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Esto no va de sexo (respuesta a Víctor Lapuente)

En mi artículo “El contrato social se ha roto”, defendí la tesis de que el ascenso de Podemos se debe a la ruptura del “contrato social” que regula la vida política. A mi juicio, dicho contrato se ha quebrado porque durante estos años de crisis no se han respetado los principios básicos de justicia en el reparto de los sacrificios. Unos han perdido mucho más que otros. Se han puesto en práctica políticas contraproducentes y regresivas que han dejado al país en unos niveles intolerables de endeudamiento, paro, desigualdad y exclusión.

La situación actual, argumentaba, es consecuencia de que en España las élites hayan defendido la puesta en práctica de reformas impopulares, exigiendo a los políticos que no les temblara el pulso, que no tuvieran en cuenta la opinión ciudadana, que aplicaran el bisturí sin anestesia. En fin, que los gobiernos hicieran “lo que el país necesita” al margen de lo que quería la gente.

Al final de mi artículo apelaba a otro tipo de reformas, consensuadas con la ciudadanía, basadas en amplias coaliciones de apoyo, en las que se compense a los más vulnerables y a los más golpeados por la crisis. Habiendo terminado así el artículo, no acabo de entender cómo es posible que Víctor Lapuente, uno de los analistas más originales, interesantes y rigurosos de nuestro país, me atribuya en el segundo párrafo de su artículo de réplica la tesis de que yo estoy en contra de reformas profundas, incluso con anestesia. Se trata de una crítica improcedente, fruto de una lectura sesgada de mis palabras, pues yo no dije en ningún momento, como acabo de explicar, que España no necesite reformas. Más bien, afirmé que las que se han llevado a cabo han sido contraproducentes e injustas, y que se han hecho en contra de la opinión pública.

Para aclarar las cosas y no perder el tiempo en falsas polémicas, voy a expresar mis puntos de coincidencia: estoy de acuerdo con Víctor Lapuente en que el Estado de bienestar español es muy poco redistributivo, favoreciendo sobre todo a las clases medias. También estoy de acuerdo en que es preciso reformar en profundidad el funcionamiento del sector público, ineficiente y rígido, así como el sistema educativo, que está más orientado a la acumulación de conocimiento que al aprendizaje de habilidades intelectuales. Asimismo, creo que es difícil negar que el mercado de trabajo español es disfuncional, si bien me parece que ello se debe no sólo a sus instituciones y reglas, sino también al tipo de modelo productivo español, a la debilidad del tejido empresarial y a la baja cualificación del empresariado patrio.

Ahora bien, creo que, tanto por razones normativas (democráticas) como de eficiencia, esas reformas sólo funcionarán si cuentan con un respaldo mayoritario en la sociedad y si vienen acompañadas de otro tipo de reformas destinadas a introducir igualdad y justicia en la sociedad, lo que requiere acabar con la desahucios, la pobreza energética, la precariedad laboral extrema, los salarios indignos, el fraude fiscal, los privilegios de grandes empresas y grandes fortunas, la concentración de poder en el sector financiero, etc.

El problema es que muchos han visto en la crisis una oportunidad para hacer avanzar su particular programa reformista al margen de la ciudadanía. Con una sociedad en estado de shock shock y con las defensas muy bajas, se han recortado brutalmente las pensiones en el medio plazo, se ha desregulado el mercado de trabajo agravando aún más la precarización de los jóvenes, se han reducido salarios, sobre todo entre los trabajadores menos cualificados, se ha desmantelado el sistema de dependencia, se ha salvado a las entidades financieras pero se ha dejado caer a las familias sin recursos…

El enfoque reformista del establisment español ha sido tecnocrático (por no atender a las preferencias de los ciudadanos) y muy sesgado, sin prestar atención a los problemas desigualdad y exclusión social a los que me acabo de referir. Por eso mismo, no puede extrañar que haya surgido una fuerza política como Podemos que denuncia a las élites del sistema.

Cuando escribí mi artículo, lo hice pensando que, tras la encuesta del CIS, saldrían autores del establishment tratando de atribuir la subida de Podemos a la corrupción, olvidando el asunto de la distribución, la desigualdad y la injusticia. Por desgracia, no me equivoqué. En los periódicos en papel, la opinión dominante estos días ha sido que la corrupción (y no las políticas económicas y sociales) es lo que explica que Podemos salga con tanta fuerza en las encuestas. Sirvan como ejemplos los artículos de Juan Luis Cebrián en El País o Victoria Prego en El Mundo.

