El antisemitismo, una trampa de la ultraderecha en la campaña electoral francesa
¿Cómo es posible que la cuestión antisemita ocupe un lugar tan destacado en una campaña electoral? ¿Por qué un hombre como Serge Klarsfeld puede defender el voto a favor de la Agrupación Nacional (RN), cuando uno de sus fundadores, Léon Gaultier, fue miembro de las Waffen-SS? ¿Habríamos imaginado alguna vez que un diputado de la RN, en este caso Franck Allisio, se haya atrevido a decir que teme que haya "pogromos" contra los judíos si la izquierda llega al poder?
A primera vista, esas preguntas podría plantearse de dos maneras sencillas: ¿qué significa un temor legítimo ante las declaraciones o los silencios de ciertos miembros de La Francia Insumisa (LFI), en particular Jean-Luc Mélenchon?, y ¿qué implica una instrumentalización barata de la defensa de los judíos para demonizar el voto a la izquierda radical, aunque ello implique transigir con la extrema derecha?
Antes de responder, en un contexto de exégesis delicada porque las palabras no tienen el mismo peso y no suenan de la misma manera en todos los oídos, tres observaciones preliminares.
En primer lugar, desgraciadamente no es ni mucho menos la primera vez que los judíos se encuentran contra su voluntad en el centro del tablero político y mediático. Como escribe Maurice Samuels, profesor de la Universidad de Yale (Estados Unidos), en el primer capítulo de su imprescindible Historia judía de Francia: "Aunque siempre han constituido una pequeña minoría en Francia, los judíos desempeñan un papel crucial en el imaginario político de la nación. [...] Los judíos siempre han estado en primera línea de este conflicto permanente, de esta 'guerra' franco-francesa entre la izquierda y la derecha".
En segundo lugar, podemos compartir el hastío expresado en un reciente editorial por Guillaume Erner, presentador del programa matinal France Culture, que no siempre ha sido el último en utilizar la causa de los judíos para justificar sus convicciones políticas, en particular en sus columnas para Charlie Hebdo: "Me parece que hay bastante que decir en el programa de RN, como en el de LFI, o del partido que se quiera, para que no votemos en función de la cuestión judía. Más que hastiado, me siento incluso agotado por esa judeo-obsesión cotidiana, una judeo-obsesión que se ha vuelto asfixiante desde el 7 de octubre. Los problemas de los franceses son bien conocidos: inflación, vivienda, servicios públicos, seguridad, identidad. ¿Qué necesidad hay de añadir a toda costa la cuestión judía? ¿Se imaginan una campaña en torno a la cuestión armenia o a la del Aveyron?”
Además, en este campo de minas, donde a veces parece que luchamos en bandos opuestos, disponemos de un arma que no existía hasta hace unos días: un texto conjunto elaborado por el Nuevo Frente Popular (NFP), que ha conseguido poner en claro la situación infernal que viven colectivamente los ciudadanos de izquierdas desde el 7 de octubre de 2023.
No hay nada irreconciliable
No se trata de retóricas extravagantes ni de declaraciones contradictorias. Podemos apoyarnos concretamente en un compromiso colectivo que califica de "masacre terrorista" la matanza del 7 de octubre, rechaza el proyecto de Hamás por "teocrático" y da prioridad a la lucha contra todas las formas de racismo teniendo en cuenta la especificidad del antisemitismo, y al mismo tiempo pide "romper con el apoyo culpable del gobierno supremacista de extrema derecha de Netanyahu e imponer un alto el fuego en Gaza", exige medidas para liberar a los rehenes y promete "el reconocimiento inmediato del Estado de Palestina junto al Estado de Israel sobre la base de las resoluciones de la ONU".
Por supuesto, unas pocas líneas no zanjarán todos los rencores, pero sí demuestran que no hay nada absolutamente irreconciliable, incluidas las palabras utilizadas para describir lo que está sucediendo en Oriente Próximo, palabras que se supone que han sido la última gota de gasolina vertida sobre el nefasto tema de "las dos izquierdas" tan alejadas que ya no pueden librar batallas comunes.
Por supuesto, aunque las palabras cuenten, un texto y una profesión de fe sólo pueden juzgarse por cómo se llevan a la práctica.
Así, por ejemplo, es legítimo preguntarse qué valor tiene en el programa del NFP reconocer la explosión de actos antisemitas y racistas en la Francia contemporánea, pocos días después de que el líder de La Francia insumisa, su principal elemento, cometiera el error de decir que "el antisemitismo sigue siendo residual en Francia" cuando los actos antisemitas han experimentado un salto sin precedentes en los últimos meses.
