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Almudena Grandes: "En cualquier reacción frente a la extrema derecha debe estar el conocimiento profundo del pasado"

La escritora Almudena Grandes.

Pablo Bonet

La Guerra Civil quizás fuera “interminable”, pero los Episodios que escribe sobre ella Almudena Grandes están cada vez más cerca del final. Los pacientes del doctor García, uno de los libros más esperados del otoño, es la cuarta entrega de la serie, protagonizada por un médico, un diplomático y un ex boxeador que abandonan, de una manera u otra, sus propias identidades. Aquí toman protagonismo las maniobras de la burguesía republicana para obtener el apoyo de los aliados, y la connivencia de estos con el franquismo. La escritora madrileña tiene aún dos novelas por delante, pero no le importa seguir hablando de memoria. 

Pregunta. En este ciclo de novelas que escribes como episodios de  “una guerra interminable”, recordando las historias del antifascismo español, hay historias familiares, miedos, ilusiones, amores,  gente con un rostro preciso situada en grandes acontecimientos colectivos. Al leerte, recuerdo una famosa afirmación de Balzac: la novela escribe la historia de la vida privada de las naciones.

Pregunta. Es una definición inmejorable. El territorio de la literatura es la emoción, y los vínculos que los lectores crean con los personajes de un libro que les gusta son mucho más profundos que los que podría suscitar en ellos la lectura de un libro de historia. La literatura trata al lector de tú, le cuenta su propia vida. Un novelista que construye una ficción alrededor de un hecho histórico tiene la posibilidad de rellenar las lagunas documentales con su imaginación y seguir adelante, la capacidad de imaginar los pequeños dramas cotidianos, las alegrías que florecen en la desolación, las sombras que enturbian las victorias, poniéndose en el lugar de los ciudadanos anónimos que vivieron un acontecimiento histórico concreto. Así, en efecto, la novela puede iluminar la vida privada que transcurre bajo la dimensión pública de la Historia.

P. Quién mejor representa en España ese deseo de contar las vidas privadas y las ilusiones públicas de una nación es Benito Pérez Galdós. Quizá por eso abres todas las novelas de este ciclo con los versos del “Díptico español” de Luis Cernuda, el poema de Desolación de la Quimera: “Lo real para ti no es esa España obscena y deprimente / En la que regenta hoy la canalla, / Sino esta España viva y siempre noble / Que Galdós en sus libros ha creado”.Desolación de la Quimera

 

R. Galdós fue quien nos enseñó que se puede contar la Historia desde abajo. Los Episodios nacionales narran tres cuartas partes del siglo XIX desde la experiencia biográfica de gente corriente, soldados, aprendices, aventureros, cortesanas… Las Novelas contemporáneas muestran la España que resultó de aquellos procesos, el país en el que Galdós vivió, la realidad que podía contar en primera persona. El resultado es tan brillante, tan conmovedor a la vez, que a mediados del siglo XX, desde el exilio norteamericano y hacia el final de su vida, Luis Cernuda reivindicó la España creada por Galdós como su única patria, aquella a la que seguía perteneciendo cuando la España real, franquista, era ya un país enemigo, ajeno a él. Creo que su poema “Díptico español” es el premio más valioso al que puede aspirar un escritor. Leer a Galdós es igual de útil para quienes en los últimos tiempos sentimos la soledad del exilio sin haber abandonado la España de ahora mismo, que nos ha abandonado a nosotros. Uno de los problemas de la actualidad es la superabundancia de intelectuales que se lanzan a teorizar sobre el siglo XX sin saber nada del siglo XIX. Y así nos va.

P. Alguna vez has comentado que la lectura de Galdós formó parte de tus veranos infantiles y juveniles. ¿Has vuelto ahora a él? ¿Forma parte también de tu madurez como persona y escritora?

R. A veces digo que, por fortuna, envejecer no consiste solo en engordar y en que te salgan arrugas. La experiencia de la relectura es una de las ventajas de la edad. Un lector maduro es capaz de hacer conexiones, apreciar matices y elaborar dudas que ni siquiera sospechó la primera vez que leyó un libro. Cuando empecé a escribir mis Episodios decidí releer los de Galdós por series completas, de cinco tirones, y aprendí mucho más, de mi oficio y de la historia de España, que en todas mis lecturas fragmentarias y anteriores.

P. Escribir es hacerse una tradición. La escritura es un diálogo entre la herencia y sus posibilidades, lo que se recibe y lo que se puede aportar de forma propia en los horizontes abiertos de la literatura. Junto a Galdós, está sin duda en ti la memoria de un escritor republicano como Max Aub.

