Lo que está en juego en la guerra entre X y Brasil: Musk busca imponer un gobierno favorable
En un artículo de opinión publicado el martes 17 de septiembre de 2024, varios intelectuales de todo el mundo se pusieron del lado de Brasil en su batalla contra X, antes Twitter, la plataforma de Elon Musk. Porque lo que está en juego no es sólo el equilibrio de poder entre el multimillonario californiano y el presidente brasileño, sino, según el artículo, la "soberanía" de los Estados frente a las grandes empresas tecnológicas, comúnmente llamadas big techs.
Detrás de esta noción de soberanía está la de democracia y Estado de Derecho. Un Estado democrático toma decisiones y establece un marco para el derecho a la libertad de expresión, y eso es precisamente lo que persiguen X y en general las big techs, de diversas formas.
Echemos un vistazo rápido a la situación brasileña. A finales de agosto, el primer juez del Tribunal Supremo del país, Alexandre de Moraes, decidió bloquear X en territorio brasileño, donde la plataforma tendría unos 40 millones de suscriptores. Sobre el papel, el objetivo era obligar al grupo de Elon Musk a nombrar un representante legal para responder a determinadas acusaciones, en particular las relativas a la difusión de información falsa, incitación al odio y declaraciones antidemocráticas.
Para el juez brasileño, lo que X pretendía era "escapar del control jurisdiccional" del país. Por una razón evidente: imponer una agenda política en un país profundamente dividido y amenazado por la extrema derecha. De hecho, el miércoles 18 de septiembre, al menos por el momento, X consiguió volver a las redes brasileñas a través de otro sitio web, Cloudflare, que Brasil difícilmente podría bloquear porque transporta el tráfico de millones de webs.
Subyugar a los gobiernos
Para los autores del artículo, sin embargo, la cuestión no es sólo de política interior brasileña. Lo que Elon Musk trata de imponer es sobre todo un gobierno favorable a sus intereses, es decir, un gobierno que acepte la lógica depredadora de las grandes empresas digitales. En este sentido, el asunto brasileño no trata sólo de Brasil, ni mucho menos.
Los intelectuales que han firmado el artículo piden "a las grandes tecnológicas que cesen en sus intentos de sabotear las iniciativas brasileñas destinadas a crear capacidades independientes en inteligencia artificial, infraestructura digital pública, gestión de datos y tecnología de la nube". Según Cédric Durand, economista de la Universidad de Ginebra, autor del libro Tecno-feudalismo (edit. La Découverte, 2020) y firmante de la tribuna, Brasil intenta actualmente desarrollar tecnologías en el ámbito de la inteligencia artificial médica y lingüística, pero se ve obstaculizado por los monopolios de los grandes grupos, en particular en la nube.
La voluntad de romper la asimetría de la economía digital es inaccesible para un país como Brasil, lo que significa que la cuestión concierne a todos los países del mundo
El duelo entre Brasil y X no es, por tanto, más que la punta de un enorme iceberg que afecta a la relación, ya muy compleja, entre los gobiernos y los gigantes digitales. "La voluntad de romper la asimetría de la economía digital es inaccesible para un país como Brasil, lo que significa que la cuestión concierne a todos los países del mundo, con la posible excepción de China y Estados Unidos", explica Cédric Durand.
Utilizando el vocabulario del tecno-feudalismo, los Estados estarían en proceso de vasallaje por parte de las big tech, es decir, tendrían que someterse a las condiciones impuestas por sus señores para acceder a servicios que se han convertido en esenciales y que, con la inteligencia artificial, van a ser cada vez más indispensables. Esas condiciones incluyen elementos cruciales para estos países, como el acceso a los recursos naturales, las materias primas y la electricidad.
Así que aquí hay mucho en juego: se trata de saber qué margen de maniobra tendrán los gobiernos frente a ese poder. Porque lo que Elon Musk quiere precisamente evitar a toda costa es cualquier forma de autonomía estatal frente a ese poder digital. Su apoyo a la extrema derecha puede ser ideológico, pero es también, y sin duda sobre todo, un apoyo al bando que acepte ese vasallaje.
Libertarismo digital
Aquí es donde la cuestión de la libertad de expresión se encuentra con la cuestión del vasallaje. Evidentemente, Elon Musk y la extrema derecha americana se indignaron por la prohibición de X en Brasil, que consideran una "censura" y un ataque a la "libertad de expresión". Pero su visión de la "libertad de expresión" es la de sus gurús libertarios como Murray Rothbard.
