'Y Dios no creó a Trump' o qué pasará con el apoyo de los nacionalistas cristianos tras ser declarado culpable

Conferencia del expresidente Donald Trump el día después de ser declarado culpable de los 34 delitos investigados en el 'caso Stormy Daniels'.

Maya Kandel (Mediapart)

El juicio que acaba de terminar en Nueva York, en el que el ex presidente ha sido declarado culpable de influir en las elecciones de 2016 sobornando a una actriz porno, será probablemente el último de Donald Trump antes de las elecciones presidenciales de noviembre. Los analistas trabajan ahora sobre el veredicto y su impacto en el electorado, pero hay un grupo que parece inmune a las dudas: la base más leal y ferviente de Donald Trump, los cristianos evangélicos blancos, que le han apoyado en más de un 80% desde 2016. 

La reacción de Trump es previsible: continuará con el victimismo que refuerza su posición de candidato antisistema. Buscará la venganza y dirá que lo hace por sus votantes

Una diferencia entre esta campaña y las de 2016 y 2020 radica en la imagen de “bandido” que cultiva y adapta según su público, comparándose a veces con Al Capone, invitando a subir al escenario a raperos acusados de asesinato en el Bronx, o afirmando en otro lugar que los acusados el 6 de enero son presos políticos “como él”. Cuando se dirige a su base cristiana, se compara con Cristo.

Porque los cristianos evangélicos blancos siguen apoyando a Trump, incluso después de un juicio que parece haber sido una concentración de sus peores pesadillas: mentiras, corrupción, adulterio y, para colmo, pornografía. Para entenderlo, hay que repasar la transformación de la religiosidad en Estados Unidos en los últimos veinte años, y sus vínculos con el Partido Republicano y la actual candidatura de Trump. Una evolución que tendrá profundas consecuencias políticas si Trump gana el próximo noviembre. 

Mártir de la guerra cultural

La campaña de Trump desde finales de 2022 ha hecho un uso cada vez mayor del lenguaje apocalíptico, comparando las elecciones de 2024 con la “batalla final”, y la campaña contra Biden con una batalla entre el Bien y el Mal. En esta batalla, Trump es “el que recibe los golpes por vosotros”, el único que se interpone entre el “régimen marxista de Biden” y los “cristianos perseguidos”. Todas estas fórmulas se repiten en sus mítines. 

La religión está en el centro de esta lucha política, pero su lugar ha cambiado de naturaleza: ya no es una cuestión de fe, sino de identidad. Trump y los pastores que le apoyan invocan una lucha por el “alma de Estados Unidos”, en respuesta a Biden, que hizo campaña en 2020 con la promesa de restaurar ese “alma”. 

Este cara a cara es un enfrentamiento sobre la definición de la identidad americana. Richard Land, ex presidente de la organización evangélica Southern Evangelical Seminary y editor del Christian Post, describió la acusación de Trump como una “yihad” del departamento de Justicia contra el ex presidente. Son ellos, los fundamentalistas cristianos, quienes apoyan al candidato republicano. 

La alianza entre los cristianos conservadores y Trump en 2016 fue ante todo un contrato, un intercambio de buenos oficios, entre otras cosas un apoyo electoral a cambio de jueces conservadores del Tribunal Supremo, por su gran lucha contra el derecho al aborto. Un contrato que Trump cumplió, de ahí su lealtad en 2020. 

Pero en 2024, la relación va más allá, como resultado del legado de la primera presidencia de Trump, el asalto al Capitolio y la evolución religiosa de los últimos veinte años, en particular la expansión de los llamados cristianos “carismáticos” de la Nueva Reforma Apostólica. 

Transformación de la religiosidad

En primer lugar, hay que recordar que en Estados Unidos hay cada vez más “no religiosos”, ateos o agnósticos, como en otras democracias occidentales. Los cristianos evangélicos blancos son una minoría cada vez más pequeña pero políticamente influyente. Trump se ha convertido en el brazo armado de las preocupaciones de esta población, que ya no es mayoritaria en Estados Unidos, lo que explica también su paranoia, su sentimiento de persecución y su activismo. 