R. Con los Episodios nacionales, Galdós construyó un modelo que sigue siendo perfectamente transitable casi un siglo y medio después, lo que sin duda representa toda una hazaña literaria, por más que no se suela reconocer. Como Cernuda, también a mediados del siglo XX, también desde su exilio mexicano, Max Aub adoptó el modelo galdosiano para narrar la Guerra Civil en un espléndido ciclo de seis novelas, titulado El laberinto mágico. Para mí, la posibilidad de continuar avanzando por el mismo camino representa un privilegio. También es una exigencia y, desde luego, una responsabilidad, pero merece la pena asumirlas.

P. Tu literatura es una forma de disidencia. Max Aub contó la historia de la guerra para oponerse a la única versión oficial: la de los vencedores. Aunque por fortuna hoy existe un trabajo riguroso de historiadores que buscan un conocimiento mucho más objetivo, tus libros mantienen una disidencia necesaria al acercarse a la historia de de España. Se trata de un esfuerzo por cuestionar el olvido y las falsificaciones del franquismo, pero también las versiones interesadas y popularizadas de la Transición, la apuesta por la equidistancia.

R. Desde el 18 de julio de 1936, los golpistas dedicaron todo su esfuerzo propagandístico a legitimar su sublevación contra la legalidad, presentándola como un mandato divino, la ineludible necesidad de salvar al país de incontables conspiraciones e invasiones extranjeras que ellos mismos se inventaron. Desde el primer momento, llamaron a los republicanos rebeldes, para ocultar su propia rebeldía. Así se forjó la idea, radicalmente falsa, de que la República fue la causa, y no la víctima de la guerra. Es asombroso que después de cuarenta años de democracia, esa idea siga en pie, pero nada ocurre por casualidad.

La Transición consagró la anormalidad de España, un país que ya era una pura anomalía desde que en 1945 los aliados decidieron apoyar a Franco contra los demócratas españoles. En la fundación del nuevo estado se obvió deliberadamente la memoria democrática, y se incentivó el olvido como una infalible receta de progreso. Así, la versión del pasado que había estado vigente durante cuarenta años de dictadura se ha perpetuado sin grandes daños en cuarenta años de democracia. Y en ausencia de una política pública de memoria, floreció una corrección política encubierta que terminó de distorsionar la imagen que los españoles tienen de su propia historia. La burguesía progresista, clase social indisolublemente ligada a las instituciones republicanas, fue exterminada en el relato del pasado. Continuamente se publican libros y se estrenan películas en las que los defensores de la legalidad aparecen tal como los dibujó Hemingway en Por quién doblan las campanas, seres oscuros y analfabetos, rencorosos y manipulados, incultos, siniestros, incapaces por tanto de garantizar ningún porvenir. Y continuamente se recurre a la manipulación de transportar la corrección política del siglo XXI a 1936, creando personajes y situaciones imposibles en aquella época, por muy simpáticos y comprensibles que resulten para el lector contemporáneo. Es una falacia gigantesca, que apuntala la lectura que los franquistas hicieron de la Guerra Civil. Una catástrofe.

P. ¿Cómo escribir para que la historia social no olvide la singularidad de los individuos y para que los individuos no sean seres aislados al margen de la historia?R

. Yo, ante todo, soy una escritora. Mi compromiso fundamental es la literatura, mi misión es escribir buenos libros, los mejores que sea capaz de crear. Creo que cuando se novela sobre un hecho histórico concreto es fundamental ser leal a la realidad, no retorcer la Historia ni manipular a quienes formaron parte de ella. Pero para escribir una buena novela es igual de esencial la libertad del creador y esa es la clave. Yo trato a mis personajes de los Episodios de la misma manera, con la  misma libertad, que a los que aparecen en mis obras de ficción. Los construyo desde su intimidad, desde sus sentimientos, desde su experiencia cotidiana, huyendo de la rigidez, la acartonada solemnidad tan frecuente en la novela histórica, donde los personajes a menudo dialogan como si esculpieran sus palabras en mármol. Y ahí, en su pequeñez individual, en la suma de los pequeños hechos de sus vidas, está el reflejo de la sociedad de su tiempo.

P. Al articular la historia individual de individuos históricos es imprescindible aludir asuntos como la soledad y el amor. Una de las cuestiones que surgen en todos tus episodios y, sobre todo en Los pacientes del doctor García, es la soledad. Soledad de los individuos, soledad de una causa: por ejemplo, la soledad del antifascismo español en la guerra y en la posguerra.Los pacientes del doctor García

R. Como proyecto literario, escribir los Episodios ha representado asumir la dificultad de escribir seis novelas sin finales felices, la crónica de un fracaso cuyo saldo el lector conoce de antemano. La soledad es el principal ingrediente atmosférico de estas historias. Mis protagonistas son supervivientes en territorio hostil, que a menudo, sobre todo en Los pacientes del doctor García, tienen que renunciar a todo cuanto poseen, incluso a su propio nombre, a su propia identidad, para seguir adelante. Su soledad es un reflejo de la soledad de su causa, el abandono en el que las democracias occidentales sumieron a los republicanos españoles antes, durante y después de la Guerra Civil. Por eso son tan admirables su energía y su alegría, el empeño incombustible de seguir luchando por encima de todo, que nace de la convicción en la justicia de su causa.

