LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
El Gobierno responderá a la maniobra de Feijóo y Weber contra Ribera "con datos" y "sin caer en el barro"

Cultura

Escribiendo Gibraltar

Un grupo de turistas atraviesa la frontera con Gibraltar.

En la última edición de Getafe Negro, Lorenzo Silva justificó la presencia de México como país invitado: "Es el primer país de la Hispanidad, es también un país de frontera, contiene en su realidad ese espacio que ha sido mítico para la literatura desde el principio de los tiempos. Y eso ha condicionado un relato muy rico en torno a ese concepto de frontera. Nos ha parecido que podíamos aprovechar para una reflexión algo más amplia sobre ese concepto de frontera, porque nosotros también somos un país de frontera. Y fenómenos que narra la literatura mexicana son fenómenos que quizá debería narrar la literatura española".

 

No hablaba a humo de pajas, él mismo ha llevado hasta la zona a sus Bevilacqua y Chamorro en Lejos del corazón. Y antes, Arturo Pérez Reverte había escrito "un corrido de quinientas páginas y mezclar en él dos mundos, dos fronteras, dos tráficos. El estrecho de Gibraltar y el norte de México". Su título: La Reina del Sur.

"Gibraltar es un escenario magnífico porque es un lugar distinto, único, con una historia, una ubicación y un presente que pueden dar mucho juego”, asegura Leandro Pérez, autor de La sirena de Gibraltar. "Es un escenario literario excelente por su carácter híbrido", coincide Jerónimo Andreu, que firma En el vientre de la roca: allí se encuentran dos culturas muy potentes, dos proyectos históricos antagonistas "que al chocar han determinado que un espacio geográfico muy pequeño siga un desarrollo socioeconómico único, recorrido por muchas tensiones. Por si fuera poco, al otro lado de la Verja se presenta la antítesis perfecta, que es La Línea. El Peñón es un territorio minúsculo que lleva trescientos años en el ojo del huracán político, que funciona como un paraíso fiscal, con una de las rentas per cápita más altas de Europa… Y frente a ese mundo de privilegios y recovecos morales, está una de las zonas más deprimidas de España, en la que se sufren todos los efectos negativos de esa misma lógica que ha permitido a sus vecinos enriquecerse".

Andreu conocía la colonia porque la había visitado para unos reportajes sobre la incidencia del recién votado BrexitBrexit. "Un paseo por el Peñón siempre es inspirador, sobre todo si mantienes los oídos abiertos al llanito, el spanglish local. Resulta hipnótico para cualquiera con interés por los idiomas; y si tienes el gusanillo literario, es muy probable que decidas que tienes que escribir algo que conserve, aunque sea superficialmente, la viveza de esos diálogos".

Pérez dice que su novela nació en el Manzanares y desembocó en Gibraltar antes de escribir la primera línea ("La muerte es una sirena andaluza con la cola forrada de hormigón"). "Quizá se concibió el 13 de julio de 2013, cuando se cumplieron trescientos años del Tratado de Utrecht. O puede que me quedara preñado un par de semanas después, cuando los gibraltareños lanzaron bloques de hormigón en la bahía de Algeciras".

Episodios coloniales

Los citados son botones para una muestra que Andreu (no sin añadir a la lista a Montero Glez con El carmín y la sangre, relato de las andanzas gibraltareñas de Ian Fleming) tiene por escasa, quizá porque "el tema tiene tanta carga política que, ante la sospecha de que ese componente va a acabar por absorber todas las energías de la novela, pocos se han atrevido a hincarle el diente después del Trafalgar de Galdós".

En esa entrega inaugural (1873) de la primera serie de los Episodios Nacionales, Gabriel de AraceliEpisodios Nacionales, cuenta que oía hablar mucho de Napoleón…

"¿Y cómo creen ustedes que yo me lo figuraba? Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que procedentes del campo de Gibraltar se veían en el barrio de La Viña con harta frecuencia; me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de fieltro, y el correspondiente trabuco".

Antes de que don Benito diera su obra a imprenta, pero sucedidos los hechos que narra, Mark Twain se había apuntado a una "Excursión a Tierra Santa, Egipto, Crimea, Grecia y lugares de interés intermedios". Entre ellos…

"una enorme y solitaria masa de piedra, que parecía alzarse en medio del estrecho y que, en apariencia, se hallaba cercada por el mar, surgió, magnífica, ante nosotros, y no hizo falta que ninguno de esos loros viajados y aburridos nos dijera que era Gibraltar. No podían existir dos peñones como aquel en un solo reino".

