Trump compartirá el Despacho Oval con Musk
Es el otro gran ganador de las elecciones estadounidenses: la victoria de Donald Trump abre horizontes inesperados para Elon Musk. “Juego, set y partido”, escribió el propietario de X al anunciarse los resultados provisionales, colgando una imagen de su cohete en su red social con el comentario: “El futuro va a ser fantástico”.
El jefe de SpaceX, Starlink, Tesla y otros está ahora en órbita, en condiciones de reclamar, él también, el poder tecnológico, financiero y político ilimitado que codicia desde hace tiempo. “El verdadero vicepresidente”, denunciaba el bando demócrata durante la campaña. Sin mandato electoral pero al parecer con muchas prerrogativas futuras.
“Si Donald Trump pierde, estoy jodido”, bromeó Elon Musk en una entrevista con el ex presentador de Fox News Tucker Carlson. El multimillonario era abiertamente hostil al candidato republicano en 2016, pero desde hace más de un año ha dado un giro de 180 grados. Ha apoyado la candidatura de Donald Trump desde el principio, ha sido una presencia constante en la campaña, gastando y derrochando a manos llenas en apoyo de su defensor.
Como propietario de X, puso su red social a disposición del candidato republicano, para darle la mayor visibilidad y audiencia posibles. Ajustó sus algoritmos para retransmitir sin restricciones ni filtros sus mensajes y los favorables al Partido Republicano, así como informaciones falsas contra Kamala Harris y el partido demócrata.
Creó una organización política, America PAC, para apoyar a Donald Trump, lo que multiplicó sus donaciones. En las últimas semanas, no ha dudado en ofrecer un millón de dólares diarios a los votantes de Pensilvania que han declarado su apoyo al candidato republicano. Según las primeras estimaciones, Elon Musk ha gastado en total más de 130 millones de dólares (120 millones de euros), lo que le convierte en el principal donante de una campaña marcada por un despilfarro financiero sin precedentes.
Donald Trump considera tan decisivo el apoyo de Elon Musk que no dudó en dedicar largos minutos a dar las gracias al jefe de SpaceX durante el discurso en el que se proclamó vencedor. “Tenemos una nueva estrella: Elon. Es un tío increíble. Estuvo dos semanas en Filadelfia haciendo campaña por mí. ¿Han visto ese cohete? Tan brillante, tan rápido. Lo vi bajar, aterrizar, y pensé: sólo Elon puede hacer eso [... ] ¿Quién más puede hacerlo? ¿Rusia? No. ¿China? No. Por eso te quiero, Elon. Es un supergenio, tenemos que proteger a nuestros supergenios, no tenemos tantos”.
Un estatus aparte
Durante su campaña, Donald Trump ya había anunciado que, de ser elegido, Elon Musk tendría un estatus importante y especial en sus planes presidenciales: sería el encargado de auditar y controlar todo el gasto público.
El multimillonario ya tiene algunas ideas muy concretas al respecto: su ambición es liderar una contrarrevolución, no muy alejada del programa libertario extremista del presidente argentino Javier Milei. En su opinión, hay que reducir el Estado al mínimo suprimiendo los impuestos; dejar que el capital se desarrolle sin trabas suprimiendo leyes y autoridades de control; y suprimir o reducir al mínimo todas las redes de seguridad social (seguridad social, prestaciones, vales de comida) para erradicar el “socialismo”.
Además, el multimillonario, alimentado con dinero público desde sus inicios, pretende convertir en clientes a todas las agencias federales y ministerios. En 2023, nada menos que diecisiete de ellos firmaron contratos con sus empresas, por valor de más de 3.000 millones de dólares.
Pero Elon Musk quiere más: espera que todo el aparato estatal se ponga a su disposición. Empezando por el Pentágono y la NASA, que ya le han concedido contratos a largo plazo por valor de 15.000 millones de dólares.
En lo que respecta a la NASA, el acuerdo ya está casi cerrado: sus espectaculares avances en el espacio, por un lado, y los reveses de su competidor Boeing, por otro, le están abriendo todas las puertas. Sobre todo teniendo en cuenta que Boeing se está planteando abandonar su actividad espacial.
En última instancia, la ambición de Musk es ir aún más lejos e imponer su red de satélites Starlink como la red americana, reduciendo al mínimo, o incluso suprimiendo, todos los sistemas públicos utilizados en particular por Defensa, dejándolos al único poder del sector privado. En este caso, el suyo propio.
