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La comedia romántica no ha muerto y 'Cualquiera menos tú' nos recuerda cómo volvernos a enamorar

Sydney Sweeney y Glenn Powell en 'Cualquiera menos tú'.

A dos importantes comedias románticas recientes les une el aire de derrota. Cásate conmigo y Viaje al paraíso —estrenadas en España en febrero y septiembre de 2022— parecen compartir la impresión de engrosar un género culturalmente irrelevante, al dar la espalda a lo que siempre debería guiarlo en pos de otros intangibles. Es decir. Las comedias románticas se sustentan en el carisma de sus intérpretes, en un magnetismo cuidadosamente equilibrado con la potencial empatía del público. Cásate conmigo estaba protagonizada por Jennifer López y Owen Wilson, mientras que Viaje al paraíso tenía a Julia Roberts y George Clooney. Con lo que, sí, ambas películas conocían el valor de las estrellas.

Pero consideraban ese valor algo rentabilizado. En Viaje al paraíso por el bagaje iconográfico de sus protagonistas —Roberts como gran estrella de la comedia romántica noventera, Clooney como galán quintaesencial—, y en el de Cásate conmigo por el conocimiento que de las vidas de los intérpretes tuviera la audiencia. Jennifer López se interpretaba a sí misma como cantante pop, Maluma hacía lo propio, y Wilson era el “hombre de a pie” según la imagen que ha cultivado los últimos años en Hollywood. Se parecía a volver a Notting Hill pero con una película donde sus personajes se supieran de memoria Notting Hill. La ficción, acaso fatalmente, estaba contaminada por la realidad.

¿Cuál era el resultado más palpable? La melancolía. Clooney y Roberts encarnaban a dos divorciados que reencontraban la chispa en la boda de su hija, mientras que López veía en la humildad de Wilson una vía de escape para las presiones de la fama. Ambos dúos se emparejaban en el otoño de sus vidas —sus edades oscilan entre los 54 y los 62 años— y constataban que la comedia romántica se hallaba en su otoño también, difuminando los límites entre estrellas, personajes e ideas preconcebidas del público. Que por otra parte no es que haya ocurrido algo muy distinto con Cualquiera menos tú, la nueva comedia romántica con la que Hollywood ansía combatir la presumible agonía del género.

Desde que se rodó ha habido rumores de que Glen Powell y Sydney Sweeney, sus protagonistas, están liados. El salseo ha fluido tras las cámaras, como tantas otras veces. Con la diferencia de que Powell y Sweeney no comparten la fama de los binomios de Cásate conmigo y Viaje al paraíso —sus carreras aún están despegando, por así decirlo—, y con la diferencia aún más sonora de que Cualquiera menos tú tiene una fuerte vitalidad. Sus protagonistas no quieren enrollarse por complejas narrativas meta o devaneos nostálgicos. Quieren enrollarse y punto. Ambos son increíblemente atractivos. Es lo que toca.

¿Qué fue de la comedia romántica?

“Una comedia romántica es como una tortilla: puede que sea difícil hacer una buena de verdad, pero la mayoría no están mal”. Esto lo escribió Willa Paskin en 2019 centrándose en una cuestión insoslayable si se quiere valorar qué ha ocurrido con la comedia romántica durante la segunda década del siglo XXI: la afloración del streaming. Veinte años antes 1999 había sido un punto cumbre para el género gracias a la coincidencia en carteleras de Nunca me han besado, 10 razones para odiarte, Alguien como tú y la citada Notting Hill, superando su taquilla los 500 millones de dólares. Hoy día es imposible igualar esta cifra, y en gran parte se debe a que la mayoría de las comedias románticas no pasa por cines.

Ha sido Netflix la plataforma que más hueco les ha hecho en su catálogo, aprovechando el poco exigente molde de estas producciones —esto es, lo baratas que salen— para construir una oferta sólida, que suele colarse en el top de lo más visto de la plataforma. El mismo Powell que protagoniza Cualquiera menos tú tuvo un anterior contacto con la comedia romántica bajo el paraguas de Netflix, encabezando junto a Zoey Deutch Cómo deshacerte de tu jefe. Con lo que podríamos inferir que el streaming ha pulido su propio star system, si bien matizándolo con las limitaciones de la experiencia doméstica —olvidémonos de histerias colectivas a lo Pretty Woman— y con la apertura hacia otras sensibilidades.

Lo que ocurre con las películas de Netflix es que, aparte de un estándar de calidad muy justito —son las “tortillas pasables” a las que se refería Paskin—, han sido directamente permeadas por las sucesivas crisis de identidad que ha experimentado el género en los últimos veinte años. Por un lado está la presteza con la que se ha introducido en otros imaginarios: Mi primer beso y A todos los chicos de los que me enamoré, que tanto rédito le han dado a la Gran N, son antes dramedias de instituto que comedias románticas. Por otro está el escepticismo interiorizado de que estas películas funcionen como solían frente al público actual, lo que nos lleva a esa suerte de sátira con Rebel Wilson, ¿No es romántico?