Su Guía para viajeros inocentes se convirtió en un best-seller.

"Por todas partes, en la ladera, en el precipicio, junto al mar, sobre las alturas, dondequiera que miremos, Gibraltar está cubierta por obras de albañilería y repleta de cañones. Resulta una imagen sorprendente y alegre, sin importar desde donde la contemplemos. Avanza hacia el mar desde el extremo de una lengua de tierra estrecha y llana, y recuerda un ‘escupitajo’ de barro al final de una playa de guijarros. Unos pocos cientos de metros de ese suelo llano y su base pertenecen a los ingleses y después, ocupando la franja que separa el Mediterráneo del Atlántico y sumando un total de cuatrocientos metros, viene el ‘terreno neutral’, un espacio que de ancho mide doscientos o trescientos metros, al que pueden acceder ambos bandos".

De Hidalgos y monos

Los monos de Gibraltar son garantes de su estatus. "As long as they remain, so will the British": mientras haya monos, habrá británicos.

"¿Han renunciado los españoles a reconquistar este trozo de su península? Sí, sin duda, porque parece ser inatacable por tierra o mar".

Escribe Jules Verne. Corre el año 1887.

"No obstante, existía uno que estaba obsesionado con la idea de reconquistar esta roca ofensiva y defensiva. Era el jefe de la tropa, un ser raro, se podría decir que un loco. Este hidalgo se hacía llamar precisamente Gil Braltar, nombre que, a no dudarlo, lo predestinaba para hacer viable esta conquista patriótica. Su cerebro no había resistido, y su lugar estaba en el asilo de dementes. Se le conocía bien. Sin embargo, desde hacía diez años, no se sabía a ciencia cierta lo que había sido de él. ¿Erraría quizá por el mundo? En realidad, no había abandonado en modo alguno su dominio patrimonial. Vivía una existencia de troglodita, en bosques, cuevas, y particularmente, en el fondo de aquellos inaccesibles reductos de las grutas de San Miguel, que se dice que se comunican con el mar. Se le creía muerto. Vivía, en cambio, pero a la manera de los hombres salvajes privados de la razón humana, que solo obedecen a sus instintos animales".

A Gil Braltar, un casi mono (hay sorpresa, no se la chafo), se lo llevaban los mismos demonios que atormentan al Alonso Quijano Quijote redivivo por Antonio Ledesma Hernández en La nueva salida del valeroso caballero D. Quijote de la Mancha: tercera parte de la obra de Cervantes(1905).

"Al llegar a la Línea y al límite de la zona neutral, D. Quijote vio la bandera roja inglesa clavada un poco más allá, y que, sacudida por el viento, parecía una mano sangrienta que azotara su rostro. Allí, bajo el cielo azul español, pintábase como mancha de vergüenza indeleble, y el caballero, sin reparar en más, salvó la distancia que mediaba, llegó, arrancó el asta, derribó el trapo rojo, lo pisoteó y lo hizo trizas; sin que los centinelas, que, algo beodos, estaban descuidados, pudieran evitarlo al acudir, logrando sólo a duras penas prender y desarmar al animoso hidalgo".

Amor patrio y amor-amor

 

El Peñón es un Cupido no siempre exitoso. En Luna Benamor, Blasco Ibáñez novela el amor imposible entre una joven judía sefardí y Luis Aguirre, cónsul español en la colonia, para quien Gibraltar fue:

