Suites de más de cien metros, spa y restaurantes de lujo, así son los cruceros que contaminan la Antártida
“El paraíso blanco le da la bienvenida a su santuario. Alcance lo absoluto en una odisea polar consciente y respetuosa con el medio ambiente", reza la página web de la Compagnie du Ponant, con fotos de inmaculadas banquisas y lujosas suites.
Desde hace dos años, la compañía de cruceros de lujo, propiedad mayoritaria de Artemis, holding de la familia Pinault, ofrece viajes de alta gama a la Antártida. La promesa de Ponant: un servicio cinco estrellas estilo francés para descubrir el último continente virgen del planeta.
La empresa ha diseñado un rompehielos de última generación, el Commandant Charcot, con spa, suites de más de cien metros cuadrados con jacuzzi y dos restaurantes, uno de ellos diseñado por Alain Ducasse. Hay más de doscientos tripulantes y otros tantos pasajeros.
El objetivo es dar a los cruceristas "la sensación de viajar en un yate privado". Y para disfrutar de esta experiencia "generadora de emociones", tendrán que pagar nada menos que 22.000 euros por un viaje de catorce días con salida desde Ushuaïa, en el extremo sur de Argentina.
Sin embargo, detrás de este lujo, la Compagnie du Ponant también afirma estar "impulsada por la ciencia". Cada crucero antártico acoge a bordo a una docena de guías de la naturaleza para observar la fauna en botes de goma, educar a los pasajeros en la protección del mundo polar y convertirlos en "eco-embajadores" de los polos.
El objetivo de la compañía es llevar a los pasajeros por un viaje que les ayude a comprender, y llegar hasta la Antártida para concienciarlos.
Guías desconcertados
Pierrick*, un guía naturalista que navegó durante quince días a bordo del Commandant Charcot, declaró a Mediapart: "Damos charlas basadas en nuestra especialidad: ornitología, glaciología, oceanología. Nos dirigimos a un público compuesto por directivos de empresas o jubilados que poseen fundaciones. Si sensibilizamos aunque sólo sea a unos cincuenta de ellos, el impacto puede ser grande".
Pero Pierrick sigue siendo escéptico sobre la atención que prestan algunos cruceristas. "Entre el público, a algunos les importa un bledo y están allí para hacerse fotos tomando champán", dice Nicolas*, que también es guía naturalista de la Compagnie du Ponant.
“Cuando sacas diez zodiacs diésel para llevar a turistas ricos a ver el hielo, te preguntas qué haces ahí", dice Julie*, que trabajó en el Commandant Charcot. “A veces conseguimos que tomen conciencia de la relación entre su modo de vida y la fragilidad de los ecosistemas. ¿Pero a qué precio?”
El continente blanco, santuario de biodiversidad donde viven pingüinos emperador, ballenas jorobadas y elefantes marinos, es uno de los espacios naturales más frágiles de la Tierra.
Además, la Antártida, que desempeña un papel central en el sistema climático mundial, se ve especialmente afectada por el calentamiento global. Con el cambio climático, el hielo antártico se derrite cada vez antes, y tres veces más rápido desde 1992.
Estas características específicas hacen que este continente tenga un estatus político especial: está clasificado como "reserva natural dedicada a la paz y a la ciencia" por el Tratado Antártico (1959) y el Protocolo de Madrid (1991). El acceso a la Antártida está muy reglamentado, y todos los visitantes deben cumplir estrictas normas de bioseguridad y eliminación de residuos.
"En cada desembarco en zodiac, las botas de los turistas deben desinfectarse primero en recipientes de Virkon, un desinfectante bactericida, fungicida y antivirus. Pero después, el contenido de los recipientes se tira al agua...", dice Nicolas.
Un ex primer oficial de la compañía y Anne*, pasajera de un viaje a la Antártida con Ponant, también expresaron su consternación por la falta de atención de los cruceristas a la vulnerabilidad del mundo polar. El marino recuerda: "Estamos en lugares únicos en el mundo y ultraconservados, pero un crucerista se queja porque ya ha visto pingüinos dos veces seguidas, u otro tira una colilla al agua sin miramientos".
"Algunos incluso se hacen selfies con las especies endémicas, acercándose a veces a escasos centímetros de ellas", se queja Anne.
Según la compañía, algunos cruceristas se convierten en embajadores de los polos tras su viaje al corazón de las maravillas polares. Pero en la web de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), en la que se inscriben estos nuevos emisarios ecologistas, apenas figuran quinientas personas.
"Un jubilado me dijo a bordo que no le importaba el cambio climático. Y una pasajera, después de una de las conferencias, me dijo que no iba a cambiar su comportamiento", cuenta Anne.
Y añade: "Al final, muy pocos pasajeros miran el paisaje por el que han pagado. Juegan al Candy Crush en sus teléfonos, toman una copa de champán con sus nuevos amigos, a veces de espaldas al paisaje".
Greenwashing
En su web y sus folletos, la Compagnie du Ponant presume de una expedición "respetuosa con el medio ambiente" basada en "un enfoque global e innovador con un único objetivo: minimizar el impacto de la odisea en el planeta".
