Cultura

El sector editorial vuelve al frenético ritmo precovid pese a los debates sobre la sobreproducción

Puesto callejero de una librería de Barcelona en la pasada Diada de Sant Jordi.
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En pleno confinamiento estricto de la primavera de 2020, con las librerías cerradas, las imprentas paralizadas y los lectores en sus casas, el mundo editorial tuvo tiempo para pensar. Y pensó lo siguiente: el ritmo de publicación, con más novedades al año que en Francia, teniendo menos población a secas y menos población lectora, era insostenible, la vida de los libros es corta y los nuevos títulos se expulsan los unos a los otros de la mesa de novedades. A todos, especialmente a los pequeños, les convenía bajar el ritmo. Igual que el mundo se había ralentizado, la cadena editorial tenía que frenar también. Idealmente. Porque más de un año después, mirando ya al otoño de la vacunación, llegan los catálogos de novedades. ¿Y quién ha frenado? Aparentemente, nadie.

“En la propuesta de novedad había alguna voluntad de bajar el ritmo, pero en la realidad no se ha cumplido”, dice Álvaro Manso, librero en Luz y Vida (Burgos) y portavoz de CEGAL, la confederación de librerías españolas. Las ventas han ido bien durante el curso, y eso ha animado a las editoriales a lanzar más títulos. Además, cuenta, este año la Feria del Libro de Madrid, una de las fechas de más peso para el sector, se celebra en septiembre. “Hemos tenido una buena temporada, el mercado ha absorbido bien la oferta y las editoriales han producido más. Si había alguna voluntad de contención en otoño, que no lo sé, eso se acaba con la feria”, señala. Los grandes grupos, Planeta (con editoriales como Planeta, Ariel, Crítica o Seix Barral) y Penguin Random House (con sellos como Literatura Random House, Debate, Reservoir Books o Caballo de Troya), han regresado a toda máquina, con varias decenas de títulos al mes. La editorial Anagrama (del grupo italiano Feltrinelli) publicará en septiembre 13 nuevos títulos (más dos nuevas ediciones), frente a las 11 novedades de septiembre de 2019. Y también las editoriales medianas han recuperado el ritmo prepandémico. Capitán Swing publicará 4 títulos en septiembre, como hizo hace dos años; Blackie Books publicará 5 libros en septiembre, frente a los 3 de 2019; Errata Naturae publicará 4 títulos en septiembre, uno menos que en 2019.

En los últimos días se ha comentado, precisamente, el catálogo de esta última (que no ha podido participar en este reportaje por haber iniciado ya sus vacaciones; parar también era eso). En mayo de 2020, la editorial especializada en libros de naturaleza y filosofía, publicó un manifiesto en el que reflexionaba sobre el funcionamiento comercial del mundo del libro, que para ellos empujaba a la publicación incesante de novedades, y anunciaban que no lanzarían novedades en ese verano. Ponían sobre la mesa la necesidad de hablar del funcionamiento de la cadena del libro y decían: “Lo más curioso de esta situación, al menos desde nuestro punto de vista, es el rechazo (¿el pánico?) generalizado a frenar, a ganar tiempo y distancia para tratar de invertir este proceso que, a todas luces, parece conducirnos al desastre”. Para algunos, el hecho de que Errata Naturae, comprometida abiertamente con esta necesidad de parar la máquina, recupere el ritmo de publicación habitual en otoño evidencia que detenerse es, si no imposible, extraordinariamente difícil.

El eterno debate de si el sector tiene sobreproducción es eterno y no tiene remedio”, lanza, de entrada, Daniel Moreno, editor de Capitán Swing. En primer lugar, dice, porque el ritmo de publicación depende de muchos actores implicados —autores, editores, distribuidores, libreros— y cree que no hay una voluntad real de sentarse a tratar el asunto: “Nunca ha habido un debate serio y colectivo, más allá de lo que cada editorial puede decir o no”. Y el asunto tiene mucho que ver con el dinero.