"La primera aparición de un mundo lejano, mezcla de idiomas y de razas, en cuya busca iba. Dudó, en su primera sorpresa, de que aquel suelo rocoso fuese un pedazo de la península natal avanzando en pleno mar y cobijado por una bandera extraña. Cuando contemplaba desde las laderas del peñón la gran bahía azul, sus montañas de color de rosa, y en ellas las manchas claras de los caseríos de La Línea, San Roque y Algeciras, con la alegre blancura de los pueblos andaluces, convencíase de que estaba aún en España; pero encontraba enorme la diferencia entre las agrupaciones humanas acampadas al borde de esta herradura de tierra, llena de agua de mar. Desde la punta avanzada de Tarifa hasta las puertas de Gibraltar, la unidad monótona de raza, el alegre gorjeo del habla andaluza, el ancho sombrero pavero, el mantón envolviendo los bustos femeniles y el aceitoso peinado adornado con flores. En la enorme montaña verdinegra rematada por el pabellón inglés, una olla hirviente de razas, una confusión de lenguas, un carnaval de trajes: indios, musulmanes, hebreos, ingleses, contrabandistas españoles, soldados de casaca roja, marineros de todos los países, sometidos a una disciplina militar, viendo abiertas las puertas del aprisco cosmopolita con el cañonazo del amanecer y cerradas al retumbar el cañón de la tarde".

El valenciano no es el único que imaginó el potencial amoroso de la roca, antes y después del tratado de Utrecht: Dominique Baudis ganó el Prix Mediterrannée 2010 con Les amants de Gibraltar, ambientada en el Imperio Bizantino cuando Gibraltar era aún el Monte Calpe; y Marguerite Duras creó a El marinero de Gibraltar, cuya protagonista femenina tiene, en la versión cinematográfica, el rostro de Jeanne Moreau.

Al cabo, hay infinidad de libros (no hablemos de tratados y ensayos) en los que se narra Gibraltar, libros de batallas navales (Capitán de navío, de Patrick O'Brian); autobiográficos (A Vision of Battlements, de Anthony Burgess, basado en su experiencia gibraltareña durante la Segunda Guerra Mundial); o futuristas (Las fuentes del paraíso, de Arthur C. Clarke, con ese Puente de Gibraltar que une Europa y África)…

El Peñón de la discordia

Pero termino este necesariamente incompleto repaso con dos referencias. De la primera testimonia una estatura en los Jardines de la Alameda del Peñón: Molly Bloom era gibraltareña.

"Podría reclamar la nacionalidad española si quisiera, habiendo nacido (técnicamente) en España, esto es, en Gibraltar. Tiene tipo español. Más bien oscura, una auténtica morena, pelo negro".

Lo dice Leopold Bloom en Ulises (de James Joyce) y ella misma, en su célebre monólogo, tumbada sobre una cama hecha en el Peñón, evoca

"Las rosaledas y los jazmines y los geranios y las chumberas y el Gibraltar de mi niñez cuando yo era una Flor de la montaña sí cuando me ponía la rosa en el pelo como hacían las muchachas andaluzas".

Lo feo, lo demasiado humano

Lo feo, lo demasiado humano

La segunda referencia es menos sentimental. Leemos en La reina en el palacio de las corrientes de aire, de Stieg Larsson:

"Gibraltar era un lugar que no se parecía a ningún otro. La Ciudad había permanecido aislada durante décadas: una colonia que, inquebrantable, se resistía a incorporarse a España. Por supuesto los españoles protestaban contra la ocupación. Sin embargo, Lisbeth Salander consideraba que los españoles deberían cerrar el pico mientras ocuparan el enclave de Ceuta en territorio marroquí, al otro lado del Estrecho".

Aprovecho para preguntar a Leandro Pérez y a Jerónimo Andreu su opinión al respecto. No son autores de política ficción, pero aceptan. "Gibraltar, para muchos españoles, no ha dejado de ser español, aunque en el Peñón ondee la bandera británica ―dice Pérez―. Si algún día cambian las tornas, para muchas personas seguiría siendo británico. En cualquier caso, debería ser siempre un lugar sin Verja".

Andreu sospecha que, en condiciones normales, Gibraltar no llegará nunca a ser español porque los llanitos no quieren ni oír hablar de esa posibilidad y porque la prioridad para España en el Campo de Gibraltar no debe ser ésa. "Me parece más importante que los habitantes de La Línea, San Roque o Algeciras alcancen unas condiciones de vida mejores, antes que preocuparnos por un tratado de 1713. Lo que los gibraltareños ven de España cada día es lo que sucede en el territorio que los rodea: si a Gibraltar se le cortan unos privilegios fiscales inadmisibles y la vida en La Línea se convierte en atractiva y deja de ser conocida por el narco y unas cifras de paro estratosféricas, quizás algún día los gibraltareños cambien de parecer".

Más sobre este tema
stats