Coches, combustibles fósiles y cambio climático: un cóctel explosivo para una dana
Han muerto ya al menos noventa y cinco personas en las violentas inundaciones que asolaron la Comunitat Valenciana la noche del 29 de octubre. La cifra de muertos es provisional. Estas lluvias torrenciales han sido las peores en el país desde 1996.
En Francia también han sido devastados territorios enteros en las últimas semanas por crecidas sin precedentes. Mientras que las olas de calor y las terribles inundaciones sacudieron a los habitantes de los países del hemisferio sur en la primavera de 2024, estos fenómenos climáticos extremos más cercanos ponen trágicamente de relieve lo que el último informe del IPCC subrayaba ya hace tres años: ni una sola región del planeta se libra hoy del caos climático.
Frente a estas tragedias, y desde hace algunos años, suena una música de fondo en la opinión pública, en los círculos diplomáticos y en los ministerios responsables de la ecología de los países industrializados: frente a estos cataclismos crecientes, sin duda hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero también hay que adaptarse.
El pasado 25 de octubre, Agnès Pannier-Runacher, ministra francesa de Transición Ecológica, anunció un plan nacional de adaptación al cambio climático para preparar a Francia a un aumento de 4 ºC de aquí a finales de siglo. La próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29), que se celebrará en Azerbaiyán del 11 al 22 de noviembre, incluirá toda una ronda de negociaciones sobre la adaptación y su financiación a escala internacional. Además, el IPCC ha decidido que su próximo ciclo de trabajo, previsto para 2029, se centrará en la adaptación al calentamiento global.
Pero es evidente que, a la vista de las terribles catástrofes provocadas por los trastornos climáticos en un mundo que ya se acerca a un incremento de 1,2ºC, cada vez parece menos realista que nos podamos adaptar a un planeta de 4ºC más.
En un escenario de calentamiento de +4°C, las lluvias decenales –acontecimientos que actualmente tienen una probabilidad entre diez de producirse cada año– ocurrirán casi tres veces más a menudo, según el IPCC. Y el organismo de la ONU estima que la intensidad de esas precipitaciones extremas aumentará un 7% por cada grado de aumento de la temperatura. Un infierno diluviano en la Tierra.
Detrás de la adaptación, la extensión del neoliberalismo
Así pues, aunque es necesario adaptar nuestros territorios al calentamiento global, es aún más urgente reducir drásticamente nuestras emisiones para limitar el cambio climático a +1,5°C, tal y como prevé el Acuerdo de París sobre el Clima de 2015.
Además, para no quedar atrapados por las anteojeras políticas que pueden resultar de los discursos centrados únicamente en la adaptación, también es esencial recordar la historia intelectual de esta noción.
La idea de la adaptación se forjó en el crisol neoliberal americano de los años setenta como respuesta a la crisis climática. Como señaló a principios de año el politólogo Romain Felli, autor de La Grande Adaptation. Climat, capitalisme et catastrophe (edit. Seuil, 2016), los economistas americanos calcularon entonces que una reducción masiva de las emisiones era “una política demasiado costosa, porque implica cambiar la organización económica del capitalismo, que se basa en los combustibles fósiles”, y que “el esfuerzo que harían los países ricos para reducir sus emisiones beneficiaría a todas las naciones del mundo, lo que es inaceptable desde el punto de vista económico para los neoliberales”.
Además, esos economistas neoliberales argumentaban que “si las políticas de adaptación se despliegan localmente, benefician directamente al país”. A partir de los años 80, parecían ser la forma más razonable, desde el punto de vista económico, de responder a la emergencia climática.
“La adaptación tendrá prioridad sobre las políticas de reducción de emisiones, porque el aumento de éstas está intrínsecamente ligado a nuestro modelo de crecimiento”, afirma Romain Felli. “Exceptuando un cambio radical, la adaptación es la mejor respuesta al cambio climático, manteniendo el business as usual”.
Enmascarar el motor del caos climático
Las primeras imágenes de España tras las inundaciones mostraban impresionantes pilas de coches en las calles inundadas, revelando tanto la magnitud del desastre como una pista sobre su causa fundamental: los combustibles fósiles.
Las medidas estatales para adaptarse al calentamiento global ocultan la fuerza motriz del cambio climático: la quema de carbón, petróleo y gas, origen de cerca del 90% de las emisiones mundiales de CO2. Nos permiten además desviar nuestra atención política de la inacción climática internacional sobre el abandono de los combustibles fósiles.
De hecho, hemos tenido que esperar unos treinta años para que los países reunidos el año pasado en la COP28 de Dubai (Emiratos Árabes Unidos) hayan hecho un tímido “llamamiento a la transición para abandonar los combustibles fósiles”. Y este 28 de octubre, el Observatorio del Clima de la ONU ha calculado que los actuales planes climáticos de los distintos Estados del planeta sólo conseguirán reducir nuestras emisiones en un 2,6% de aquí a 2030, cuando deben disminuir en un 43% para mantenerse por debajo del límite de + 1,5°C de calentamiento.
Y lo que es peor, los Emiratos Árabes Unidos, que organizaron la COP el año pasado, Azerbaiyán, que acoge este año las negociaciones internacionales sobre el clima, y Brasil, que acogerá la próxima COP30, prevén colectivamente aumentar su producción de petróleo y gas en un tercio de aquí a 2035. Eso podría poner en peligro el límite de + 1,5°C que se supone defienden en su calidad de presidentes de la COP y, en última instancia, guardianes del acuerdo climático de París.
La Unión Europea, históricamente la más ambiciosa en los foros diplomáticos internacionales, sufre el auge de la derecha conservadora y radical que amenaza el despliegue del Pacto Verde, la hoja de ruta para frenar el cambio climático galopante de aquí a 2050.
Y sólo en Francia, un país de los más comprometidos diplomáticamente con el abandono de los combustibles fósiles, el presupuesto para 2025 prevé un recorte de 1.900 millones de euros en las subvenciones públicas vinculadas al medio ambiente.
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Todo apunta a un retroceso en las políticas públicas de transición ecológica, sacrificadas en nombre de la austeridad presupuestaria y la “ecología punitiva”. Pero esta incongruencia política no sirve para ocultar el hecho de que, a medida que el caos climático se intensifica ante nuestros ojos, lo que es punitivo es el capitalismo. Y frente a los cataclismos climáticos que ahora salpican nuestras vidas, cambiar el orden social es la única política de adaptación viable.
Traducción de Miguel López