Así funciona el ciclo comercial del libro. Las librerías compran los libros a las distribuidoras, habitualmente en firme, es decir, pagando de manera efectiva por esos libros a los distribuidores y estos a su vez pagan a las editoriales. Si un libro no se vende, la librería lo devuelve a la distribuidora, y esta a la editorial, y el dinero va en sentido contrario. Pero a menudo lo que se mueve no es dinero, sino deuda: la editorial debe equis a la distribuidora, que debe equis a la librería. ¿Cómo se paga esa deuda? A menudo, con las siguientes novedades. En esta cadena de ida y vuelta —con sus gastos de impresión y de transporte— se mueven tres de cada diez euros que genera el sector, que además es la primera industria cultural y que en 2019 (el último año del que hay cifras) recaudó 2.420,64 millones de euros. Daniel Moreno añade otro factor de análisis: el mundo editorial español está gobernado por dos grandes grupos, Planeta y Penguin Random House, que a su juicio son los que marcan el ritmo de publicación. “Quienes tendrían que hablar de sobreproducción y atajarla son ellos”, dice. “Hemos llegado a un sector que ya estaba así y por desgracia no creo que podamos transformarlo, ni colectivamente ni individualmente desde cada editorial”.

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Y aun así hay quienes creen que esto podría ser de otra manera. Lo dice Laura Sandoval, de Hoja de Lata, una editorial asturiana un poco más pequeña pero muy respetada dentro de la edición independiente. El curso que viene publicarán 10 libros de ficción y, como mucho, 4 de ensayo, quizás menos. “En Hoja de Lata”, dice la editora, “tenemos clarísimo que publicar demasiado a quien primero afecta es la editorial. La librería no es capaz de cogerte tantos títulos, el lector no se entera de que los has publicado... Es carne para la picadora, especulación que no beneficia más que al distribuidor, o no siquiera, al transportista”. Hay editoriales, comenta, conscientes de que algunos de sus libros “salen condenados al olvido absoluto”. Desde esa perspectiva, defiende, no tendría sentido que el mundo del libro descartara cualquier tipo de cambio sin siquiera haberlo planteado seriamente. Y cree que es posible hablarlo: de hecho, el festival Gutun Zuria invitó a varios sellos a hacerlo a puerta cerrada, y asegura que la experiencia fue positiva. Lo mismo defiende Manso, de CEGAL: “Falta sentarse, ponerse en serio con los plazos en el que tienen que producirse estos cambios. Nos sentamos para bastantes cosas, también nos podríamos sentar con esto. Seguro que hay conflicto de intereses entre diferentes partes, pero también habría una puesta en común, un protocolo en el que te comprometes a una cesión de tus intereses con respecto a los comunes”.

¿A qué, hipotéticamente, podrían comprometerse los distintos eslabones de la cadena? Daniel Moreno, de Capitán Swing, recuerda que la industria editorial no es insostenible solo económicamente, sino ecológicamente. “Este es un sector contaminante, aunque nadie lo quiera decir”, insiste. Se ha comentado en el sector la posibilidad de penalizar la destrucción de ejemplares, una práctica que las editoriales, sobre todo las grandes, llevan a cabo de vez en cuando para liberar los almacenes, pero el editor la ve inútil, ya que gracias a la impresión digital las tiradas son cada vez más ajustadas a la demanda. Pero sí apuesta por establecer una ecotasa que multe a las empresas más contaminantes del sector, para lo que habría que medir varias variables, dice, como qué tipo de papel se usa o cuántos kilómetros recorren sus ejemplares arriba y abajo, desde la editorial a la librería y media vuelta. Álvaro Manso añade, en su extremo de la cadena, una posible penalización por el exceso de devoluciones, que podría aplicarse a la librería, a la distribuidora o ambas, y también a las editoriales que envían a las librerías títulos que estas no han solicitado.

Laura Sandoval, de Hoja de Lata, aporta otra idea: las editoriales independientes deberían unirse para ser capaces de comunicar a los lectores en qué se diferencian de los grandes sellos —como hacen ya “muy bien” las librerías, apunta—. La unión y su capacidad de hacer valer el trabajo editorial, dice, les haría más libres para dejar de seguir un ritmo impuesto desde fuera. “Sé que todo esto puede dar mucho vértigo, nosotros lo sentimos a menudo”, insiste, “pero lo primero que hace falta es voluntad”.

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