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¿Cómo transformar la ira y el descontento en votos? Trump y sus estrategas tienen la respuesta

Infografía para Mediapart.

Maya Kandel (Mediapart)

"Baño de sangre en el Comité Central", titulaba Politico el 11 de marzo, cuando Donald Trump completaba control del Partido Republicano nombrando a su nuera, Lara Trump, para dirigir los órganos de gobierno del partido, continuando con una purga que ya había comenzado antes.

La derrota de Nikki Haley a manos de Trump ya simbolizaba la muerte del viejo partido. Mitch McConnell lo confirmó al anunciar que dimitiría como líder de los republicanos del Senado tras las elecciones de noviembre de 2024. McConnell fue elegido en 1984, el año en que triunfó el reaganismo. La doctrina Trump es exactamente lo contrario de la doctrina Reagan.

En Washington, las instituciones y think tanks de derechas que proporcionarán las propuestas políticas y los miembros de una futura administración republicana se han sometido, y ahora están trabajando en ello, para una posible administración Trump. La razón principal es el poder electoral de Trump.

Pero, ¿por qué los votantes apoyan a Donald Trump? ¿Por qué, de creer las encuestas, la mitad de los americanos quieren volver a votar a Trump?

J.D. Vance, el joven senador (39 años) republicano por Ohio, es una figura de esta nueva derecha americana, y su meteórico ascenso demuestra el control de Trump sobre el partido. Su currículum es una síntesis perfecta de la galaxia MAGA ('Make America Great Again'): es el enlace entre las viejas y las nuevas instituciones del ecosistema republicano listas para la batalla en 2025. Vance es emblemático de esa nueva derecha, ahora extrema derecha, con estrechos vínculos con la tech right (la derecha tecnológica) y la alt-right (derecha alternativa).

Pilar de los conservadores nacionales desde el inicio de 2019, Vance está muy unido a Peter Thiel, que ayudó a financiar su primera empresa (ver la primera parte de nuestra serie sobre la derecha tecnológica), y a Steve Bannon, que a menudo le invita a su podcast (ver la segunda parte sobre la alt-right). "Es el centro neurálgico del movimiento", declaró recientemente Bannon sobre él.

Una revolución populista-nacionalista

Ya en 2022, Vance estaba al frente de la oposición republicana contra la ayuda americana a Ucrania, que había utilizado como argumento de campaña. Nada más entrar en el Senado, el 19 de enero de 2023, envió una carta a la administración Biden expresando su preocupación por la magnitud de la financiación destinada a Ucrania. Fue el líder del grupo republicano que echó por tierra la votación sobre la nueva dotación en otoño de 2023. "Probablemente sea eso lo que más me enorgullece", dice aún hoy.

Para Vance, "la elección de Trump representa la única esperanza que tiene Estados Unidos de evitar el colapso literal de la civilización". Esta retórica apocalíptica se hace eco de lo que Trump piensa, pero en realidad va más allá. Para esta nueva derecha, Trump es sólo una etapa, el primer paso de una "revolución nacionalista-populista" que debe remodelar el país para salvarlo del desastre.

El Instituto Claremont, el primero en movilizarse en favor de Trump incluso antes de su victoria en 2016, y que prosigue su radicalización con ventaja, no duda en invocar la necesidad de un "César americano", o incluso de una "monarquía", como puede escucharse en este episodio del podcast Claremont, entre Michael Anton, ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca con Trump, y Curtis Yarvin, gurú de la derecha tecnológica y de la alt-right. En esa conversación, los dos autores desarrollan una sofisticada justificación de la tiranía. Concluye con Michael Anton citando a Angelo Codevilla, otro experto de Claremont que acuñó la frase "guerra civil fría", y Curtis Yarvin evocando al ex líder serbio Slobodan Milošević.

Steve Schmidt, cofundador del Project Lincoln (republicanos anti-Trump), describe el Claremont como "el West Point del fascismo americano" (West Point es la principal academia militar de EEUU). El presidente de la Heritage Foundation, Kevin Roberts, podría haber pasado por centrista en comparación con Claremont. Pero Roberts juró lealtad a los nacional-conservadores en septiembre de 2022; se ha convertido a los fundamentos del trumpismo y declaró sin pestañear al New York Times que "Biden no ganó las elecciones de 2020".

Entre las nuevas organizaciones creadas desde 2020, American Moment es la de las juventudes trumpistas. Su fundador, Saurabh Sharma (26 años), admira a J.D. Vance y ha sido elegido por Yoram Hazony como nuevo director ejecutivo de los nacional-conservadores. La gala anual de American Moment, celebrada el 6 de marzo, contó con tres invitados de honor: David Sacks, el capitalista de riesgo de Silicon Valley, colega de Thiel en la mafia de PayPal, millonario y fundador de la sociedad de inversiones Craft Ventures, J.D. Vance, y Steve Bannon. Sacks es también el enlace entre algunos de los capitalistas de riesgo más ricos de Silicon Valley y el Partido Republicano.

Saurabh Sharma resumía el papel de Trump como "un buen vehículo" para "la rabia de los votantes republicanos".

Deseo de caos

James Lindsay, vicepresidente del Consejo de Relaciones Exteriores, nos decía el verano pasado: "El mayor peligro para la democracia americana hoy es que la gente ya no confía en el sistema político, que ya no responde a sus demandas: quieren que el Gobierno actúe sobre las armas de fuego, sobre el precio de los medicamentos, sobre el coste de la educación, con mayorías aplastantes. Pero nada cambia.” Las cosas incluso retroceden, como en el derecho al aborto, cuando una mayoría de americanos se mostró contraria a la decisión del Tribunal Supremo.