Sobre todo, destaca la gran baza ecológica del Commandant Charcot: su sistema de propulsión híbrido que utiliza gas natural licuado (GNL) y electricidad. "Para explorar una parte tan remota del mundo, era inconcebible para nosotros no utilizar la energía más limpia disponible hoy en día, el GNL", resalta Mathieu Petiteau, Director de Investigación y Desarrollo de Ponant.
En 2021, el 'Commandant Charcot' emitió tanto CO2 como 27.000 coches durante sus cincuenta días de navegación
Pero el GNL es un combustible compuesto en gran parte de metano, un gas de efecto invernadero que calienta 84 veces más que el CO2 a lo largo de veinte años. Como explica a Mediapart Fanny Pointet, responsable de transporte marítimo de la federación europea Transport & Environment, "los cruceros son los mayores contaminadores del mundo y utilizan motores con los mayores índices de emisión de metano. Como resultado, la huella de carbono de un crucero de GNL a lo largo de todo su ciclo de vida es peor que la de un buque con motor diésel".
En 2021, el Commandant Charcot emitió 7.362 toneladas de CO2 durante sus cincuenta días en el mar, según la base de datos reglamentaria europea MRV. Eso equivale a las emisiones de unos 27.000 coches europeos durante el mismo periodo.
"En resumen: sólo unos cientos de personas emitieron tanto CO2 en menos de dos meses, para una actividad de ocio de lujo, como la huella de carbono media de más de 3.500 europeos en un mundo que respetara los compromisos internacionales sobre el clima", explica Fanny Pointet.
Turismo polar de masas
El turismo antártico está en pleno auge. Durante la temporada 2019-2020, unos 74.000 viajeros visitaron el continente blanco, según la Secretaría del Tratado Antártico. Y entre 2015 y 2020, la actividad turística aumentó más de un 103% en esta región, según datos de la IAATO.
"Es un turismo de última oportunidad, en el que unos pocos privilegiados pueden ver este mundo de hielos antes de que desaparezca", dice Anne.
"Se está convirtiendo en un fenómeno de moda, ya que los cruceristas cuelgan fotos de esos paisajes sublimes en Instagram. Esto hace que otros quieran ir allí", explica el ex primer oficial. “Todos los puntos costeros de la Antártida tienen que reservarse con antelación para poder atracar allí, pero como hay una fuerte demanda, ya está todo completo y los barcos a veces tienen que hacer cola."
A medida que aumenta la actividad humana en la Antártida, también lo hacen los efectos negativos del turismo. Un estudio científico publicado en Nature Communications en 2022 estima que las zonas afectadas por la actividad humana en el Polo Sur podrían hacer que se derritan sus niveles de nieve hasta 23 mm cada verano. Un turista que visite la Antártida haría desaparecer de media 83 toneladas de nieve tras su viaje.
"Es una industria que ya está en su punto álgido, así que creo que en algún momento habrá que imponer cuotas", afirma Pierrick. El ex primer oficial explica que dimitió de la Compagnie du Ponant, indignado tras un crucero por la Antártida. Y por su parte, Julie dice: "He llegado a mi límite, y probablemente ésta sea mi última temporada. Hay ya demasiadas compañías metiéndose en el negocio".
El pasado mes de febrero, la banquisa antártica batió su récord de deshielo en los cuarenta y cinco años que llevan registrándose datos por satélite, y al menos sesenta operadores han sido autorizados por la IAATO en 2023 para vender sus servicios turísticos en la región.
El negocio está resultando especialmente rentable: la Compagnie du Ponant genera un tercio de su facturación (380 millones de euros en 2019) en la Antártida. Y el Commandant Charcot, como otros buques de la compañía, está registrado en la colectividad de ultramar de Wallis y Futuna, un buque bajo pabellón francés que se beneficia de un régimen fiscal especial, con ausencia de impuestos sobre la renta, de sociedades o IVA.
La última novedad de la Compagnie du Ponant para aumentar sus beneficios es alquilar sus buques a grandes empresas privadas.
Hace unos meses, Nicolas participó en un crucero por la Antártida en el que el gigante americano Disney alquiló un barco privado durante diez días. El programa incluía "días de pijama Disney" y talleres para decorar su abrigo de la Compagnie du Ponant con parches de La Reina de las Nieves.
"Un jubilado se hacía fotos todos los días con su peluche en la banquisa. Y nosotros, guías de la naturaleza, tuvimos que llevar orejas de Mickey Mouse en nuestra última conferencia", explica Nicolas. “Fue entonces cuando pensé que esto estaba yendo ya demasiado lejos...".
Caja negra
* Los distintos testigos trabajan en el sector de los viajes marítimos, y sus nombres de pila han sido cambiados a petición suya.
El título de este artículo hace referencia al libro Superyachts. Luxe, calme et écocide (Éditions Amsterdam, 2021) del sociólogo Grégory Salle, reseñado en Mediapart.
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Traducción de Miguel López