Buzón de Voz
Lista de espera para atizar a Iglesias
Si de algo andamos sobrados en este país es de gente dispuesta a adular al triunfador con una sobredosis de entusiasmo sólo equiparable a la que aplicamos para lapidar al perdedor. Del mismo modo que durante un par de años leímos y escuchamos verdaderos cánticos que describían las mil y una virtudes supuestamente incontestables de Pablo Iglesias Turrión, ahora cada día gana nuevos adeptos la larga cola de analistas, tertulianos y excompañeros de filas volcados en sacudir de forma inmisericorde al líder de Podemos acusándole de todas las plagas habidas y por haber. Empieza a resultar cansino el ejercicio de combatir la exageración, pero es imprescindible en estos tiempos cargados de ruido y vulnerables a la expresión de sectarismos de cualquier signo.
- Es obvio que Podemos ha sufrido una debacle electoral. En las generales perdió 29 escaños, y pasó de ser tercera a cuarta fuerza en el Congreso. Y el 26-M la caída fue incluso mayor. De los “ayuntamientos del cambio”, que fueron la avanzadilla más exitosa de la formación y sus confluencias, sólo se mantienen el de Cádiz (por mérito de José María González Kichi, que no es precisamente un aliado de Iglesias) y el de València, a cuyos mandos seguirá Joan Ribó, de Compromís. El mayor beneficiario de esa caída es claramente el PSOE, que ha logrado recuperar una parte importante de los votantes fugados e Podemos en el anterior ciclo electoral. Vale, todo eso es así. ¿Pero tiene o no tiene Unidas Podemos 42 escaños en el Congreso? ¿Es o no es absolutamente imprescindible para que el PSOE pueda gobernar los próximos cuatro años aplicando un programa progresista? En esto caben pocas dudas. Si Sánchez quiere seguir en la Moncloa, y de verdad pretende ser coherente con su programa electoral y con el “¡Con Rivera no!” que se escuchó la noche del 28-A en la sede de Ferraz, debe entenderse con quien es su “socio preferente”. ¿O no lo es? Tendrá que aclararlo Sánchez más pronto que tarde.
- Para que quede claro: a mí me parece equivocada la “autocrítica” de Pablo Iglesias sobre su caída electoral. Me ha recordado aquello que contaba Jorge Semprún sobre el comité central del PCE en el exilio, cuando uno de sus dirigentes le decía a otro: “Anselmo, te voy a hacer tu autocrítica”. Despachar como motivo principal de la sangría “las divisiones” internas, señalando sin disimulo a Íñigo Errejón como principal responsable por haberse ido a montar Más Madrid con Manuela Carmena es negar la realidad de un desgaste que tiene motivos más profundos y nombres y apellidos muy evidentes. La fórmula de Errejón casi ha triplicado en la comunidad de Madrid los apoyos a Podemos, y Carmena ha acariciado de nuevo la alcaldía mientras la opción apoyada por Podemos ni siquiera logró representación municipal. El retroceso ha sido generalizado (ver aquí), ha afectado al 90% de los municipios y se ha reflejado también en el Parlamento Europeo, donde Unidas Podemos ha obtenido menos apoyo que el que logró en su día La Izquierda Plural de Willy Meyer. Vale, todo eso es así. ¿Pero sería cabal y responsable por parte de Iglesias abrir ahora Podemos en canal mientras se negocia la gobernabilidad desde una posición evidentemente más débil que tras la moción de censura que aupó a Sánchez a Moncloa (por cierto, gracias también a los movimientos de Iglesias)? Que las derechas y sus plataformas mediáticas estarían encantadas con un inmediato Vistalegre 3 y con muchos Espinares haciéndole a Iglesias su “autocrítica” no tiene duda, pero lo lógico será resolver primero los acuerdos de gobierno en los distintos niveles y después abrir en serio todos los armarios.
- En la actual fase política, la cuestión clave para Unidas Podemos es si debe llevar o no hasta el final la exigencia de una coalición de gobierno. Más allá de que esa reivindicación haya funcionado como herramienta esencial de la estrategia electoral y postelectoral (cuyo éxito o fracaso cada cual mide según las expectativas creadas) hay argumentos sólidos para avalar esa opción, pero también para no convertirla en línea roja o precipicio que conduzca inexorablemente a una repetición electoral sumamente arriesgada. A favor, se comprende que no hay mejor forma de influir y controlar la acción de gobierno que sentarse en su consejo de ministros; si uno tiene las carteras principales en lo laboral y lo social, difícilmente podrá un Ejecutivo socialdemócrata ceder a las tentaciones neoliberales que tanto han desgastado (e indignado) al electorado de izquierdas. En contra, uno se hace responsable colectivamente de las decisiones de todo el Gobierno, y por tanto sufrirá inexorablemente las consecuencias de medidas que no comparta. En cualquier caso, al electorado le importará mucho más el contenido de unos acuerdos de gobierno que respondan a las necesidades e intereses de esa ciudadanía que el número de sillones que cada cual ocupe.
