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La inflación se extiende por un efecto dominó a través de todo el planeta

Imagen de archivo de una oficina de cambio de divisas en Moscú.

Martine Orange (Mediapart)

Es cuestión de semanas, según algunos especialistas en divisas. Para ellos, el movimiento es inexorable: a corto plazo, el euro estará en paridad con el dólar. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, la moneda europea ha perdido más del 7% de su valor frente a la divisa estadounidense. El euro vale ahora 1,05 dólares.

Para el Banco Central Europeo y los responsables europeos, esta equiparación entre las dos monedas podría parecer una derrota. Desde su creación, el euro siempre ha sido una moneda fuerte, superior al dólar. Ha fluctuado entre 1,2 y 1,3 dólares, con picos ocasionales de 1,4 o más.

Mientras que la Reserva Federal de EEUU ya ha comenzado a subir sus tipos de interés, lo que refuerza el atractivo del dólar en estos tiempos de incertidumbre, esta depreciación del euro sólo puede empujar al Banco Central Europeo a volver a una política monetaria más restrictiva lo antes posible. La caída de la moneda europea añade un nuevo ladrillo al muro inflacionista que se está levantando a lo largo de toda la cadena económica: si la moneda es más débil, el coste de los productos importados, principal motor de la actual explosión de los precios, se disparará, empezando por el petróleo y el gas que se pagan en dólares.

La subida de los precios de la energía y de las materias primas agrícolas, la subida de los precios de los alimentos y de primera necesidad... los vientos en contra se abren paso en todo el continente y empiezan a preocupar seriamente. La inflación supera ya el 11% en los Países Bajos, el 9,8% en España y el 7,4% en Alemania. De media, se situó en el 7,5% en la zona euro en abril. Es el nivel más alto en 30 años.

A medida que la guerra en Ucrania se intensifica y se prolonga –probablemente mucho más de lo que los responsables europeos preveían–, los efectos de las sanciones contra Rusia, combinados con la parálisis de una parte de China, están empezando a socavar los motores económicos.

Tras la amenaza de un embargo total de Europa al petróleo ruso, los precios del crudo se han asentado permanentemente en torno a los 110 dólares el barril (frente a los 55 dólares de hace un año). "Es probable que los precios del gasóleo y la gasolina sigan siendo altos durante mucho tiempo", advierten los refinadores, explicando que no hay suficientes fuentes alternativas para sustituir a Rusia. La situación es aún más crítica en el caso del gas, que ronda los 100 euros por MWth y ahora supera ampliamente los 125 euros (frente a los 25 de hace un año), desde que Rusia comenzó a restringir sus suministros.

El contagio se extiende. Con la congelación de las exportaciones de trigo de Ucrania y el anuncio de India de prohibir su producción, el precio de la tonelada de trigo en los mercados europeos superaba esta semana los 438 euros. Se trata de un nivel desorbitado para Europa, pero aún más para los países emergentes, que están directamente amenazados por la escasez de alimentos. Pero también deberíamos hablar de la cebada, los fertilizantes, la pasta de papel, el aluminio, el níquel, la madera, el caucho... La lista es interminable.

El efecto dominó está en pleno apogeo: la inflación se extiende por toda la economía. Un sector tras otro se ve afectado

Pero a partir de ahora ya no se puede hablar de una inflación transitoria limitada a la energía y a algunos sectores afines. El efecto dominó está en pleno apogeo: la inflación se extiende por toda la economía. Todos los sectores se ven afectados de un modo u otro, ya sea por el encarecimiento de sus suministros, por el aumento de sus costes de producción, debido a la subida de los precios de la energía o simplemente por sus costes de transporte y logística.

El vals de las etiquetas ha comenzado en todas las cadenas de distribución y tiendas. El precio de la pasta ha subido un 15%; el precio del aceite, que escasea, ha subido un 20%, y el precio de la leche o incluso del agua ha subido unos céntimos aquí y allá. Por no hablar de la gasolina a más de 2 euros el litro. Esto acaba representando aumentos sustanciales en las compras de productos que suelen ser de primera necesidad.

Y esto es sólo la primera ola. A fuerza de vivir en un contexto de baja inflación o incluso de deflación durante décadas, hemos olvidado la existencia de ciertos mecanismos de ajuste de los precios a la inflación, que sólo esperan ser reactivados. El índice del coste de la construcción que sirve de referencia para la indexación de los alquileres, por ejemplo, incluye una variable que tiene en cuenta la subida de los precios. A partir del final del segundo trimestre, esto se reflejará directamente en los precios de la vivienda. Los contratos de concesión de las autopistas, renegociados en 2015 bajo la dirección de Elisabeth Borne, entre otros, también prevén una revisión de las tarifas de peaje en función de la inflación. Esto se aplica a muchos otros contratos.

Este aumento de la presión sobre los presupuestos domésticos empieza a notarse en todas partes. Los bancos de alimentos están viendo a personas que antes llamaban a sus puertas, pero que ahora no llegan al día 15 de cada mes. Otros están reduciendo su consumo al máximo. En todos los países europeos, la demanda –uno de los motores de la economía– está cayendo y la moral de los hogares está a media asta.