P. Y también el amor, las historias de amor donde se encuentra la complicidad para resistir, la alegría. O también el desamparo, el dolor interiorizado.

R. El amor es mi cómplice, un ingrediente fundamental en la construcción de cualquier personaje que en estos libros desempeña un papel aún más esencial. No solo mis personajes se mueven por amor, a su causa, a sus ideas, a sus semejantes, a su país. Además, sus historias de amor, casi siempre tan pequeñas, tan corrientes como ellos, suponen la única victoria que llegarán a conocer, el único final feliz que puedo regalarles. Así, la herramienta principal para indagar en su intimidad, se convierte a menudo en su propio destino.

P. Estamos viviendo una vuelta de la extrema derecha a Europa. El olvido parece aliado ahora de un narcisismo dispuesto a desentenderse del mal, de las consecuencias catastróficas de algunas ideas y decisiones. Los recuerdos se han llenado una vez más de vinculación con el futuro. La memoria es, además de un acto de justicia con las víctimas del pasado, un modo de resistencia y previsión ante un futuro que se conforma con hostilidad.

R. La memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente y, sobre todo, con el futuro. Esta frase, que hemos repetido tantas veces sin que haya llegado a penetrar en la conciencia social de España, adquiere una relevancia dramática ante los acontecimientos que estamos viviendo, dentro y fuera de nuestro país. El siglo XXI nos ha devuelto algunos monstruos que creíamos haber despedazado y enterrado para siempre, en envoltorios nuevos, crujientes, que aspiran a despistar, a engañar a la gente. Donald Trump representa la versión 3.0 del fascismo como Marine Le Pen encarna la del racismo. Los viejos nacionalismos clericales y reaccionarios del siglo XIX resucitan bajo el disfraz de los movimientos sociales antisistema, las rastas y las batucadas que pretenden convencernos de que son algo distinto de lo que fueron. Pero no es verdad, y la mejor manera de descubrirlo, el arma más eficaz contra estas máscaras, es la memoria. Debemos evolucionar como han evolucionado nuestros enemigos, sin duda, pero en la base de cualquier reacción frente al auge de la extrema derecha debe estar el conocimiento profundo y honesto del pasado. Nuestros mayores no pueden haber sufrido tanto en vano.

P. Te gusta repetir que cada autor es responsable de sus lectores y que a ti te gustan tus lectores. Además de darte independencia para vivir y escribir como quieres, te ofrecen la posibilidad de un diálogo. ¿Tus lectores ideales, esos que imaginas en tu mesa de trabajo, coinciden con tus lectores de carne y hueso?

R. Para mí no hay nada más importante que mis lectores, mis lectoras, porque son mi libertad. Mientras ellos y ellas me sostengan, podré seguir escribiendo los libros que yo creo que tengo que escribir, y no los que decidan otros. Creo además que, en los tiempos que vivimos, los lectores se lo merecen todo, porque son auténticos resistentes, disidentes heroicos de la invasión digital que se ha convertido en el mejor vehículo de los pensamientos únicos. Mientras escribo, soy tan consciente de la importancia de mi compromiso con quienes van a leerme, que el respeto que siento por ellos se convierte en un control de calidad particular, un argumento para la autoexigencia. Después, cuando me dicen que, aunque yo no les conozca, a mí me conocen muy bien porque me han leído, les doy siempre la razón. Y llego a sentir su compañía, hasta su aliento, en las mañanas de trabajo, mientras me enfrento a solas con un teclado y una pantalla.

P. La literatura es un refugio, un modo de mantener el convencimiento, una realidad que nos salve del pesimismo o la renuncia que domina en la actualidad. Ese refugio de ajustes de cuentas y sueños posibles, ¿da fuerzas para enfrentarse a la historia?

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R. La literatura es el sudario que la reina Penélope desteje cada noche para volver a tejerlo al día siguiente, un mapa del mundo en el que algunos autores tienen la fortuna de dejar su huella, ensuciando la pureza del océano con un punto, una isla desierta que convoca a los lectores como náufragos que la colonizan poco a poco, haciéndola crecer mientras construyen sus cabañas con los materiales que consiguen rescatar del barco que se ha hundido para llevarles hasta allí, una existencia que ya no volverá a ser la misma. La literatura es vida de más, un mundo donde somos más felices, más completos que en el escenario de nuestros propios días, un refugio frente a la realidad y al mismo tiempo una realidad mejor donde aprovisionarse, donde entrenarse y fortalecerse para enfrentarse a las penurias de la vida cotidiana, y algo más. Desde hace muchos años sé que, para mí, vivir sin leer no sería vivir, sino transitar por un simulacro deficiente de la vida.

*Pablo Bonet es poeta y librero de guardia en la librería Muga.Pablo Bonetlibrería Muga

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