Son solo dos ejemplos de dos miembros destacados del establishment, pero bastante reveladores en cualquier caso acerca de la ceguera de las élites políticas, económicas e intelectuales de España. Lapuente cree que hablar de establishment promueve lo que él llama “mentalidad frentista ibérica”. El hecho mismo de utilizar el término “establishment” le parece que es reflejo de dicha mentalidad, a pesar de que el término (o sus equivalentes, “ruling class”, “power elite” o incluso “very serious people”) no suenen especialmente ibéricos. Puede que “establishment” sea un término algo ambiguo, pero desde luego lo es menos que “mentalidad frentista ibérica”, expresión original que Lapuente no define en ningún momento y que parece aludir a los indestructibles caracteres nacionales.

Creo que es importante aclarar este asunto del establishment. Evidentemente, supone una generalización, que en ocasiones puede ser abusiva o demasiado simplificadora. Sería más correcto, sin duda, hablar de “la inmensa mayoría de quienes componen el establishment”, pero no estoy seguro de que incluso haciéndolo así Lapuente quedara satisfecho. Donde él ve pluralismo y contraste de opiniones, yo tiendo a ver un bloque más bien monolítico, muy sesgado ideológicamente y bastante impermeable a las demandas y preocupaciones de la sociedad.

Claro que hay matices y diferencias y claro que los grandes grupos mediáticos de vez en cuando sacan algún artículo de alguien que lleva la contraria, pero no veo cómo puede cuestionarse que el grueso de los análisis y recomendaciones que emanan del establishment español tienen unos sesgos tecnocráticos y liberales muy pronunciados. El único ejemplo que pone Lapuente es de la austeridad: él cree que en el diario El País aparecen tantas críticas como defensas de la austeridad. Le animo a que relea lo que se publicaba en ese periódico en 2010 y 2011, desde los editoriales hasta los artículos del lobby FEDEA. A partir de 2012, cuando ya empieza a ser evidente que la combinación de austeridad y reformas estructurales no produce crecimiento, muchos, con la elegancia y el cinismo habituales, comienzan a tomar distancia con respecto a la austeridad, agarrándose a las reformas estructurales como tabla de salvación. Dado que ha cambiado la tendencia dominante, el ejemplo del debate sobre la austeridad no me parece especialmente clarificador.

Vayamos entonces a otro ejemplo, la cuestión del pago de la deuda. Sin irnos muy lejos, en Portugal hay en estos momentos un debate muy vivo sobre la restructuración de la deuda, con una plataforma de economistas y empresarios (entre los que se cuenta ex ministros de finanzas) que defienden la necesidad urgente de dicha restructuración (Manifesto dos 74). El nuevo secretario general de los socialistas, Antonio Costa, quiere llevar el asunto a un debate parlamentario. En nuestro país, nadie del establishment se atreve a hablar claro sobre este asunto, considerándose algo propio de “frikis” (tomo la expresión del gran Pedro Arriola), si bien en privado todos reconocen que España no será capaz de pagar su deuda.

Me da la impresión de que Lapuente no entra en el fondo del debate. En lugar de ello, se pierde en denuncias de “mantras”, actitudes y mentalidades. Yo aparezco en su artículo como un frentista, propalador de “mantras” (como el de que todo recorte es “malo”) y presa del “frentismo ibérico” ante gente como él (que suelen vivir fuera de España, dice), que adopta posiciones poco populares, libres de rigideces ideológicas, personas que son “machacadas” por su impureza, que son “bisexuales” políticamente y no sé cuántas otras cosas más. Todo eso a mí me resulta bastante superficial, pues de lo que tenemos que hablar no es de nosotros mismos, de si somos más abiertos o más cerrados, sino de por qué se han hecho las cosas tan mal como para llegar a la situación en la que se encuentra el país. Mi tesis es que el establishment español ha fallado estrepitosamente y tiene una responsabilidad enorme en la ruptura de nuestro contrato social (de ahí el ascenso de Podemos). Lapuente prefiere pensar que en realidad el establishment español es “bisexual”. Ojalá llevara razón.

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