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Los diablos azules

Fernanda Melchor: "Me dedico a contar un mundo que no te proporciona un futuro"

La escritora mexicana Fernanda Melchor.

Karmentxu Marín

A sus 38 años, Fernanda Melchor es uno de los nombres al alza en la literatura mexicana actual. Tiene premios como el Anna Seghers en Alemania o el Internacional de Literatura de Berlín, ambos en 2019. En 2020 fue finalista del Booker Internacional con Temporada de huracanes, su segunda novela, considerada por The New York Times entre los cien mejores libros de ese año. Utiliza un lenguaje social y sexual desnudo y descarnado, que repite en su nueva obra, Páradais (Literatura Random House).

Pregunta. ¿Quién es Fernanda Melchor?

Respuesta. [Ríe] Pues soy yo. Una escritora mexicana para la que la escritura es su vida. Ahora no hago otra cosa que escribir.

P. ¿De dónde le viene?

R. Desde muy chica me gustó muchísimo la literatura, las novelas sobre todo, y supongo que es natural querer hacer lo que uno ama o admira. Pasa mucho en los escritores. Uno es lector antes que escritor.

P. Hay una generación coetánea suya, en torno a los 40 años, de escritoras mexicanas como usted, Orfa Alarcón, Susana Iglesias… ¿A qué cree que se debe este boom?boom

R. Siempre ha habido mujeres que escriben, pero no es hasta recientemente que estamos empezando a ser más publicadas. Muchas mujeres no pasaron el rasero de las editoriales, no lograban interesar a los editores o se dedicaban a géneros que económicamente no eran redituables, como la poesía. No considero que haya más mujeres escritoras ahora. Creo que es bueno que haya más mujeres que se publican y que están siendo leídas.

P. Páradais es un retrato despiadado de la doble cara de una sociedad: la opulencia enfrentada a la miseria. Pero en el fondo todos los personajes son perdedores. ¡Qué optimismo!Páradais

R. Estoy muy de acuerdo con esa lectura que has hecho. Aunque aparentemente pareciera que uno de los personajes, Franco, El Gordo, es privilegiado, porque lo ha tenido todo en su vida, también es marginal por mil motivos, porque su vida familiar es atípica. Se trata de un adolescente preso de obsesiones porque no logra integrarse con gente de su edad. Polo, el otro personaje, también lo es, no propiamente por su condición socioeconómica, sino más bien porque rehúsa seguir el destino de los muchachos de su barrio, de su pueblo, que es convertirse en narcos, volverse narcotraficantes. Es algo que siempre me ha interesado escribir. Desde que publiqué mi primera novela en 2013, Falsa liebre, me he dedicado a contar cómo es vivir en un mundo que no te proporciona un futuro, cómo es ser joven y sentirte podrido, sentir que uno tiene nulas perspectivas, y qué hace eso en el interior de una persona, de una familia, de un pueblo o de un barrio.

P. Dice que le interesa el realismo literario y que trabaja mucho con el cuerpo. Si es por el cuerpo, en este libro lo ha dado todo. Pura fisicidad.

R. Sí [ríe]. Siento que mi relación con el realismo ha ido cambiando. Ahora estaba leyendo la Historia personal del ‘boom’, de José Donoso, un escritor que admiro tremendamente. He estado trabajando mucho en leerlo, porque voy a hacer un prólogo para uno de sus libros, lo cual es un gran honor para mí. Donoso está teniendo como una suerte de resurrección, porque creo que, del boom, ha sido de los menos leídos. Tuvo su época de gran auge con su El obsceno pájaro de la noche y de repente se le dejó de leer o se conoce poco el resto de su obra. Él decía que a veces en Latinoamérica —no sé si esto pasa en España— se piensa que, para que un libro tenga gran calidad, debe reproducir fielmente la realidad social de un país. Y eso es algo que, por supuesto, a mí me interesa, pero creo que siempre hay que ir más allá y tratar de experimentar en la forma sobre todo, que es lo que intenté en Páradais. Algo totalmente vertiginoso. En Latinoamérica se piensa que una buena novela tiene que cumplir con los presupuestos del realismo social y hablar de problemas de hoy que sean urgentes y que motiven la conciencia de las personas. Todo eso para mí es importante, pero no siento que sea la única finalidad. Hay algo que a mí me interesa reproducir y creo que se pierde un poco a veces en el misterio que supone una novela incluso para su mismo autor.