A principios de mayo, Olivier Klein, delegado interministerial para la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el odio LGTBI (Dilcrah), lo cifró en más del 1.000% desde el 7 de octubre. El primer ministro, Gabriel Attal, anunció que se habían registrado 366 actos antisemitas en el primer trimestre de 2024, lo que supone un aumento del 300% con respecto a los tres primeros meses de 2023.
Pero también es legítimo ver en la profesión de fe del Nuevo Frente Popular no una forma de apaño retórico de un problema enterrado bajo la alfombra y dispuesto a reaparecer, sino un saludable desmentido dirigido a uno de sus principales dirigentes, con el fin de fijar un hoja de ruta clara para el futuro.
Palabras y señales
Otro posible ejemplo de esta necesaria coherencia entre palabras y hechos: ¿era oportuno recolocar a David Guiraud en las listas de LFI y del Nuevo Frente Popular en la octava circunscripción del Norte? La lucha contra el antisemitismo en la política contemporánea no debe reducirse a tamizar las palabras de tal o cual parlamentario para determinar la validez de su republicanismo, sobre todo si sólo nos interesamos por los símbolos antisemitas sin fijarnos en otras señales racistas. Pero es legítimo examinar el currículum de cada candidato, y el caso Guiraud es interesante también por lo que nos dice sobre la dialéctica entre acusaciones y reacciones, entre comentarios imperdonables y señales problemáticas.
En un artículo publicado en Mediapart, que define con razón como una "infamia" la acusación de antisemitismo lanzada contra LFI, y se toma la molestia de enumerar con precisión de qué se acusa a LFI y hacer una criba, la historiadora Ludivine Bantigny y los firmantes intentan rebatir las acusaciones lanzadas contra David Guiraud, cuya postura pro-Gaza es pública, sin filtros y en muchos aspectos justificada.
Según los investigadores firmantes de ese artículo, al responder a una queja presentada por el Observatorio de Judíos de Francia a raíz de unos comentarios del diputado sobre Israel publicando un dibujo del popular manga One Piece en el que se habla de "dragones celestiales", David Guiraud, como "buen conocedor de los mangas", no hizo más que señalar a los "villanos" de la historia "sin escrúpulos ni ética". Evidentemente, le habría "sorprendido mucho que se le acusara de antisemitismo a este respecto".
Sobre este punto, las pruebas son sin embargo insuficientes. Porque si David Guiraud es efectivamente un "buen conocedor de los mangas", no puede dejar de ser consciente de que los "dragones celestes" no son simples "villanos", sino personajes que controlan el mundo y que se han convertido progresivamente, en los foros de videojuegos y en buena parte de Internet, en una alusión política, conspirativa y antisemita a los judíos.
Hay que negarse a reducir este problema a la dicotomía "antisemita o no"
Este caso debería servir para recordar dos requisitos previos, sin los cuales será difícil salir de la trampa que se ha tendido. El primero es que tenemos derecho a esperar que los representantes de la nación y las principales figuras políticas sean lúcidos y honestos sobre las señales que están enviando. Es inconcebible que un diputado pueda limitarse a decir "no lo sabía" cuando difunde imágenes antisemitas.
El segundo requisito es negarse a reducir este problema a la dicotomía "antisemita o no", tanto para combatir la persistencia de un antisemitismo de izquierdas como para no verse atrapado por la forma en que los macronistas e incluso la extrema derecha intentan en este periodo electoral utilizarlo como argumento contra el Nuevo Frente Popular.
Sobre todo porque los debates recurrentes en torno a las definiciones oficiales de antisemitismo muestran la dificultad de entender el fenómeno. Si sólo calificamos de antisemitas las pintadas de cruces gamadas o cuando se dice "sucio judío", corremos el riesgo de pasar por alto otras manifestaciones menos explícitas, del mismo modo que el racismo anti-árabe queda disimulado tras la crítica a la religión musulmana o la defensa de sus mujeres.
Pero si calificamos –y por tanto descalificamos– como antisemita igualmente a quien ha cometido actos o pronunciado palabras que entran en el ámbito de la ley y a quien no ha desmontado los estereotipos con los que estamos individual y socialmente formados, no saldremos de ahí. Como tampoco lo haremos negándonos a aceptar el principio de que una de las prioridades de la izquierda es precisamente desmontar esos estereotipos culturales o étnicos en nuestros imaginarios y prácticas.
El caso Mélenchon
Desde ese punto de vista, podemos considerar los comentarios de Jean-Luc Mélenchon de otra manera que no sea a través de una mala pregunta –en los dos sentidos de la palabra–: ¿antisemita o no? Cuando Mélenchon dice que el presidente de la Asamblea Nacional "campa" a favor de Tel Aviv y se le critica por utilizar ese término para revivir una terminología antisemita cuya genealogía sólo siguen un puñado de historiadores especializados en estos temas, cuando el líder de La Francia Insumisa se refiere cada poco al "campismo" pro o antiamericano, es difícil ver otra cosa que no sea una repugnante voluntad de descalificación.