Acaso en el lado positivo tenemos además el interés de la comedia romántica por explorar nuevas subjetividades, alterando el paradigma blanco de un modo que anteriormente solo habían hecho Hechizo de luna o Mi gran boda griega con respecto a las culturas migrantes de EE.UU. Es, por supuesto, un fenómeno de múltiples dimensiones, pero que en la comedia romántica ha tenido un encaje admirable desde el éxito de Crazy Rich Asians en 2018, y la acertada respuesta que planteó Netflix en Quizás para siempre solo un año después. Con la aparición de un Keanu Reeves haciendo de sí mismo, correspondiendo a la necesidad del género por jugar con la experiencia del público y así sobreponerse a su inseguridad.

Ahora bien, ¿está justificada esta inseguridad? En su estudio Panorámica de un género ensimismado Pablo Echart reparaba en la citada diversidad de los personajes —“el ánimo integrador que ensalza desde diferentes perspectivas una tolerancia para una sociedad plural”— así como en un problema con la sucesión: “No hay stardom femenino que tenga la suficiente fuerza para aupar el género en la taquilla como en los 90 hicieran Meg Ryan, Sandra Bullock y Julia Roberts”. Esto podríamos extrapolarlo a los creadores como tal: Nora Ephron y Garry Marshall han muerto, James L. Brooks está parcialmente jubilado, y Richard Curtis siempre ha tenido un interés muy variable por el género (ni Yesterday ni Una cuestión de tiempo son comedias románticas puras, por partir de un twist fantástico).

Sumando todo a la sensación de que el público es más cínico y a las vueltas de tuerca que acumula el género —junto a ¿No es romántico? han ido aflorando ejercicios revisionistas del estilo (500) días juntos o Y de repente tú—, no es de extrañar que la comedia romántica con vocación multisalas haya pasado a depender con tal desesperación del reconocimiento de la audiencia. Asumiendo que no hay un target nuevo y que todas las historias ya se han contado, no queda otra que hacer películas donde Julia Roberts y George Clooney hagan de Julia Roberts y George Clooney. Lo que no llega a ser un error —Viaje al paraíso es estupenda—, pero sí denota una cobardía en la que por suerte no cae Cualquiera menos tú.

El secreto estaba en Shakespeare

Hay dos rasgos fundamentales que convierten a Cualquiera menos tú —dirigida por Will Gluck, responsable de aquella Rumores y mentiras que precipitara la fama de Emma Stone en 2010— en un exponente tan valioso del género. Por un lado ha estudiado los reproches que se han lanzado históricamente contra la comedia romántica; no ya para corregirlos sino para generar nuevos gags al respecto. Una crítica recurrente de quienes no conectan con el género apunta a lo absurdo de sus argumentos. Está claro que las parejas van a terminar juntas desde el principio, y cada malentendido que lo impide o simplemente alarga la trama no tiene que ver tanto con las dificultades del amor como con la pereza de los guionistas. 

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En consecuencia las comedias románticas suelen tener un desarrollo mecánico e idiota, capaz de irritar por la incapacidad de los personajes para ver lo obvio: están hechos el uno para el otro, su química no les aboca a otra cosa que a la felicidad conjunta. Cualquiera menos tú es consciente de esta inercia y la retuerce a placer: lo absurdo de que Powell y Sweeney se resistan tanto a abalanzarse en los brazos del otro es parte troncal del argumento, y se evidencia de cara al familiar catálogo de personajes secundarios que les rodean y se burlan abiertamente de ello. Pero no como un comentario sarcástico que incruste a Cualquiera menos tú en ese temible grupo de comedias románticas que se avergüenzan de serlo, sino constatando que la ridiculez hiperconsciente forma parte de su ADN

Lo que nos lleva al segundo rasgo fundamental. Cualquiera menos tú maneja el tropo de pareja que finge estar junta hasta que el amor surja de verdad: Powell y Sweeney han sido invitados a una boda donde han de soportar la compañía de sus ex respectivos, así que salen con esto. Un argumento mil veces visto —La proposición, Flor de cactus y su remake Sígueme el rollo—, pero más que nada porque fue William Shakespeare quien lo inventó. Como, en cierto modo, inventó la comedia romántica en sí misma. Mucho ruido y pocas nueces, citada directamente por el film de Gluck, aglutinaba todas las benditas estupideces del género: diálogos cortantes, tapaderas, enredos gratuitos, seres lozanos que hacen esperar la consumación de su idilio lo justo para que el beso final sea una fiesta catártica.

Cualquiera menos tú posee un ánimo juguetón que remite directamente a las obras clásicas. No desdeña en esto la importancia de que nos creamos a los personajes, ni tampoco —otra buenísima noticia— la oportunidad de lucir su atractivo sexual. Frente a la mojigatería del último mainstream estadounidense, Cualquiera menos tú luce desnudos y polvos, algo también refrescante para el género. Roberts, Hugh Grant, Bullock, cultivaban un aura de “vecinos de al lado” que no opera en el caso de los imposiblemente esculturales Sweeney y Powell. Cabe la posibilidad de que esto comprometa la cercanía con el público, pero el desempeño en taquilla de Cualquiera menos tú apunta a que simplemente se trata de un nuevo giro para un género que, en efecto, no está muerto. Que quizá nunca podrá estarlo del todo: eso sería lo mismo que decir que Shakespeare ha pasado de moda.

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