- Sánchez e Iglesias inician este próximo martes una nueva batalla de credibilidad. El primero intenta trasladar que es la única opción posible de gobierno (y lo es), y que representa la oportunidad de afrontar el “cambio de época” que vivimos (en lo ecológico, lo digital, la lucha contra la desigualdad, el peso de Europa…) sin que el Ejecutivo dependa de la prioridad identitaria de los independentistas. Iglesias busca convencer a los suyos (y exsuyos), de que su presencia en el Gobierno es la única garantía de que se ejecuten políticas de izquierdas no condicionadas por otros poderes. Será muy decepcionante y peligroso que no termine cumpliéndose lo que afirmó el propio Iglesias tras su anterior encuentro con Sánchez después del 28-A: “Estamos de acuerdo en trabajar para ponernos de acuerdo” (ver aquí). El juego de “quién puso más” o “quién tuvo la culpa” si se frustra esa mayoría que las urnas han otorgado a las opciones de progreso frente al trío de Colón se adivina infantil y contraproducente para quien abuse de la ya castigada paciencia del electorado. Iglesias debe medir hasta dónde lleva su exigencia de coalición y a costa de qué, pero Sánchez también está obligado a no despreciar lo más mínimo a su principal muleta si no quiere perder pie o morir de presunto éxito.
- En el corto plazo, el puzle del poder territorial está sin encajar, y la solución de cada parte del dibujo condiciona al resto. La oferta (relatada hace una semana aquí mismo por Fernando Varela) de UPN para facilitar la investidura de Sánchez a cambio de que los socialistas navarros permitan que allí gobierne Navarra Suma parece a primera vista la solución más sencilla. Pero sólo a primera vista. Habrá que conocer la reacción de la militancia del PSN (“no es no” a la derecha) o del PNV, también imprescindible para la suma en el Congreso y miembro de una coalición que perdería el poder en la comunidad foral. Del mismo modo, si gana posibilidades la opción de pacto en Barcelona con Colau, el PSC y Valls, también se reforzaría el peso de Iglesias en la negociación “estatal” y se debilitaría al independentismo. Media docena de piezas de ese puzle señalarán también algo muy interesante: si hay opciones de romper bloques marmóreos en esta realidad multipartidista. Se precisan bisagras para que el bipartidismo no sea sustituido por un bibloquismobibloquismo igualmente frustrante.
- En el medio plazo, el terremoto electoral reciente llevará a una recomposición del espacio político a la izquierda del PSOE (como probablemente ocurra también en la derecha). Quienes vaticinan o exigen un Vistalegre 3 urgente como madre de todas las batallas de este Juego de tronos quizás no tienen en cuenta que allí sólo podrá solucionarse (o no) lo que Podemos quiera ser en el futuro. Porque otros actores fundamentales de un movimiento cuyo origen está conectado y vinculado a la lectura política del 15-M no estarán en Vistalegre, por decisión propia o porque se vieron empujados a irse. Ya están fuera. Y tampoco está dentro Izquierda Unida, que a su vez se ve obligada a valorar las consecuencias de su alianza. Que Más Madrid desemboque a medio plazo en Más España (o en la marca que Errejón pueda representar) condicionará el dibujo final de un espacio progresista en ebullición.
Es tan peligroso el culto al caudillismo cuando se articula una opción política revolucionaria como caer en la tentación de personalizar todos los errores en ese supuesto caudillo cuando las cosas se tuercen. Hubiera necesitado Iglesias más gente crítica alrededor cuando tuvo la ocurrencia de consultar a las bases una decisión tan personal como hipotecarse de por vida para comprar un chalé (ver aquí). Hoy das una patada y aparecen setenta voces críticas y otros tantos lectores de urnas. Calma. Lo importante ahora es conformar gobiernos cuya prioridad sea reducir la desigualdad y combatir la “secesión de los ricos” a la hora de defender el interés común. De cortoplacismos, aduladores y audaces prescriptores del pasado vamos, efectivamente, muy sobrados.