Se trata de un nuevo despertar religioso en el sentido de una lucha política, como en los anteriores despertares religiosos que han marcado la historia estadounidense: tras la lucha contra la esclavitud o el alcoholismo, esta vez se trata de una lucha contra la secularización de la sociedad, contra el aborto, el matrimonio gay y los derechos de las minorías en general. 

Todo eso es anterior a Trump. Ronald Reagan ya había formado una alianza con la Moral Majority, que más tarde se convertiría en la Christian Coalition of America. Pero con Trump cambió la naturaleza de esta alianza, que dio mayor protagonismo al reciente movimiento de cristianos carismáticos, descrito por el profesor canadiense André Gagné en su libro Ces évangéliques derrière Trump (Esos evangélicos detrás de Trump).

Los cristianos carismáticos son también la punta de lanza del nacionalismo cristiano, reivindicado ahora por algunos políticos republicanos

Cuando entró en la carrera presidencial, Trump, a diferencia de los demás candidatos, no tenía fieles ni vínculos con el mundo evangélico: en el verano de 2015, al inicio de su campaña, recurrió por tanto a la televangelista Paula White, la más conocida en Florida, un Estado donde hay más canales religiosos que deportivos y donde se encuentra su residencia de Mar-a-Lago. 

Paula White, que se convertirá en su consejera espiritual en la Casa Blanca, creará también su Consejo Nacional de la Religión con otras personalidades de ese movimiento carismático, en particular con uno de sus pastores y teóricos más conocidos, Lance Wallnau, autor de un libro de apoyo a Trump titulado God's Chaos Candidate: Donald Trump (El candidato del caos de Dios: Donald Trump). 

La particularidad de estos cristianos carismáticos, aparte de su creencia en la llegada de nuevos apóstoles a partir de 2001 (de ahí el nombre de Nueva Reforma Apostólica), es que están por la conquista del poder político en Estados Unidos. Para ellos, Trump es “el elegido de Dios”, un Ciro de los tiempos modernos. Creen en profetas y profecías, que se prestan bien a los memes y tuits de la era electrónica. El inspirador del movimiento, el misionero C. Peter Wagner, lo consideró “el cambio más radical desde la Reforma protestante”. 

Esta evolución del protestantismo americano, otro síntoma de una era de desintermediación generalizada, se ha visto impulsada por la aparición de las redes sociales, sobre todo al tratarse de una religión con múltiples denominaciones y sin clero jerárquico. Estos cristianos son también la punta de lanza del nacionalismo cristiano, reivindicado ahora por algunos políticos republicanos, entre ellos el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson. Este nacionalismo cristiano puede definirse como un marco que confunde la identidad americana con la cristiana, viendo ambas estrechamente vinculadas y tratando de reforzar y preservar su unión. Muchos de sus símbolos estuvieron presentes en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. 

El nacionalismo cristiano y el nuevo Partido Republicano

Con Trump, la religión se ha convertido en una marca de identidad más que en una cuestión de fe. Es lo que han teorizado los intelectuales del trumpismo, los que desde 2019 esperan una era post-Trump pero por el momento se conforman con él. En este derecha redefinida por el trumpismo en programas como el Project 2025 de la Heritage Foundation, el lugar de la religión constituye una ruptura en la historia estadounidense, incluso se podría hablar de una revolución para la República Americana, una república en lugar de una democracia, según sus palabras

En 2022, el movimiento NatCon, el conservadurismo nacional, publicó una Declaración de Principios, cuya parte sobre Dios y la religión pública afirma: “Allí donde exista una mayoría cristiana, la vida pública debe estar enraizada en el cristianismo y su visión moral, que debe ser respetada por el Estado y otras instituciones públicas y privadas.” Una afirmación totalmente contraria a la Constitución estadounidense, que relega claramente la religión a la esfera privada: de hecho, es la primera frase de la Primera Enmienda de la Constitución, antes de la libertad de prensa. 

El movimiento carismático pide lo mismo que los conservadores nacionales. Por ejemplo, el mandato de las “siete montañas” reivindicado por Paula White y la Nueva Reforma Apostólica considera que los cristianos están llamados a liderar siete instituciones clave de la sociedad: la familia, la Iglesia, la educación, los medios de comunicación, las artes, los negocios y el gobierno. 

