Las lluvias de junio aportan humedad al bosque y dan una tregua tras dos años de grandes incendios
El verano de 2024 va camino de ser uno de los mejores del histórico reciente de incendios. En el último parte del Ministerio de Transición Ecológica, del 4 de agosto, se recogen 34.243 hectáreas quemadas en lo que va de año, un 45% menos que el área media quemada cada año en la última década (61.558 hectáreas). Se trata de un importante alivio tras dos años duros, especialmente el de 2022, cuando se quemaron casi 200.000 hectáreas de bosque. Las fuertes precipitaciones de hace dos meses son las responsables de esta mejoría, ya que el pasado junio fue uno de los más húmedos del histórico: llovió un 149% más de lo normal.
Los expertos consultados explican que estas precipitaciones fueron un aporte imprescindible de agua para la mayor parte de los bosques del país, que acumulan desde hace años una ingente cantidad de madera muerta fruto del abandono rural. "Esas lluvias fueron claves porque la humedad ha provocado que todo ese combustible no pueda arder tanto como para salirse fuera de la capacidad de extinción", explica Raúl Quílez, director de la Sociedad Valenciana de Gestión Integral de Servicios de Emergencia y experto en control de incendios. El problema es que ese combustible sigue ahí y sin labores de prevención podría arder en el próximo verano seco.
El pasado junio fue "muy húmedo" en la península, especialmente en Comunitat Valenciana, Extremadura y Castilla y León, donde llegó a caer más de tres veces el promedio de los últimos 30 años. Sin embargo, los archipiélagos y Andalucía no corrieron la misma suerte, y registraron unas precipitaciones por debajo del 50% respecto al histórico, con algunos puntos donde no llovió ni una sola gota. Por fortuna, todavía no se ha registrado por ahora ninguno de esos grandísimos incendios llamados de sexta generación que sembraron el caos en los últimos dos años, como el de Sierra de la Culebra (Zamora), Bejís (Castellón) o el de Tenerife.
Uno de los lugares donde no están teniendo un verano tranquilo es en Murcia, donde la sequía estructural y la escasez de lluvias tienen en alerta a los equipos de extinción. Manuel Páez, jefe del Servicio de Defensa Forestal de la Consejería de Medio Ambiente de Murcia, relata que allí la Confederación Hidrográfica ha decretado la situación de sequía y que en el monte se cuentan miles de pinos muertos por la falta de agua, lo que se traduce en combustible para el fuego. "Aunque el resto de la península está mejor, en Andalucía y Murcia no podemos decir lo mismo. Este año llevamos 100 conatos de incendio, cuando lo normal es tener entre 80 y 90 todo el año. También ha ardido ya la misma superficie que todo el año pasado, 60 hectáreas", afirma el experto.
La situación de calma relativa en España contrasta con la de Grecia, donde no llovió prácticamente ni una gota en todo el país, según los registros del servicio climático griego. Allí también llevan dos años de incendios casi de récord, pero a diferencia de España, también han sufrido en el verano de 2024 varios focos con condiciones extremas fruto del calor y el viento. El pasado domingo saltaron las alarmas cuando se originó un fuego a unos 50 kilómetros de Atenas, y las llamas corrieron como la pólvora hasta quedarse a las puertas de la capital griega, donde viven tres millones de personas.
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Raúl Quílez explica que allí se dieron las condiciones que otros años se han registrado en España, un cóctel que aviva las llamas y hace imposible extinguir el fuego con los medios convencionales. "Vi un vídeo de Grecia donde un helicóptero intentó a pagar el fuego apenas 20 minutos después de haberse iniciado, y ya era imposible hacerse con él", relata. "En Grecia se ha juntado este año una sequía extrema con vientos del norte de 70 u 80 kilómetros por hora, y encima cerca de núcleos urbanos", resume.
Precisamente este martes la revista Earth System Science Data, ha publicado un informe con el resumen de los incendios globales en 2022 y 2023, y concluye que los fuegos "se están volviendo más frecuentes e intensos" a medida que el cambio climático calienta el planeta y altera los ciclos de precipitaciones. Destacan, por ejemplo, que ahora hay incendios salvajes en zonas como la Amazonía o el norte de Canadá, donde las masas de bosque son tan grandes que un solo fuego puede generar tanta contaminación por CO₂ como un país entero. Entre marzo de 2023 y febrero de 2024, las emisiones globales ligadas a los incendios forestales fueron un 16 % superiores al promedio, con un total de 8.600 millones de toneladas de CO₂ –Estados Unidos emite 4.800 millones de toneladas de dióxido de carbono al año–.
Luis Berbiela, patrono de la Fundación Pau Costa y experto en incendios forestales, reclama que para mitigar el impacto del calentamiento global se elabore un plan nacional de prevención de incendios adaptado a las nuevas condiciones, centrado en la prevención de fuegos que reduzca la cantidad de madera en los bosques. "El trabajo de extinción es solo una respuesta a los incendios, pero la solución es la prevención. Necesitamos revertir el abandono rural y que se hagan políticas que promuevan las quemas frescas, el paisaje mosaico, la ganadería extensiva o incluso la promoción del comercio rural, para incentivar la vida en los pueblos", opina. Una de las propuestas de esta fundación, centrada en la prevención y gestión de incendios forestales, es destinar 1.000 millones al año a estas tareas. "Comparado con lo que nos gastamos en extinción, no es tanto dinero", apunta.