Revisiones de las previsiones

Tras semanas intentando negar la actual recesión económica, la Comisión Europea tuvo que rendirse a la evidencia: el 16 de mayo revisó sus previsiones para 2022. Aunque esperaba que la inflación se situara en torno al 3,5%, ahora admite que podría situarse entre el 6,1% y el 6,8%. El crecimiento, en cambio, sólo sería del 2,8%.

Estas previsiones están sujetas a "un alto grado de incertidumbre" ligado a la evolución del conflicto y el panorama podría oscurecerse aún más, advirtió el Comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni. "Son posibles otros escenarios, en los que el crecimiento podría ser menor y la inflación mayor de lo que esperamos hoy".

En el peor de los casos, la Comisión Europea prevé una inflación superior al 9%, en caso de interrupción total del suministro de gas y petróleo de Rusia, y una recesión para toda la economía europea. "El impacto de la guerra en Ucrania podría ser incluso mayor de lo que el Banco Central Europeo y los mercados esperan. Hay riesgos de escalada", advierten los economistas de Bloomberg.

El mea culpa del BCE

No sería la primera vez que los pronósticos subestiman la magnitud de la crisis inflacionista. Desde el comienzo de la pandemia, incluso se han equivocado con regularidad. En un estudio publicado a finales de abril, el Banco Central Europeo entonó su primer mea culpa: admite que construyó escenarios demasiado optimistas y que se ha equivocado durante los dos últimos años sobre el aumento de la inflación.

Se justificó explicando que sus errores estaban esencialmente relacionados con "la evolución inesperada de los precios de la energía, unida a los efectos de la reapertura de la economía tras el levantamiento de las restricciones vinculadas al coronavirus, y a los de los cuellos de botella en el suministro mundial". "La subida de los precios de la energía no había sido prevista por los participantes en el mercado", añade en su defensa.

Si era difícil para todos prever que los precios del gas, del petróleo y de la energía se multiplicarían por cuatro, cinco o seis para el verano de 2021, ¿era realmente imposible evaluar las consecuencias cuando se produjeran estas subidas? Ya en el verano de 2021, cuando los precios del petróleo y del gas ya se habían duplicado o triplicado, muchos representantes de sectores industriales, o incluso simples observadores, advertían de las previsibles y nefastas consecuencias de un choque energético en la economía. Todos ellos insistieron en un hecho simple e innegable: los modelos económicos del mundo se basan en la energía barata, basada en el carbono, que nadie, a pesar de las grandes declaraciones sobre la transición ecológica, ha querido cambiar en los últimos veinte años. La modificación de este factor por sí solo sólo puede conducir a la ruptura de todos los equilibrios internos.

Las autoridades europeas estaban perfectamente informadas y no podían ignorar este hecho. Su voluntad de minimizar la gravedad de la situación, que a veces raya en la negación, procede de otro ámbito: la incapacidad de imaginar o incluso de desprenderse de un modelo económico que les parece un éxito.

Desde hace más de 20 años, China, convertida en el taller del mundo, con sus salarios de bajo coste y su producción a precios que desafían toda competencia, ejerció una presión deflacionaria continua sobre la economía mundial. Esto ha mantenido a raya cualquier aspiración de aumento salarial y los beneficios son elevados. Aprovechando este entorno, que se consideraba favorable, Europa construyó una política económica, inspirada en gran medida por Alemania, que comprimió la demanda interna para convertirse en una máquina exportadora.

Resistencia a las demandas salariales

Sectores enteros de este modelo se están viniendo abajo simultáneamente. Hace tiempo que China no es este vector global de deflación y está en proceso de replegarse sobre sí misma. La maquinaria exportadora europea está viendo cómo sus mercados se reducen visiblemente, mientras que su competitividad se ve permanentemente dañada por el aumento de los costes energéticos.

Pero todavía hay un frente en el que las autoridades europeas quieren aguantar lo máximo posible: el de la compresión de la demanda interna, aunque suponga un sacrificio para la población. Reconocer la intensidad de la inflación actual y su carácter duradero sería, en su opinión, abrir la caja de Pandora: las exigencias salariales para mantener el poder adquisitivo. La curva de Phillips, la famosa teoría económica que describe el vínculo fatal e inextricable entre el aumento de los precios y los salarios, se invoca en todos los discursos para disuadir de antemano cualquier proceso de aumento de los ingresos de los hogares.

La gran avería de la máquina de producción global

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Como, a pesar de todo, es difícil hacer oídos sordos al desplome de los ingresos de los hogares, la Comisión Europea ha autorizado a los gobiernos a realizar algunas operaciones de "bricolaje": algunos han decidido congelar temporalmente los precios de la energía, otros han hecho que sus grupos energéticos contribuyan gravando en exceso los superbeneficios que han obtenido en los últimos meses, y otros están procediendo a reducir el IVA de los productos esenciales.

¿Hasta cuánto podrán aguantar estos recursos? Según Bloomberg, funcionarios de la UE en Bruselas están preocupados por la reacción de la opinión pública ante la subida de los precios, el riesgo de recesión, la guerra en el continente y el empobrecimiento generalizado. Todo esto es, en efecto, motivo de preocupación.

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