Cultura
'La economía de la vida': para que el mundo no vuelva a ser como antes
Jacques Attali no quiere volver al mundo de antes. Primero porque "fue el que produjo esta crisis". Segundo, porque "eso no es posible ni social, ni política, ni económica ni ecológicamente". La lucha será, explica, entre quienes entiendan esto y quienes se empeñen en volver al pasado. El abogado y economista francés, que fuera consejero de François Mitterand, cree que estamos en un momento, como otros en la historia, en el que una crisis puede utilizarse como punto de apoyo para convertir una "época turbulenta" en "un momento de superación, de cambio de paradigma". Para ello, en La economía de la vida (Libros del Zorzal, en librerías el 15 de marzo) defiende la necesidad de dejar de lado una "economía criminal" que saca tajada de las desgracias y construir una economía basada en los sectores que sostienen verdaderamente la vida, entre los que él identifica la salud, la alimentación, la agricultura, la higiene, la educación, la energía renovable o la cultura. infoLibre publica un extracto del nuevo ensayo de Attali.
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La humanidad parece estar viviendo una pesadilla. Y ante eso tiene solo un deseo, un anhelo, una súplica: que se acabe de una vez y volvamos al mundo de antes.
Tanta ceguera me da rabia. Porque aunque esta pandemia desapareciese rápido, por sí sola o gracias a una vacuna o un medicamento, no podríamos recuperar por arte de magia nuestro modo de vida anterior.
Me da rabia ver que, en medio del pánico, tantos gobiernos del mundo —entre ellos los europeos— hayan preferido seguir el modelo fracasado de la dictadura china y detener sus economías, en vez de inspirarse en la democracia coreana que, como otras, ya en enero había sabido definir una estrategia, convencer a su opinión pública y movilizar a sus empresas para hacerles producir a tiempo tapabocas y test. Y todo esto sin poner a su sociedad en la tumba provisoria en la que los demás países, imitando a China, decidieron encerrarse.
Me da rabia ver a tantos países no comprender, durante tantos años, que la salud es una riqueza y no una carga, y reducir los recursos de los hospitales y otros centros de atención sanitaria.
Me da rabia ver al mundo quedarse paralizado como si entendiera que hay que cambiarlo todo, pero no se atreviera a hacerlo.
Me da rabia ver a todos los gobiernos, o casi todos, pasar del estupor a la negación, de la negación a la procrastinación. Y no moverse de ahí.
Me da rabia ver que ningún país adopta una economía de guerra.
Me da rabia ver a la economía criminal sacar provecho de la desgracia de la gente.
Me da rabia ver implementar medidas inútilmente liberticidas, falsamente provisorias.
Me da rabia ver a los más pobres y a sus hijos obligados a pagar de por vida el precio de la negligencia de sus dirigentes.
Me da rabia ver a tanta gente soñando con volver al mundo de antes, que fue el que produjo esta crisis.
Me da rabia ver a tantos otros adoptar bonitas posturas para decir qué tipo de nueva sociedad haría falta, sin proponer ni la menor pista sobre la manera de lograrlo.
Me da rabia ver a los que nos dirigen o querrían hacerlo, y a los que dan consejos o peroratas, no proponer casi nada para adaptarse a estos tiempos tan estimulantes que se avecinan ni para responder a las extraordinarias necesidades del mundo.
Como las anteriores grandes pandemias de la historia, la de hoy es en primer lugar un acelerador de metamorfosis que ya estaban latentes. Metamorfosis desastrosas y metamorfosis positivas.
Un acelerador muy brutal.
Muchos han cuestionado que podamos comparar una pandemia, y esta pandemia en particular, con una guerra. Y, sin embargo, esa comparación se torna evidente. Sobre todo en los países que han ganado alguna guerra. Y un poco menos en los países que, como Francia, perdieron todos sus últimos conflictos o que incluso, durante la Segunda Guerra Mundial, colaboraron con el enemigo.
Cuando empezó esta pandemia, como cuando empieza una guerra, el mundo cambió radicalmente en pocas horas; como al comienzo de una guerra, nadie o casi nadie, en casi ningún país, tenía realmente una estrategia.
Como en agosto de 1914 y septiembre de 1939, en un primer momento pensamos que solo duraría unos meses.
Como en una guerra, las libertades fundamentales fueron y serán atacadas; mucha gente ha muerto y morirá; muchos líderes caerán en desgracia; habrá una batalla despiadada entre los que querrán volver al mundo de antes y los que habrán comprendido que ya eso no es posible ni social, ni política, ni económica ni ecológicamente.
Como en una guerra, todo pasará por la relación con la muerte. Una muerte colectiva, no individual. Una muerte visible, no íntima. Una muerte múltiple, insidiosa, presente, que pierde su singularidad y se la hace perder también a la vida de cada uno.
Todo pasará entonces por la relación con el tiempo. Pues —y esto también es algo que las guerras nos recuerdan— en una pandemia solo el tiempo es valioso. El tiempo de cada uno. Y no solo el tiempo de aquellos que, pase lo que pase, se beneficiarán con esta crisis.
Prepublicación: ¿Y si la República hubiera reaccionado a tiempo?
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Como en una guerra, los vencedores serán los primeros que cuenten con el coraje y con las armas. Y para contar con ambas cosas será necesario movilizarse firmemente alrededor de un proyecto nuevo y radical. Un proyecto al que denominaré aquí la “economía de la vida”.
Muchas otras generaciones, confrontadas también a crisis importantísimas, escondieron la cabeza como el avestruz. Luego, con un orgullo infantil, creyeron que el mal había sido vencido, que habían acabado con él. Dejaron de lado entonces demasiado rápido cualquier tipo de prudencia para regresar al mundo anterior. Y así lo perdieron todo.
A la inversa, otras generaciones supieron detectar lo que estaba surgiendo y convertir esa época turbulenta en un momento de superación, de cambio de paradigma. Convirtamos esta pandemia en uno de esos momentos. El momento.