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La presión de Feijóo lleva al PP europeo a poner en jaque el funcionamiento de las instituciones de la UE

Qué ven mis ojos

Los dictadores buenos y los malos

La justicia es lo que se imparte en una democracia; lo que se hace en un sistema totalitario, se llama represión”.

En el planeta neoliberal, donde todo se ve según el color del billete con que se paga, lo contrario de la democracia no es la dictadura en general, sino exclusivamente aquellas con las que no hacemos negocios, las que defienden otras ideologías, no sirven a nuestros intereses geopolíticos o tienen amigos que no nos gustan. Según ese criterio, Cuba es una dictadura y de China no saben, no contestan. Venezuela es otra dictadura —salvo para venderle armas, como hizo el Gobierno del PP y defendió su entonces ministro de Defensa, Pedro Morenés, calificando a Chavez de “gran amigo de España”— y Arabia Saudí es donde mandan los primos del rey emérito. Todo depende de si el sistema totalitario de aquí o allá te da petróleo o te manda inmigrantes. Es bien raro que no desempolven ya el sustantivo de pega con el que se definió en la España de principios del siglo pasado el régimen del general Miguel Primo de Rivera: dictablanda.

La actual Turquía es también una dictadura, aunque sea con antifaz, gobernada con mano de hierro por Recep Tayyip Erdogan, un caudillo a lo Putin, ahora presidente y antes primer ministro, que lleva catorce años en el poder sin contar con los que estuvo de alcalde de Estambul, y que ha manipulado las leyes y la Constitución hasta sustituir el antiguo sistema parlamentario, establecido en 1924 por el fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk, por uno que otorga al jefe del Estado, es decir a él mismo, poderes casi ilimitados, que van desde reservarse el derecho a vetar las decisiones del Congreso hasta disolver la cámara, estar facultado para nombrar a dedo a jueces y fiscales, o a los rectores de la Universidad, y sobre todo, gracias al truco de limitar los posibles mandatos de un candidato a dos legislaturas de cinco años, pero que vuelven a contarse desde cero si éste convoca elecciones anticipadas a los cuatro años y pico, harían posible que el actual líder del AKP permaneciese en su puesto hasta el año 2034.

No es una bandera, es una cortina de humo

Sin embargo, a Erdogan se le trata en la mayor parte de Europa con cuidado, no se le quiere ofender, se le busca como aliado y sus fronteras son consideradas la última o la primera muralla defensiva del continente. Por eso, cuando pide una orden de detención de cualquier disidente, aunque sus delitos no existan y sean nada más que haberse opuesto a sus decisiones o criticado sus métodos totalitarios, la Interpol lanza sus circulares y la Policía detiene a los perseguidos. Acaba de ocurrir dos veces en España, en Barcelona fue arrestado el periodista Hamza Yalçin y en Granada al escritor Dogan Akhanli, que por suerte ya ha sido puesto en libertad, algo que debe haber aliviado a muchos dado que el hecho de que tenga nacionalidad alemana podría haber creado un serio conflicto diplomático, y más ahora que el endiosado Erdogan le ha pedido a los ciudadanos de origen turco que viven en Alemania o han nacido allí que no voten en las elecciones del próximo 24 de septiembre ni a la canciller Angela Merkel ni a sus aliados del SPD ni a los ecologistas. “A mis compatriotas les digo que no cometan errores y no apoyen a esa gente. Todos ellos son enemigos de Turquía”. Qué buena novela hubiese escrito sobre él Gabriel García Márquez o aún podría escribir Mario Vargas Llosa, especialistas en dibujar tiranos.

Claro que España y Turquía tienen firmado un acuerdo bilateral para perseguir, arrestar, poner a disposición de los jueces y extraditar de uno a otro país a personas que sean buscadas por algún crimen. Pero, ¿eso significa que da igual de qué se le acuse, quién lo haga, por qué motivos y con qué pruebas? Un Estado de Derecho, como lo es el nuestro, ¿puede acatar los mandatos de otro donde el Convenio Europeo de Derechos Humanos se encuentra actualmente suspendido? ¿Es lógico que se meta entre rejas y se abra la posibilidad de entregar a sus perseguidores a los intelectuales que se atreven a contradecir al sátrapa? Claro que él y los suyos van a calificar siempre de terroristas a sus enemigos, pero viniendo de ellos eso no demuestra en absoluto que lo sean, y eso aquí lo sabemos muy bien: también hay entre nosotros y en nuestras instituciones cargos públicos con bocas tan grandes que sólo pueden salir de ellas balas de cañón.

Vivimos en un mundo en el que nada más que importa lo que interesa. A los fuertes se les ponen alfombras rojas y a sus víctimas, alambradas rematadas con cuchillas. Es lo que hay, pero por qué.

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