Libros de arte
Ángeles Caso: “Las cosas han cambiado y las editoriales no se han dado cuenta”
Al otro lado del teléfono, se nota que Ángeles Caso (Gijón, 1959) está atravesando una etapa de renovación especialmente satisfactoria. Reconoce que ha entrado en esta nueva fase por obligación, pero ahora evalúa ilusionada todo lo que ha pasado, mientras prepara el envío de su último libro a los 1.500 mecenas que consiguió a través de su campaña de crowdfunding. Fue un éxito para ella y una bofetada para las editoriales que habían rechazado el proyecto. Caso consiguió 70.000 euros, tres veces más que la cantidad que pedía y casi el doble de lo que realmente necesitaba: 40.000 euros, una cifra que desde Verkami, la plataforma que gestionaba las donaciones, le desaconsejaron pedir por inaudita (hasta la fecha). Ahora, con el libro recién salido de imprenta, la escritora copia y pega las direcciones de sus lectores en sobres, prepara un vídeo sobre el proceso de impresión y en breve empezará a traducir al inglés Ellas mismas. Autorretratos de pintoras. “Sabía el enorme interés que hay hacia el tema, llevo toda la vida publicando cosas y dando conferencias sobre cuestiones de género e historia del arte”, defiende entusiasta este ensayo ilustrado que recoge el trabajo de 80 mujeres artistas olvidadas por el canon.
Cuando en marzo de este año se lanzó la campaña, fue toda una sorpresa que una autora como Ángeles Caso –dos veces finalista del premio Planeta, una de ellas, en 2009, ganadora con Contra el viento; además de otros premios y varios éxitos de ventas- decidiese sacar adelante este libro a través de un sistema del micromecenazgo, normalmente asociado a quienes empiezan a dar sus primeros pasos en la carrera literaria. Sólo eso, generó una gran expectación. Pero, ¿Ellas mismas hubiese tenido el mismo éxito amparado por una editorial convencional? “Estoy segura de que les habría ido muy bien”, responde la también reconocida periodista, “sin embargo, ninguna de las editoriales a las que yo me dirigí quiso arriesgarse, debido al alto coste del libro. Además, el tema que aborda siempre se ha visto como marginal y ahí es donde yo creo que se equivocaron”. Ahora, cuenta, se siente encantada con esta nueva fórmula que repetirá en el futuro. Ángeles Caso paladea el grato regusto del hazlo tú mismo.
Por todo ello, no le duelen prendas a la hora de criticar la actitud de las editoriales, que califica de “anquilosadas en el pasado”. “Las cosas han cambiado muy rápido y me parece que no se han dado cuenta. En el mundo de la cultura, en general, van a empezar a funcionar estas nuevas maneras relacionadas con la economía colaborativa. Los proyectos se van a hacer entre aquellos a los que realmente nos interesan, porque al final es mejor para todos. Primero, para el lector, porque el precio es más asequible; y, después, para mí como escritora, ya que hago el libro que quiero hacer”, valora. Ángeles Caso se siente más cómoda con el respaldo de quien compra el libro y apoya la iniciativa desde que está en fase embrionaria.
Mujeres valientes y grandes artistas
En las 257 páginas de Ellas mismas. Autorretratos de pintoras, la escritora recupera la biografía y la obra de 80 mujeres, desde la época prehistórica hasta mediados del siglo XX. Fueron, prácticamente todas, mujeres que se dedicaron profesionalmente al arte, triunfaron, fueron famosísimas en su época, recibieron premios y galardones, incluso llegaron a cosechar grandes fortunas gracias a su talento. Sin embargo, en el canon oficial prácticamente ninguna de ellas se menciona. “No es casual que los historiadores del arte no incluyan a las mujeres artistas en los manuales”, critica Caso y se queja de que todavía hoy en día los estudiantes tienen que recurrir a fuentes alternativas para conocer la genealogía artística femenina.