Otra cosa es cuando Jean-Luc Mélenchon recicla, voluntariamente o no, clichés antisemitas como el del pueblo deicida, en julio de 2020, en el plató de BFMTV. Cuando se le pregunta sobre la violencia policial y si "las fuerzas del orden deberían ser como Jesús en la cruz, que no se defiende", responde: "No sé si Jesús estuvo en la cruz, pero sí sé que, al parecer, fueron sus propios compatriotas quienes le pusieron allí".
Lo mismo ocurrió cuando, un año más tarde, el mismo Mélenchon reaccionó a las declaraciones del rabino de Francia, Haïm Korsia, que calificaba al candidato de extrema derecha Éric Zemmour de antisemita, con estas palabras: "Que un judío sea antisemita es una novedad. [...] Me parece que se equivoca. El Sr. Zemmour no debe ser antisemita porque reproduce un montón de escenarios culturales –'no cambiamos nada en la tradición, no nos movemos, la creolización, Dios mío, qué horror'– todo eso son tradiciones que están muy ligadas al judaísmo". En cuanto a su afirmación de que el carácter reaccionario de Zemmour proviene de su judaísmo, Mélenchon reconoció que estaba "dispuesto a admitir" que se había "expresado mal".
O cuando acusó a la primera ministra británica Elisabeth Borne, hija de un superviviente de los campos nazis, de defender un "punto de vista extranjero", extendiendo así un viejo motivo antisemita: el de la "doble lealtad", a Francia y a Israel, de la que los judíos son a la vez responsables y culpables.
Diseccionar cada uno de los dudosos comentarios de Mélenchon es un ejercicio en gran medida condenado al impasse
Esas señales, deliberadas o inconscientes, podrían abogar, como otros acontecimientos recientes, por una retirada de Jean-Luc Mélenchon, que polariza y alimenta las pasiones hasta tal punto que acaba debilitando a la izquierda, de la que era uno de los principales combatientes cuando estaba casi sólo en el campo de batalla.
Pero diseccionar cada uno de los dudosos comentarios de Mélenchon, ya sea para demonizarlo o, por el contrario, para mostrar una declaración más clara que podría haber hecho, es un ejercicio en gran medida condenado al impasse y en el que, en cualquier caso, no corresponde a Emmanuel Macron, Serge Klarsfeld o Jordan Bardella decidir el tempo.
Cualesquiera que sean los errores cometidos por Mélenchon, ya sea por insensibilidad, ignorancia o estrategia electoral, e incluso si hay que considerarlos errores y tratarlos como tales, no pueden compararse con la historia y las posiciones de la extrema derecha. La cuestión política urgente no es pues tratar de medir el grado de indiferencia hacia las preocupaciones de los judíos por parte del líder de La Francia Insumisa y decidir a partir de ahí si se le considera injustamente radioactivo o legítimamente visto como alguien no recomendable.
Urge, en primer lugar, luchar contra la miopía que muestra la izquierda ante la persistencia o la reaparición de motivos antisemitas en su seno, históricamente bajo la apariencia de una posición anticapitalista alimentada con tópicos que asocian a los judíos y el dinero, y más recientemente bajo la forma de críticas a Israel susceptibles de ocultar a veces una hostilidad más general y genérica hacia la comunidad judía.
Así lo demostró Robert Hirsch en su obra pionera, La izquierda y los judíos (edit. Le Bord de l'eau), que sigue siendo de actualidad. Pero es también lo que se propone el programa del Nuevo Frente Popular, lo que constituye una razón para apoyarlo frente a quienes querrían desacreditarlo aduciendo un vicio antisemita oculto, cuando se niega precisamente a dar la espalda a un problema al que una parte de la izquierda ha preferido a veces restar importancia.
La trampa de la deslegitimación
La siguiente tarea urgente es evitar la doble trampa que la permeabilidad de la izquierda hacia los símbolos antisemitas supone para las únicas fuerzas que abogan por una ruptura emancipadora e igualitaria con el pasado. La primera trampa ha sido repetida e identificada: culpar al Nuevo Frente Popular del estigma político del antisemitismo sirve sobre todo para hacer olvidar la larga tradición antisemita de la extrema derecha francesa, que es la única opción política que presenta a nostálgicos del nazismo como candidatos en las próximas elecciones, a pesar de la "limpieza imposible" que Marine Le Pen y Éric Ciotti han intentado mostrar retirando sus candidaturas a dos candidatos en los últimos días.
Pero esta primera trampa oculta una segunda, subsiguiente y menos visible, a saber, la forma en que una parte de las clases medias y altas, por no hablar de los ultra-ricos y sus perros guardianes mediáticos, pretenden, con acusaciones de antisemitismo, deslegitimar un proyecto que repartiría la riqueza de forma diferente y amenazaría sus ventajas y posiciones.