P. ¿Hasta qué punto sus protagonistas, dos adolescentes, reflejan el México de hoy?

R. Se trata de jugar con polos opuestos. Uno dota a los personajes de estas ideas. Son cosas que conozco bien. Yo me he criado en un hogar de clase media, ambos padres trabajaban, así que casi siempre mi hermano y yo estábamos solos en casa. Y, sin embargo, iba a un colegio privado. Tenía amigos que tenían cancha de fútbol en su casa y otros que estaban becados y cuya madre era la persona del servicio y vivían en la casa de los patrones. Conocí un poco de todo, y, al estar en el medio, me resulta un poco fácil escribirlo.

P. El poder y la violencia están en el centro de sus libros. ¿Ha mamado violencia?

R. Yo creo que tiene que ver con haber crecido como mujer en una familia disfuncional y también con haber experimentado la violencia masculina desde muy joven. A mí me acosaban en la calle a los 11 años y siempre ha sido un misterio el porqué, por qué los hombres hacen eso. Escribir estas cosas es, para mí, como tratar de entender y también exorcizar el terror que sentía. Ahora ya no lo siento. Ahora un tipo me dice algo y le suelto una bofetada. ¿Cómo podemos hoy en día escribir de la violencia, que es algo que parece rodearnos por todas partes en un país como México? Aunque España no es tan diferente. La violencia contra las mujeres sigue siendo una cosa soterrada en Europa, pero en España se han dado el lujo de poder hablar de ello.

P. Y de legislar contra ello, aunque falte aún tanto para erradicarlo.

R. Y de legislar, exactamente, porque ha habido presión social. En México es algo más difuso, algo que todavía se experimenta más como con impunidad y sin control. Como ciudadanos sentimos que hay menos que hacer. ¿Cómo poder hablar de esto? Una de las maneras que he encontrado, y a esto me refería cuando decía que no se trata solo de reproducir la realidad, sino de encontrar nuevas formas, es meter el cuerpo, hacer de la lectura una experiencia, de tal forma que el lector se vea invadido, que se sienta poseído, atacado. De esta forma es imposible la distancia intelectual y emocional. Es como un procedimiento. Lo sórdido, por ejemplo. Pienso en Temporada de huracanes, mi novela anterior, en la que hay partes muy fuertes. También en Páradais, por supuesto, pero aquí el lenguaje es un poco más atemperado. En Temporada… es más crudo. De repente digo: ¿Yo escribí eso? ¡Dios mío, qué horror!

P. Me imagino cuando vuelve a casa con esa lengua, con esa pluma.

R. Qué te puedo decir. Yo les digo: “Les regalo mi libro, pero no lo lean”. Mi madre siempre los lee. Queda muy asustada, pero…

P. …Piensa qué habrán hecho para que la niña haya salido así.

R. Exactamente. 

P. Pues habrá atemperado el lenguaje en esta novela, pero cuando relata la violencia sexual, imaginada o cumplida, deja poco a la imaginación.

R. Al principio en la novela pasaban las cosas, El Gordo espiaba a la señora. Y me di cuenta de que una persona como él no podía hacer eso. Al final se trata de crear a tus personajes de forma tal que les obligas a hacer algo y ellos se resisten, porque su misma naturaleza es incapaz. Yo quería hablar de la cobardía de un tipo que ni siquiera es capaz de hablar con una mujer. Y quería hablar de cómo la obsesión puede terminar en una tremenda violencia.

P. Pasar de ser un pendejillo a un asesino en potencia.

R. Exactamente. Durante mucho tiempo me han interesado mucho los asesinos en serie. Creo que es parte de mi generación, que vivimos en los ochenta, noventa. Pero yo nunca había caído en cuenta, hasta que fui mayor, de que los asesinos en serie son criminales sexuales, que la mayor parte de su motivación para matar es el sexo. Me puse a investigar al respecto, y alguna vez leí el testimonio de un asesino que decía que el primer crimen que cometió en realidad no fue un crimen y no lo cometió. Estaba obsesionado con la vecina, entró en su casa, trató de amenazarla para violarla y la mujer lo abofeteó y lo corrió. Así se empieza. Y yo quería ver cómo son esas primeras etapas de una persona que va por mal camino, como es el caso de Franco, El Gordo.

P. ¿La imaginación es más poderosa que la realidad? 

R. Sí, pero yo soy muy neurótica. Me era muy difícil dejar volar la imaginación para dedicarme a otra cosa. Tuve que pasar por un proceso de depuración.

P. Ha escrito sobre los feminicidios y el narcotráfico en México. ¿Son hoy los problemas principales del país?

R. México tiene muchos problemas. Pero lo principal y lo que une a estos dos que citas es la impunidad. El hecho de que se cometen crímenes y nada ocurre. O la misma autoridad está coludida. A veces no hay una distinción entre narco y Estado: no sé cuál es la participación de los gobernadores, de los presidentes municipales. El hecho de que llegue un grupo criminal a controlar una zona y haya toda una repartición de poder. Y en cuanto al feminicidio es un poco lo mismo. Es la cultura del machismo, cuyo extremo final y letal es el feminicidio, que se ve, además, agravado por la cuestión de la impunidad, por el hecho de que una mujer pueda morir en México sin que nada ocurra. 

