sin recrearnos en los detalles y entretelas, nos sentimos todos orgullosos. 

Pero he superado los motivos al leer la actividad cultural destinada a público infantil una tarde de principios de agosto con 37 grados a la sombra, y dónde está prevista su celebración.  

En el madrileño barrio de Pacífico, en el sur del ilustre distrito de Retiro se hallan, junto con otras maravillas de nuestro patrimonio inaccesible, lo que fueron los antiguos cuarteles de artillería Daoíz y Velarde que hoy son, gracias al activismo incansable de las vecinas y vecinos reunidos bajo la demanda Los cuarteles para el barrio, varios equipamientos públicos al servicio de la ciudadanía. Hoy los cuarteles son un polideportivo municipal (ahora de mediocre gestión privada) que fue hospital de campaña el fatídico 11M, una escuela municipal de música, la sede de la Junta de Distrito y el centro sociocultural Clara Campoamor. Todos estos rodean una plaza que hasta hace unos días era refugio climático hasta que, en lugar de invertir en su adaptación para ese uso vital, se optó por la clausura de la “fuente de los chorros”, donde las familias sin piscina privada y sin salón de té se refresca(ba)n en las olas de calor, y que habréis visto en algún telediario. Aprovecho para recordar que en Retiro, con 120.000 habitantes, no hay piscina municipal. 

Completa ese espacio el durante años prometido y entre todos y todas sufragado, porque es municipal, Centro Cultural Daoíz y Velarde, también conocido como La Nave de Daoíz, un tesoro de 7.000 metros cuadrados. Necesitó casi quince millones de euros y más de una década de rehabilitación y puesta a punto para el uso y disfrute cultural de gentes de toda edad y condición, y consiguió estar abierta y parcialmente funcionando durante cuatro años albergando incluso un espacio de ocio adolescente que era la envidia de infantes y adultos.   

Reclamamos que en La Nave cabemos todas y que por supuesto que queremos teatro, pero no todo el rato

Tras su abrupto cierre en septiembre de 2019 por unas supuestas goteras, en enero de 2023 el centro cultural se esfumó para convertirse por un periodo de hasta ocho años y los que se tercien –que para algo están los amigos– en una sucursal del Teatro Real, más concretamente la sede de El Real Junior, que sigue cerrado casi todo el rato salvo una o ninguna función a la semana, a razón de 15 euros por cabeza; salvo su uso comercial para eventos exclusivos y excluyentes, grabaciones de anuncios y festejos VIP a puerta cerrada; y por supuesto, cerrado íntegramente en agosto en lugar de ejercer de refugio climático. 

El acuerdo o convenio o pacto por el que el Ayuntamiento de Madrid –a través de su medio propio Madrid Destino– regaló La Nave a la Fundación del Teatro Real, dicta que el Ayuntamiento, o sea, todo ciudadano de la Villa de Madrid, correrá con los gastos corrientes, con el mantenimiento del edificio y, si se lo pide, con las obras para un food court (zona de restauración). A cambio, la Fundación Teatro Real recibirá absolutamente toda la recaudación de absolutamente todo: de la taquilla y de las actividades comerciales, culturales, educativas, eventos o patrocinios que se programen en La Nave, que para eso ahora es suya. Pero aún hay más. Si la taquilla no se da bien, pues no preocuparse que también hay reservada una ayudita adicional de hasta 1,5 millones de euros al año. 

Plataformas de las que formo parte y he sido portavoz, como @Subete_alaNave, denunciamos que se ha regalado La Nave, un equipamiento público que fue y debe volver a ser de todos, para un uso exclusivo, privativo, elitista y comercial del Teatro Real. Recordamos también que “cuando todo sea privado, seremos privados de todo”. Y reclamamos que en La Nave cabemos todas y que por supuesto que queremos teatro, pero no todo el rato.

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