Sergio Ramírez Luis García Montero
Carta a Cristina Fallarás (II): De denunciar en Instagram a condenar en Twitter
En las últimas horas hemos visto actitudes que nos tendrían que hacer reflexionar. Hemos pasado de criticar las publicaciones en Instagram de Cristina Fallarás y afirmar que no eran el medio más adecuado para denunciar agresiones sexuales, a ver cómo en Twitter, concretamente en la cuenta de Black Mirror, juzgan a Errejón y lo condenan. Mientras tanto los machistas y ultras se frotan las manos.
Esta cuenta (totalmente ficticia) pero con casi 467 mil seguidores, hace de jurado, juez y verdugo. “Las redes no son lugares donde dictaminar sentencia”, dice Galo Abrain, colaborador de El País y autor de un artículo donde hace referencia a este hecho. Y añade: “hacer de la rumorología una condena en firme es peliagudo. Yo diría que es repugnante”.
Por lo tanto, decíamos y decimos que los casos de agresión sexual deben denunciarse en comisaría. Hay que insistir en este punto.“El anonimato alienta la pederastia en internet, las estafas, favorece el insulto, la difamación, sirve para tirar la piedra y esconder el rostro, para los acosos machistas y para que proliferen robots que se hacen pasar por personas para favorecer intereses tenebrosos”, afirma el maestro de periodistas Alex Grijelmo en su libro La Perversión del Anonimato.
Por el contrario, las razones que nos dicen que las sentencias son sanadoras a nivel psicológico para las víctimas son reales. Se sienten amparadas, reconfortadas y reivindicadas ante una sociedad que a veces es cruel con ellas. Y de eso se trata, de apoyarlas y ayudarlas, frente a un texto en Instagram que dura segundos y no les reporta nada.
Fallarás insiste en que hacen comunidad, que solamente hace un archivo testimonial, que se apoyan y se sienten unidas, pero sinceramente, nosotras creemos que la sentencia hace que se olviden de los miedos, la ansiedad, el insomnio, trastornos de conducta alimentaria, estrés postraumático o vergüenza. Podemos afirmar que son un bálsamo para las víctimas. En un juzgado, la mujer presenta unas pruebas y el juez actuará interrogando a testigos. En las páginas anónimas no presenta nada. Fíjense en este ejemplo para las personas que no siguen el Instagram de C. Fallarás:
“Hola Cristina. Gracias por hacer lo que haces, por abrir esta ventana a todas las que hemos sufrido algún tipo de acoso. Hace 15 años yo trabajaba en el Grupo Godó , en la empresa de publicidad Publipress. En una fiesta, el director general me empezó a decir que follar es bueno, me empezó a tocar aparentemente sin intención, pero me violentó mucho. El que era mi jefe en ese momento vino a sacarme de aquella situación. Unos meses después en una comida de directivos…..” y ahí acaba el testimonio, en puntos suspensivos.
O este ejemplo:
“Año 2007. Ex director de marketing de Warner, área de cine en la oficina de Madrid. Aprovechaba las premiers cuando tenía dos copas para toquetear y hacer comentarios sexistas a las chicas en prácticas. No seguí trabajando allí porque me daba mucho asco y su mirada era repugnante. Un par de años después me lo encontré en un bar y me levantó la falda y me tocó el culo de una manera muy fuerte. Salí corriendo abrumada, me paralizó por completo, fue asqueroso”
En un juzgado, la mujer presenta unas pruebas y el juez actuará interrogando a testigos. En las páginas anónimas no presenta nada
¿Consideran que desde el anonimato se puede decir así lo que debería decirse ante una comisaría?
Aunque tendríamos que plantearnos ¿por qué ese miedo a la comisaría? Porque impone explicarle a un funcionario tus escenas íntimas, porque tienes pavor a que no te crean, porque no quieres que se entere tu familia o tu entorno, porque temes que te despidan del trabajo. En resumen, por miedo. “Es conocido que los obstáculos son muchos, escribe la politóloga Cristina Monge: miedo a no ser creída, presión social en contra, estigmatización, un sistema hostil. Tanto que según la Macroencuesta de Violencia contra la mujer, sólo el 8% de las mujeres que han sufrido violencia de género acuden a una comisaria a denunciar”.
Las denuncias anónimas no ayudan a distinguir lo que es delito de lo que no y puede ser un coladero de denuncias falsas. Por lo tanto, urge hacer una reflexión como sociedad de cómo hacer más fácil el paso definitivo. El que realmente vale.
Los relatos en Instagram no imparten justicia, desarrollan la venganza. Volvemos al escarnio, a la “Santa Inquisición” , como afirmábamos en la anterior carta. Las mujeres se desahogan, pero poco más, y lo que hace falta son sentencias con las que puedan recuperarse y superar el trauma. Sentencias en firme que sanen a la mujer y entonces sí, publicarlas como ejemplo a seguir.
Realmente no sabemos si Cristina Fallarás antes de publicar un relato en Instagram contrasta la información. Ella dice que sí. Pero no sabemos y ya no digamos Twitter con sus sentencias.
Pero insistimos: no es de recibo que una mujer que denuncia y va por vía legal tenga que esperar dos años para tener una resolución de divorcio y de convenio regulador, que no haya suficientes pulseras para agresores, que se retire antes de tiempo la orden de alejamiento, que todo hay que decirlo. Faltan medios económicos y seguramente personales, pero es la única forma de que profesionales impartan justicia.
Y ahí es donde queremos hablar del principio de proporcionalidad. No es lo mismo una violación, un secuestro con abusos, una agresión física con secuelas que un tocamiento de culo en una fiesta. Por mucho que se empeñen algunas personas, no es lo mismo.
Pero todo esto tú lo sabes, Cristina, por eso eres candidata al Premio de Comunicación y Derechos Humanos de la Asociación pro Derechos Humanos de España, en su 42 edición. Sabes que hay un principio de proporcionalidad en los delitos, una presunción de inocencia y un derecho a la defensa. Mientras tanto, muchos hombres, por supuesto machistas, y la extrema derecha se están frotando las manos. Un debate así es lo que les alimenta.
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