P. Habla de las mujeres, de la prostitución, de la violencia y las violencias. ¿No se avanza contra la impunidad?

R. Yo diría que vamos por buen camino en eso, aunque es algo que no podemos dejar a un lado ni abandonar pensando que ya está todo hecho. Me preguntaban por el feminismo de la cuarta ola en México, y yo decía que es un poco difícil pensar en el feminismo de la cuarta ola cuando en México aún estamos peleando por la segunda ola, por la cuestión de los derechos reproductivos y la igualdad en el trabajo. Creo que hay muchos feminismos en México y la carrera es un poco desigual. No es lo mismo ser una mujer de clase media que vive en Ciudad de México que una mujer indígena. O ser una mujer de la costa. O una madre soltera. Creo que no podemos dar por cumplido todo. Es una lucha constante, porque parece que el mundo va involucionando. La derecha crece, la gente se vuelve más reaccionaria. Esto de la pandemia ha hecho que mucha gente quiera solo encerrarse en un caparazón y preocuparse solo por su familia y lo suyo. Creo que la pandemia puede suponer un retroceso en muchos niveles.

P. La pandemia puede unirse como problema a feminicidios y narcotráfico. Pero parece más fácil de solucionar. Según el presidente López Obrador, el covid se cura con estampitas, escapularios y amuletos.

R. Es terrorífico lo que se vive aquí en México. No estoy en redes sociales diciendo lo que se debería hacer: una, porque no tengo redes sociales, y dos, porque no tengo ni idea de lo que se debería hacer. Para mí, la única forma en la que vamos a salir de esto es a través de la ciencia. También el mismo presidente dijo que la pandemia nos venía como anillo al dedo. Esto es bastante preocupante. Con escapularios no se cura, definitivamente no. De hecho, esta semana murió un amigo muy querido de nuestra edad y andamos un poco devastados. 

P. Engloba a los pandilleros que secuestran y extorsionan bajo la expresión “Aquellos”. No sé si es solo un recurso literario, pero me recuerda a Andrea Camilleri, que, escribiendo siempre sobre Sicilia, rara vez llama por su nombre a la Mafia.

R. “Aquellos” era como se llamaba a los narcos en la época de su mayor poder en Veracruz, de 2009 a 2011. No podías nombrarlos, daba miedo, porque no sabías quién podía escuchar. Usamos ese tipo de eufemismos para referirnos a los narcos, porque no podías decir Los Zetas. Era impronunciable ese nombre. Ahora se puede decir porque es un grupo que ya no existe. Hay un libro muy interesante de Oswaldo Zavala que se llama El narco no existe, que dice que la imagen que tenemos del narco es una mitificación, porque no podemos distinguir quién lo es y quién no, y quién es policía, y quién es bueno y quién es malo. Una de las cosas que aprendes en México, y una de las ventajas, pocas, de la existencia del narco es que la gente ya no es tan violenta cuando maneja, porque no sabes si al tipo que le gritas “imbécil” va a resultar ser un narco y te va a sacar una pistola.

P. ¿La presidencia de Biden puede cambiar las cosas?

R. Parece esperanzador. Al menos ya no se van a botar a la basura todos los acuerdos para evitar el cambio climático. Y el hecho de que haya elegido mujeres, y de color, personas de color en su gabinete, es prometedor. Pero mira, si algo hemos aprendido los mexicanos es que con los gringos nunca sabemos. Nunca hubo tantas deportaciones de mexicanos como con Obama. No encerró niños en jaulas, pero estuvo a punto.

P. Después de describir tanta violencia, tanta miseria, tanta sordidez, ¿no se escribiría una novela rosa, para darnos un respiro?

No pensar en nada

No pensar en nada

R. [Ríe] Pues no precisamente rosa, pero siento que con Páradais se cumple como un ciclo. Hace casi una década que empecé a publicar y siento que con esto se acaba no mi interés en Veracruz, pero sí en los angry young men, en los jóvenes enojados. Quiero escribir otras cosas, apostar por ficción más breve todavía. Ya me demostré que pudo escribir una novela larga y ahorita no me interesa tanto eso. No tengo la menor idea de para dónde voy, pero estoy trabajando ya en cosas. 

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Esta entrevista está publicada en el número de febrero de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes suscribirte a la revista en papel aquí o leer online todos sus contenidos aquíaquíonlineaquí

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