Algunas de sus empresas, Tesla en particular, han sido menos afortunadas que otras. El principal fabricante de coches eléctricos de Estados Unidos sólo recibió 350.000 dólares el año pasado. A otras, como Neuralink, que planea implantar microchips en cerebros humanos –para tratar casos de tetraplejia, de momento–, les han puesto trabas las agencias de investigación y sanidad, que han exigido una supervisión precisa de las actividades de la empresa.
Terminar con toda regulación y control
El multimillonario aboga por acabar con todo ese poder regulador y de control. En su punto de mira están la Securities and Exchange Commission (SEC), el organismo de vigilancia del mercado de valores, las autoridades antimonopolio y el Departamento de Justicia (DOJ), que lleva a cabo investigaciones financieras y lucha contra los delitos de cuello blanco.
Elon Musk está pendiente de una veintena de investigaciones y procedimientos judiciales. Ha sido llamado al orden en varias ocasiones por el organismo de control bursátil por sus mensajes en X sobre los resultados –entonces erróneos– de Tesla, que contribuyeron a hacer subir el precio de las acciones del fabricante de automóviles, del que es el mayor accionista.
También ha sido citado por los tribunales, a petición de la SEC, para que explique su adquisición de Twitter, ya que la SEC sospecha que ha incumplido la normativa bursátil. Hasta ahora, se ha negado a responder a la citación.
El anuncio del regreso de Trump fue recibido con una subida de las bolsas occidentales. A las 16.30 hora europea, el Dow Jones subía un 3,18% y el Nasdaq un 2,43%
Pero más allá de sus intereses personales, Elon Musk tiene toda la intención, por convicción, de librar una batalla contra todas las autoridades reguladoras bursátiles y financieras: como muchos de sus homólogos multimillonarios, pretende abogar ante Donald Trump, ya convencido de antemano, por el desmantelamiento de cualquier mecanismo que obstaculice el poder financiero.
La ley Dodd-Frank, introducida tras la crisis financiera de 2008 en un débil intento de controlar a los bancos, debe ser desmantelada lo antes posible porque restringe el mundo financiero y obstaculiza su rentabilidad. La supervisión y el control de los criptoactivos deben abolirse lo antes posible porque refrenan el desarrollo natural de este sector y de sus tecnologías, cuyo objetivo último debe ser fomentado: que el dinero –todo el dinero– escape del control de los Estados y circule por el mundo libre y sin fronteras del capitalismo privado.
Elon Musk sabe que será escuchado en estos temas. El anuncio del regreso de Trump fue recibido con una subida de las bolsas occidentales. A las 16.30 hora de Europa, el Dow Jones subía un 3,18% y el Nasdaq un 2,43%. Y durante la noche, el bitcoin batió un nuevo récord al superar los 75.000 dólares, con una subida superior al 9%.
Ambiciones políticas
Sería un error pensar que Elon Musk se contentará con utilizar su influencia y visión para defender sus propios intereses financieros y empresariales y los de su casta. Elon Musk lleva mucho tiempo codiciando la política. Ha podido medir su poder de influencia gracias a X, que le ha permitido dar sus primeros pasos en ella, incluso a escala internacional.
No dudó en intervenir directamente en el conflicto ucraniano, suspendiendo el acceso de las fuerzas ucranianas a su red de satélites Starlink y proponiendo luego un plan de alto el fuego muy cercano al de Vladimir Putin, con quien se reunió en varias ocasiones, según reveló The Wall Street Journal.
En el verano de 2024, se tomó la libertad de comentar los disturbios xenófobos en Gran Bretaña tras el asesinato de tres niñas con un comentario definitivo y criminalizador: “Es inevitable la guerra civil”. Esto provocó la ira del gobierno británico de Keir Starmer.
Pero la victoria de Donald Trump parece abrirle nuevos horizontes. Aunque no puede ser candidato en unas elecciones –nació en Pretoria, Sudáfrica–, a menos que cambie la legislación, cada vez le resulta más difícil ocultar sus ambiciones políticas.
Nada más conocerse la victoria de Donald Trump, el multimillonario rápidamente presentó un programa para el futuro. Anunció que su organización política, America PAC, seguiría teniendo “mucho peso” en el futuro: “America PAC continúa después de estas elecciones - y se prepara para las elecciones de medio mandato (midterm) y todas las elecciones intermedias, así como las elecciones de fiscales locales y todo tipo de niveles judiciales”.
