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Muerte de una poeta notable: Julia Uceda

La escritora sevillana Julia Uceda.

Fernando Valls

Una de las últimas alegrías literarias de la vida de Julia Uceda (1925-2024), que ha muerto en Ferrol, en su casa del valle de Serrantes, a los 98 años, fue la publicación de su Poesía completa (2023) en la prestigiosa colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara. El libro se redondea con un buen prólogo de Jacobo Cortines y con la cuidada edición de Ignacio F. Garmendia. Y aunque se la conoce, sobre todo, como poeta, Julia Uceda cultivó también el ensayo y la prosa narrativa. 

Tanto en su vida como en su trayectoria literaria no faltaron las paradojas: siendo sevillana, del barrio de Santa Cruz, muy unida a su ciudad, recuerdo la ilusión que le hizo que, en el 2010, le pusieran su nombre a una biblioteca pública; y se pasó un buen puñado de años en los Estados Unidos (1965-1973), y luego en Irlanda (1974-1976), como profesora en el Dublin College. Tras su definitiva vuelta a España, vivió siempre en Ferrol, donde ha muerto. Llegó a Galicia porque a su marido, Rafael González Palacios, lo habían contratado para que pusiera al día la psiquiatría gallega, siendo destinado a la zona de Ferrol. En aquellos años de transición, Julia Uceda fue profesora en distintos institutos de bachillerato, como ya lo había sido en el Columela de Cádiz, antes de abandonar España. 

Se licenció en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, donde fue alumna de Francisco López Estrada, con quien hizo la tesis doctoral sobre José Luis Hidalgo, el malogrado autor de Los muertos (1944). Siendo profesora, tuvo como alumnos a Miguel García-Posada y a Jacobo Cortines, dos de los más lúcidos defensores de su poesía. 

En esos años sevillanos se relacionó con diversos grupos literarios, participando en tertulias y revistas de alcance local, como Aljibe o Rocío, y formando parte de una generación –la llamaron con escasa fortuna la generación del cincuenta y tantos– en la que también estaban Manuel Mantero, Aquilino Duque, José María Requena y Manuel García-Viñó. Y por esas mismas fechas, en 1958 y 1959, organizó homenajes a Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, dos de los grandes escritores del exilio republicano, no lo olvidemos y fijémonos en las fechas. 

Su trayectoria pública como escritora comienza en 1959, con la publicación de Mariposa en cenizas (1959), de título gongorino, que llevaba un prólogo de Manuel Mantero, a quien años después le conseguiría trabajo como profesor en una universidad americana. Durante su estancia en los Estados Unidos, donde ejerció como profesora, publicó los Poemas de Charry Lane (1968), y nada más regresar a España, Campanas en sansueña (1977), que García-Posada recomendaba como el mejor de sus libros, aunque por entonces nuestra poeta no había dado a conocer los tres últimos. El caso es que para él, Julia Uceda era una de las voces mayores de la lírica española del momento. En la Universidad de Michigan, a la que se incorporó en 1965, coincidió con Ramón J. Sender, una de sus más constantes devociones, el erudito Antonio Rodríguez Moñino, a quien el franquismo le hizo la vida imposible, y con el exiliado republicano, escritor y ensayista, Antonio Sánchez Barbudo, así como con visitantes ocasionales como Dionisio Ridruejo y José Luis L. Aranguren. El caso es que estos años americanos, me parece que fueron decisivos en su formación, en su apertura a otras lenguas y culturas.  

Entre sus distintos empeños, habría que recordar también su protagonismo en el Premio Esquío y en la correspondiente colección de libros, las cuales sufrieron diversos avatares entre 1981 y 2008, pero si hay una constante es la presencia en ellos de Julia Uceda, quien supo contar con jurados y ganadores que le dieron prestigio, tanto en castellano como en gallego. 

Además de los libros de 1968 y 1977, destacan los tres últimos que publicó: Zona desconocida (Vandalia, 2007), con prólogo de García-Posada, con el que consiguió el Premio de la Crítica; Hablando con un haya (Pre-textos, 2010), en referencia al árbol que había en el jardín de su casa de Serrantes, donde no faltaban los mirlos, y Escritos en la corteza de los árboles (Vandalia, 2013), el último publicado, no recopilatorio. Pero fue una antología del 2002, En el viento, hacia el mar (1959-2002), en edición de Sara Pujol, también en Vandalia, la que llamó la atención de los lectores y críticos sobre su obra; no en vano, obtuvo el Premio Nacional de Poesía con ella. Por la fecha de nacimiento de Julia Uceda y por la de la publicación de sus libros, debería haberse encuadrado en la denominada generación del 50, pero no fue incluida en las antologías más representaivas del grupo, quizá porque no compartió vivencias ni amistad, ni se apiñó con ellos al permanecer fuera de España durante los años en los que se consolidó la generación. 

Además de diversos reconocimientos institucionales, Julia Uceda obtuvo el Premio Nacional de Poesía (2003), el Premio de la Crítica (2008) y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2019), que concede el Ayuntamiento de Granada. Asimismo, sus versos han sido traducidos al inglés, italiano, alemán, portugués y chino, entre otras lenguas. Si bien no resulta cierto decir que su obra no ha sido reconocida, sí lo es que, en su momento, no lo fuera tanto como merecía. 

El caso es que no podemos dejar de preguntarnos si hubiera sido distinta su trayectoria literaria de haber ganado el Premio Adonais en 1961, con Extraña juventud, en vez del accésit que le correspondió el año en que se le concedió al poeta canario Luis Feria. Si se la hubiera leído con más atención, durante los 60 y primeros 70, de haber permanecido en España, de haber podido coincidir y haberse relacionado, compartiendo vivencias, con sus coetáneos. 

En mi consideración, más allá del invariable aprecio por su obra, fue buena amiga y, en cierta forma cómplice literaria, con la que intercambié correos y conversaciones telefónicas durante años. Coincidimos en la Asociación Española de Críticos Literarios, de la que nunca dejó de ser socia, así como en el jurado del Premio de la Crítica. En el último premio, fallado durante el abril pasado en Ferrol, la invitamos a participar, pero su salud no se lo permitió. Pero, además, en una colección que yo dirigía, en la editorial Menoscuarto, recogí un libro de cuentos, Luz sobre un friso (2008), que rehace casi por completo otro suyo anterior, titulado En elogio de la locura (1980).

La poesía de Julia Uceda empezó siendo existencial, sin perder nunca el componente social, crítico, pero como ha recordado Jacobo Cortines “es una explosión de vida, de indagación en aquello que parece ser lo natural y, sin embargo, es lo más misterioso. Esta cualidad interrogativa, escudriñadora, es inherente a su creación poética desde los comienzos”. Se trata de una poesía que cuestiona e indaga, donde tanto protagonismo adquieren los sueños, la ironía, lo inefable, la soledad (a la que llama Charlie en su libro de 1968), el saber observar las cosas con lucidez, la irracionalidad y un cierto hermetismo. No me cabe duda de que los buenos lectores, los amantes de la poesía, la seguirán leyendo y admirando.

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