Este sentimiento de impotencia convertido en cólera que quiere arrasar con todo recuerda la elección de Javier Milei en Argentina. El periodista argentino Gabriel Pasquini lo calificó de "fenómeno Milei": "Lo que queda una vez agotada la polarización sin haber ofrecido ninguna solución: pura ira.

No es precisamente la competencia lo que hace atractivo a Trump, al contrario.

Al igual que Milei, Trump ha logrado encarnar esa ira, que se traduce cada vez más en un "deseo de caos" y en el auge de un "nihilismo político" que pretende destruir el sistema porque nada cambia. Aquí encontramos resabios de Bannon y la idea de que "sólo Trump puede hacerlo, porque él crea el caos". Los adversarios políticos de Trump son muy conscientes de ello, sin entender que precisamente eso es parte de su atractivo para los votantes. Ya en 2016, Jeb Bush describió a Trump como el "candidato del caos". Más recientemente, Nikki Haley suplicó durante las primarias: "Votadme a mí para evitar el caos".

Esa es también la razón por la que Ron DeSantis, el gobernador de Florida, que se presentaba como un "trumpista competente", no logró ganar las elecciones. Porque no es precisamente la competencia lo que hace atractivo a Trump, sino todo lo contrario.

La viralidad de la ira

La ira es también la emoción más viral, como han demostrado numerosos estudios en las redes sociales, y también es sintomática de la comparación constante del estatus y la vida de los demás (el "deseo mimético" de René Girard). Puede ser peligrosa en ausencia de una oferta política que la haga constructiva, o cuando se encarna en la propuesta de Trump, que tiene todas las señas de identidad del fascismo: autoritarismo, nacionalismo, rechazo de los valores democráticos, deshumanización de los adversarios políticos, culto al líder, masculinismo, etc.

Sobre todo porque esa emoción es explotada no sólo por demagogos y aspirantes a fascistas, sino también por adversarios extranjeros, empezando por los rusos, que pretenden socavar las sociedades occidentales desde dentro. Es lo que decía Vladislav Sourkov, antigua eminencia gris de Putin, citado por la periodista Isabelle Mandraud en 2019: "Los políticos extranjeros culpan a Rusia de interferir en elecciones y referendos en todo el mundo. En realidad, el problema es aún más grave: Rusia interfiere en sus cerebros."

Trump se dirige a los evangélicos blancos por la identidad, no por los valores religiosos.

Trump explota la ira atizando la división y el miedo. Eso se puede ver en su retórica apocalíptica dirigida a su base más ferviente y leal, los evangélicos blancos. Este grupo, una minoría en declive, va menos a la iglesia, pero ve la religión como una identidad cultural, y cada vez más como una identidad política (véase este artículo sobre el tribalismo como la última etapa de la polarización).

En un reciente artículo sobre la ira, Le Monde citaba a la socióloga americana Ashley Colby: "La principal razón de esta tensión reinante es la privación relativa, una teoría según la cual cualquier reducción del nivel de riqueza alcanzado genera un poderoso sentimiento de injusticia". Estas palabras recuerdan el análisis de los "votos populistas" de 2016 como reacción al sentimiento de "pérdida de estatus", una noción que es a la vez económica (clase social) y cultural (ante el cambio societal y demográfico). Es siempre en este tipo de contexto histórico cuando se desarrolla una cultura del chivo expiatorio, y la ira puede convertirse en rabia.

Trump se dirige a los evangélicos blancos en el plano de la identidad, no en el de los valores religiosos, llegando incluso a bromear sobre su notoria ignorancia de la Biblia. De hecho, hoy se habla de un nuevo "despertar religioso" en Estados Unidos. Como en el pasado, se trata también de un fenómeno político: los resurgimientos religiosos que han jalonado la historia estadounidense siempre han estado asociados a reivindicaciones políticas, desde la abolición de la esclavitud hasta la restricción de la inmigración y la prohibición del alcohol.

Se trata siempre de reflejos defensivos en tiempos de crisis, que pueden ser explotados por los políticos. Así es como debemos entender las referencias al "nacionalismo cristiano" hechas por Trump y otros congresistas, como Marjorie Taylor Green. Como Berlusconi en su día, que se autoproclamaba "el Jesucristo de la política italiana", Trump se ve a sí mismo como el "brazo armado de la venganza" y el "juicio final".

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Esta no es la única similitud entre los dos magnates de los medios de comunicación, y Berlusconi ha sido descrito a menudo como un precursor de Trump. A ello se suman las referencias cristianas, el argumento de la riqueza como "prueba" de que no buscará enriquecerse con la política –cuando es precisamente Trump, como Berlusconi entonces envuelto en muchos asuntos judiciales, quien necesita el poder para evitar la cárcel–; el dominio de los códigos mediáticos, por supuesto. El mismo narcisismo vulgar que va con los tiempos: obsesión por el pelo, tez anaranjada... "Hay una autenticidad en esos artificios. Trump encarna este oxímoron del mismo modo que Berlusconi en su día", escribía Franck Bruni en el New York Times.

Una vez más, la relación con el mundo es crucial. Al igual que otros líderes de extrema derecha, desde Viktor Orbán a Javier Milei, Trump afirma ser la única persona capaz de mantener la paz y la prosperidad del país en un mundo cada vez más ansioso, como repite una y otra vez en sus mítines: "Durante cuatro años, he mantenido a Estados Unidos a salvo. He mantenido la seguridad en Israel. He garantizado la seguridad de Ucrania, y he garantizado la seguridad del mundo entero". Afirmaciones grandilocuentes e inverificables que entusiasman a su público. Trump personifica al líder carismático en la era de las redes sociales.

Traducción de Miguel López

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