Y es que el multimillonario tiene ideas muy firmes sobre cómo debe gobernarse el país y el mundo. Obcecado con todas las tecnologías, está desarrollando una visión de orden y control sobre todos los individuos en todo momento.
Su última obsesión es el colapso demográfico del mundo, y con ello se refiere a Occidente y al hombre blanco, aunque nunca lo dice abiertamente. “Tener hijos debería considerarse una emergencia nacional”, ha dicho en X. Hace campaña abiertamente a favor de las familias numerosas y del fin del trabajo de la mujer, encontrándose en total acuerdo con los movimientos evangélicos y antiabortistas.
Él mismo está dispuesto a contribuir personalmente. Aficionado a la procreación artificial, ha concebido así a la mayoría de sus once hijos. “A menudo ha ofrecido su propio esperma a amigos y conocidos”, según informa una investigación del The New York Times. También hizo ese ofrecimiento a un candidato presidencial, que lo rechazó, y a varios empleados de sus empresas considerados de “alto potencial”. Eugenesia sin citarla.
En la era del tecno-feudalismo
Silicon Valley enmudeció ante las estruendosas declaraciones de Elon Musk. La decisión de Jeff Bezos, propietario de Amazon y The Washington Post, de negarse a que el periódico se posicionara antes de las elecciones presidenciales refleja la actitud de todo el sector.
Mark Zuckenberg, fundador de Facebook (ahora Meta), que suele estar muy presente en el debate público, ha estado ausente durante toda la campaña. Su plataforma aceptó el regreso de Donald Trump, vetado desde el 7 de enero de 2021, e incluso publicó anuncios que difundían información falsa sobre Kamala Harris.
Bill Gates, convertido en filántropo tras abandonar Microsoft, se negó a hacer declaraciones públicas durante la campaña, aunque sí declaró en privado que “temía un segundo mandato de Donald Trump”. Google y Apple, los otros gigantes del sector digital, han mantenido el mismo vergonzoso silencio.
En pocos años, el sector digital y de alta tecnología ha dado un vuelco. Ya no intenta presentarse como un sector creativo, tolerante y abierto a todo
La moderación de los gigantes digitales no se debe únicamente a la posición de Elon Musk. Convertido en el hombre más rico del mundo, domina sin duda la esfera tecnológica, arrastrando consigo a más de cincuenta multimillonarios en la campaña. Pero el giro del jefe de SpaceX –de oponente a Donald Trump en 2016 a seguidor incondicional en 2024– también refleja el de Silicon Valley.
En apenas unos años, el sector digital y de alta tecnología ha dado un vuelco. Ya no se presenta –o mejor dicho, ya no lo intenta– como un sector creativo, tolerante y abierto a todo. Éxito tras éxito, las decenas de miles de millones de beneficios cada año, capitales que fluyen continuamente de Wall Street y otros lugares para aprovechar su expansión y, sobre todo, los avances tecnológicos, especialmente en el desarrollo de la inteligencia artificial, han derribado todas las barreras. Ese poder global, que intentaban minimizar o incluso ocultar, es ahora suyo y pretenden utilizarlo sin límites.
La batalla del año pasado por el control y el desarrollo de OpenAI, fundador de ChatGPT, ilustra esta transformación. Sam Altman, su fundador, tras haber conseguido aferrarse al poder, excluyó a todos los disidentes y organizó su poder absoluto. OpenAI, que antes era una empresa sin ánimo de lucro, está en vías de transformarse en una empresa como cualquier otra. Promete desarrollar todo el potencial de la inteligencia artificial, sin ninguna restricción, a pesar de las advertencias de muchos investigadores y científicos.
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Al darse cuenta de que estos gigantes estaban adquiriendo un poder gigantesco que podría llegar a desafiar su propio poder y prerrogativas, el gobierno federal, tras años de actitud de laissez-faire, despertó de repente y activó las leyes antimonopolio. Google fue el primer objetivo, amenazado de desmantelamiento por las autoridades judiciales y de competencia.
La amenaza podría haberse cumplido si Kamala Harris hubiera ganado. Pero es probable que Donald Trump la entierre rápidamente, sobre todo bajo la influencia de Elon Musk. Eso es lo que anuncia el ascenso del multimillonario que susurra al oído del futuro inquilino de la Casa Blanca: el dominio de los gigantes digitales sobre el poder político. Vía libre a la emergencia de un tecno-feudalismo globalizado.
Traducción de Miguel López