Desde 2021, y principalmente entre los seguidores evangélicos blancos de Trump, se reivindica cada vez más el nacionalismo cristiano y es aceptado dentro del propio Partido Republicano. Según el Public Religion Research Institute, el 10% de los americanos se consideran nacionalistas cristianos, pero otro 20% simpatiza con ellos. Aquí también han jugado un papel impulsor las redes sociales, cuya fuerza unificadora se amplificó de 2020 durante la pandemia del Covid y está vinculada a la propagación del movimiento conspirativo QAnon

La aceleración por la pandemia y el asalto al Capitolio

El cierre de iglesias al comienzo de la pandemia provocó una caída de los grupos de oración y de ciertas comunidades religiosas online en Estados Unidos. En aquel momento, la MIT Technology Review destacó la propagación de las teorías conspirativas de QAnon dentro de las comunidades evangélicas. Recordemos que QAnon es una conspiración antisistema en la que se compara a las élites con criminales pedófilos, dando lugar a eslóganes populares como #savethechildren: ¿quién no querría “salvar a los niños”... 

Esas mismas redes desempeñaron un papel importante en la organización del asalto al Capitolio el 6 de enero: recordemos al chamán de QAnon” con los cuernos de bisonte; la única víctima entre los asaltantes, Ashli Babbitt, era también seguidora. 

Un documento del comité del Congreso sobre el 6 de enero destacó la religiosidad omnipresente de los asaltantes, con sus Biblias por delante, banderas cristianas y sesiones de oración. Para Andrew Seidel, de la Freedom from Religion Foundation, “las numerosas y dispares identidades e ideologías visibles durante el asalto se unieron bajo la bandera del nacionalismo cristiano”. También hace referencia a las marchas de Jericó, que sirvieron de ensayo y fueron organizadas por organizaciones cristianas. También había miembros de las milicias Proud Boys y Oath Keepers.

Los mítines de Trump siempre se parecen a los grandes espectáculos, pero ahora estamos entre un concierto y un despertar cristiano

 En este vídeo de un reportero del New Yorker (en el minuto ocho) se puede ver la oración organizada en el Senado el 6 de enero por el chamán QAnon: “Gracias por permitirnos deshacernos de los comunistas, los globalistas y los traidores de nuestro Gobierno. En el nombre de Cristo, oremos. Amén.” 

De esas frases se hacía eco Trump, que declaraba por ejemplo el 4 de marzo en Virginia: “Expulsaremos a los globalistas, expulsaremos a los comunistas, a los marxistas y a los fascistas, y rechazaremos a la clase política enferma que odia a nuestro país.” Las mismas palabras clave pueden encontrarse en el anuncio de campaña “Y Dios creó a Trump” (para salvar a Estados Unidos). 

Es una novedad de esta campaña de 2024: los mítines de Trump siempre se parecen a los grandes espectáculos, pero ahora estamos entre un concierto y un despertar cristiano. Trump, además, está vendiendo Biblias, gorras de Make America Godly Again (Haz a América creyente otra vez) y otros artículos con “Jesús mi profeta, Trump mi presidente”. 

La figura de Cristo sentado en la sala junto a Trump no es más que el resultado de la evolución del trumpismo. El vínculo con la base cristiana ha cambiado de naturaleza. Al principio, Trump utilizaba el movimiento, ahora el movimiento también le moldea a él. Ya no es sólo un contrato, es algo que va más allá. 

Igual que una segunda administración Trump iría también más allá. Lo que empezó como un llamamiento populista para salvar una “verdadera América” es ahora un movimiento político radicalizado, a veces violento, reñido con la Constitución del país y con su Primera Enmienda.

 

 Caja negra

Maya Kandel es una investigadora independiente, asociada a la Universidad de París 3 Sorbonne-Nouvelle (laboratorio CREW), especializada en Estados Unidos y que trabaja en particular sobre la transformación de la derecha americana.

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Traducción de Miguel López

 

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