En efecto, es más fácil negarse a votar a una izquierda supuestamente no recomendable que asumir depositar una papeleta en la urna únicamente en función de los propios intereses de clase, que serán mejor defendidos por los macronistas, LR o RN que por el Nuevo Frente Popular. También en este caso, esa práctica no es nueva.
Uno de los primeros casos de este intento de deslegitimar a la izquierda radical mediante acusaciones antisemitas fue en el programa de Alain Finkielkraut sobre France Culture en 2007. El lingüista y ensayista Jean-Claude Milner se refirió a Pierre Bourdieu y a su obra Los Herederos, publicada en 1964, declarando sin la menor prueba: "Tengo mi tesis sobre lo que Bourdieu entiende por 'herederos': 'los herederos' son los judíos". Luego añadió: "Creo que es un libro antisemita.” O intentar, hoy como ayer, ahogar un cuerpo vivo decidido a luchar contra la dominación acusándolo de rabia antisemita.
La trampa es tan vieja como burda, pero eso no impide que funcione. Entonces, ¿qué hacer con la confusión sembrada por la reciente posición de Serge Klarsfeld ahora que el proceso antisemita parece capaz de trazar nuevas líneas divisorias en el tablero político?
El antes y el después del 7 de octubre de 2023
¿Qué se puede hacer cuando la explotación del antisemitismo y del anti-antisemitismo supera el círculo de los "sospechosos habituales" y las obsesiones de Alain Finkielkraut, que teme verse "obligado" a votar por RN, después de haber cedido varias veces gustoso la palabra a su amigo Renaud Camus, habitual de las gracietas antisemitas y capaz de tuitear, en 2017, que "el genocidio de los judíos fue sin duda más criminal, pero sigue pareciendo una minucia comparado con el reemplazamiento global"?
El primer reflejo es, sin duda, recordar que el antisemitismo no es una hidra atemporal que se extiende por todas las épocas y continentes, sino que adopta diferentes formas y alcanza distintos grados de intensidad a lo largo de la historia y la geografía. Tener en cuenta estas variables no es una forma de relativizar la hostilidad hacia los judíos y las judías, sino la condición misma para combatir eficazmente el antisemitismo.
Sólo a partir de una situación atenta tanto al contexto en el que se expresa como a las condiciones políticas y sociales concretas en las que se manifiesta podremos determinar si un determinado comentario de LFI puede calificarse de antisemita, si la lista de crímenes de Israel se convierte en una obsesión o si la insistencia de Macron de pasar por el banco Rothschild va más allá de la denuncia de la oligarquía.
Ser indiferente o no hacer caso a las preocupaciones de los judíos franceses después del 7 de octubre no tiene exactamente el mismo significado ahora que antes de la masacre terrorista de Hamás. Del mismo modo, las críticas a la política israelí pueden ser legítimamente más incisivas, incluso impulsivas, en un momento en que la carnicería en Gaza dura ya ocho meses.
El segundo reflejo es más contraintuitivo y, por tanto, sólo puede enunciarse en forma de hipótesis.
¿No es justo en el momento en que Israel comete los peores crímenes de su historia, justo en el momento en que es más legítima la denuncia de la política llevada a cabo por su gobierno extremista, cuando detrás de las críticas al Estado hebreo hay que descubrir a quienes ya no se molestan en ocultar su hostilidad hacia los judíos bajo el disfraz del antisionismo? ¿En lugar de repetir, aunque sea con razón, que no hay una línea de igualdad entre antisionismo y antisemitismo, y que es inaceptable ser acusado de antisemitismo simplemente porque nos rebelamos contra lo que está ocurriendo ante nuestros ojos en Gaza? Es posible rechazar el macartismo imperante sin ceder a los defraudadores que a veces pueblan nuestras propias filas.
Y por simetría, ¿no es precisamente en un momento en que los actos antisemitas conocen un recrudecimiento sin parangón desde hace décadas en Francia, y más ampliamente en Europa, cuando debemos admitir que la actual política israelí es responsable de una buena parte de la hostilidad actual hacia los judíos de la diáspora? Y ello a pesar de que culpar a los judíos de lo que les sucede es uno de los motivos más antiguos del antisemitismo europeo.
Luchar contra el antisemitismo con claridad
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Es posible negarse a subestimar el trauma judío reactivado por el 7 de octubre sin apuntar al blanco equivocado, y sin escatimar las responsabilidades del gobierno israelí y de quienes serán los aliados gubernamentales de la extrema derecha israelí –pero no necesariamente amigos de los judíos– si la Agrupación Nacional gana el 7 de julio.
Traducción de Miguel López