La selección (patriarcal) de los artistas que entran a formar parte del canon ha provocado que muchas obras de mujeres fueran erróneamente atribuidas a varones. En los últimos años grandes museos han tenido que revisar algunas de sus piezas para enmendar varios errores. En España, por ejemplo, se ha puesto en cuestión si fue Goya quien realmente pintó La lechera de Burdeos (expuesto en el Prado) y se sospecha que su ahijada y discípula Rosario Weiss podría estar detrás del lienzo. No es la primera vez que esto ocurre. En 1956 el historiador José López-Rey demostró la autoría de Weiss en 77 dibujos que se pensaba pertenecían al pintor aragonés.
Ellas mismas arranca con las primeras mujeres que estamparon sus manos en las paredes de cuevas prehistóricas y continúa el trayecto con historias como la de Artemisia Gentileschi, pintora italiana que vivió entre los siglos XVI y XVII con enorme prestigio; o la precoz y célebre pintora de escenas pastoriles Anna Waser (Zurich, 1678-1714); también aparece Frances Benjamin Johnston (1864 –1952), pionera en la fotografía norteamericana; o la talentosísima Adélaïde Labille-Guiard (París, 1749 –1803), miembro de la Real Academia de Pintura y Escultura que protagoniza la portada del libro. Entre todas esas vidas, llenas de valentía, dedicación y talento, Ángeles Caso se emociona especialmente con la de Charlotte Salomon, judía nacida en Berlín que fue asesinada en Auschwitz en 1943. Temiendo su destino, Salomon se refugió en el sur de Italia, donde pintó más de un millar de acuarelas y gouaches en los que narró su vida. “Después, depositó todo su trabajo en manos de un médico de la zona y éste consiguió contactar con su padre al final de la guerra, que había sobrevivido. La suya es una historia terrible, hermosa y extraordinaria, por la calidad de su trabajo. Murió en Auschwitz con 25 años, embarazada de cinco meses”, continúa el relato la escritora.
El caso de Anna Waser, que se inició en la pintura a muy temprana edad, pone de manifiesto un patrón que se repite. Waser, tras haber triunfado, tuvo que renunciar a su profesión y volver a casa para cuidar a sus padres y encargarse de las tareas domésticas. “En muchas de ellas ves que, a lo largo de su trayectoria, desaparecen durante unos años mientras crían hijos, etc., y cuando eso está organizado, entonces resurgen”, explica Caso, aunque subraya que “esto sigue siendo un drama contemporáneo” de muchas mujeres. “A veces lo hablo con amigas escritoras y artistas y todas coincidimos en contar experiencias muy parecidas. Yo empecé a escribir cuando mi hija acababa de nacer y durante muchísimos años lo hacía en medio del follón de una casa en la que cada dos por tres tienes que interrumpir tu trabajo para atender algunas de las necesidades lógicas de criar un hijo”. Esa experiencia, y esa postura vital, se aprecia en Todo ese fuego (Planeta), la novela que publicó el año pasado sobre las hermanas Brontë, donde el tiempo de la narración bascula entre la escritura y los quehaceres del hogar.
El fin de la clase media (editorial)
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Pintarse a sí misma, una forma de autoconciencia
Ellas mismas, disponible en librerías especializadas y en la página web de la autora, reproduce 148 obras a todo color (lo que explica, en buena medida, el coste del libro, pues los derechos de reproducción supusieron un buen pellizco del coste final). Todas ellas son autorretratos, un género que las artistas mujeres trabajan prácticamente sin excepción. “Este tema de por qué hacen tanto autorretrato ya se ha trabajado mucho”, explica Ángeles Caso, historiadora del arte de formación, “y hay diversas explicación. Una es que, a lo largo de la historia y hasta el siglo XX, casi todas las pintoras que ha habido se especializaron en el género del retrato, y el autorretrato les servía como una especie de tarjeta de visita o anuncio de su propio talento. La otra razón, ya que la anterior no explica lo suficiente que artistas contemporáneas sigan trabajándolo tanto, es la constante relación entre las mujeres y nuestro cuerpo, en parte, por la presión social. Aunque también creo que la relación de las mujeres con el cuerpo es mucho más directa e intensa que la de los hombres”.
Tal vez, muchas de ellas intuyeran que, pese su esfuerzo y talento, su nombre podía terminar colándose en la maraña de los olvidos y despistes de la historia del arte. Por eso, como Charlotte Salomon antes de ser deportada a Auschwitz, pintaron y se pintaron obsesivamente para tratar de evitarlo.