Es interesante hacer una breve incursión en el pensamiento de Rothbard porque sitúa la "libertad de expresión" por encima de la propia democracia, un concepto que desprecia. Si un discurso destruye la democracia porque es "el mejor", entonces la democracia debe desaparecer sin rechistar. La libertad de expresión libertaria puede parecer atractiva porque pretende no tener límites, pero en realidad es una condena de la relación social preexistente.
Cuando una empresa tiene la capacidad de almacenar, controlar y poseer los términos del debate público, como ocurre ahora en gran medida con X, Google o Apple, la democracia ya no es "libre", sino que está bajo la tutela de quienes utilizan la "libertad de expresión" para tomar sus propias decisiones y determinar el verdadero acceso al espacio público. Por supuesto, todo el mundo puede ser formalmente libre de expresarse, pero lo que cuente, lo que tenga peso, lo que se imponga será en realidad elegido por los gigantes digitales.
Así pues, es lógica la alianza, cada vez más estrecha, entre esos gigantes y la extrema derecha libertaria: permite eludir las garantías democráticas, debilitar a los Estados en beneficio de clanes privados y crear un entorno cultural desfavorable a cualquier intento de retomar el control del espacio mediático, en particular explotando las cuestiones raciales y migratorias.
El objetivo final es reducir el Estado a un mero actor privado, aniquilando toda forma de soberanía
Los gobiernos de extrema derecha están encantados de compartir el poder con los gigantes digitales. Aceptan de buen grado ese vasallaje, que de facto adopta la forma de una creciente privatización de las funciones estatales. Por eso no es de extrañar que el presidente argentino, Javier Milei, proclamado libertario y admirador de Murray Rothbard, fuera uno de los principales críticos de la decisión brasileña. "Sólo un tirano podría tomar una decisión tan opresiva", dijo, provocando una protesta oficial de Brasilia, que calificó sus palabras de inaceptables. Pero es cierto que el modelo de Milei para Argentina es Irlanda, ejemplo de país tan sometido por las big techs que, durante años, condonó el dinero que le debía Apple.
Detrás de la guerra de trincheras entre X y Brasil se esconde, pues, la introducción de una nueva forma de "control" estatal que recuerda a la "disciplina de mercado" impuesta por el FMI a los países y los mercados financieros. Además, los defensores de esta disciplina de mercado, como Javier Milei, son también defensores de la dominación digital. El objetivo último es pues reducir el Estado a un mero actor privado, aniquilando toda forma de soberanía.
El servicio público mundial como respuesta
Cédric Durand subraya que esta presión de las grandes tecnológicas es más fuerte que la de los mercados financieros. "Los mercados financieros utilizan el chantaje contra los gobiernos, pero las empresas digitales pueden obligarles directamente", señala. En Amazonia, el servicio de comunicación por satélite Starlink, propiedad de Elon Musk, es la única forma que tienen decenas de miles de personas de conectarse a Internet. Pero el multimillonario americano no ha utilizado esa táctica de presión, a pesar de que Brasilia ha utilizado los fondos de Starlink para cobrar las multas a X. Pero está claro que los gigantes digitales tienen formas de respuesta que no se pueden ignorar.
¿Existe una alternativa a este vasallaje? Cédric Durand explica que el objetivo del artículo no es sólo advertir del peligro de esta dependencia, sino también establecer "un frente internacional a favor del servicio público" en lo digital. Puesto que nadie parece poder prescindir de estas tecnologías, es esencial liberarse de esa dominación para desarrollar el acceso del mayor número posible de personas en condiciones democráticamente validadas. En definitiva, un servicio público.
Como señala Cédric Durand, las soluciones nacionales son ineficaces frente a los gigantes digitales. "Plantear la cuestión del acceso a los servicios públicos digitales sólo puede hacerse en el marco de una alianza internacional", añade. En otras palabras: defender la soberanía de un país requiere cooperación internacional.
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Esto puede sonar utópico, pero no lo es tanto como parece. La Unión Postal Universal, por ejemplo, fundada en 1874, demuestra que era posible establecer sistemas de compatibilidad y cooperación entre servicios públicos internacionales. La escala es obviamente diferente, pero el caso brasileño y varios otros ejemplos de tensiones entre big techs y gobiernos muestran que no se puede descartar una resistencia a la apisonadora digital privada. "Por primera vez, parece posible plantear la cuestión de un servicio público mundial", afirma Cédric Durand. Esto es precisamente lo que hizo Brasil cuando decidió bloquear X.
Traducción de Miguel López