Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Carpe diem
Encuentro bastante saludable la actitud de Carpe diem con la que tanta gente está afrontando este verano de 2022; actitud que, por supuesto, comparto. En los tres meses de confinamiento domiciliario forzoso de 2020 y en los dos años de limitación de movimientos que les siguieron, muchos añoramos esos placeres sencillos que Epicuro proponía como ideal de vida. El de desplazarse libremente, el de besar o abrazar a seres queridos, el de bañarse en el mar o caminar por el monte, el de compartir al anochecer una botella de vino y unas sardinas asadas con unos amigos en la plaza del pueblo… Placeres tan baratos como esenciales.
Epicuro era de los que pensaban que esta vida es corta y que muy probablemente no haya otra detrás, así que debemos intentar disfrutarla evitando el dolor en la medida de lo posible y saboreando sus muchas cosas buenas, empezando por el hecho de seguir vivos. Sus enseñanzas, como es sabido, fueron satanizadas por el triunfo en Occidente de la cultura judeocristiana, que tilda esta existencia de valle de lágrimas, que prioriza los sentimientos de culpa, angustia y sufrimiento. Abandonad toda esperanza: aquí hemos venido a padecer y ganarnos así un imaginario y aburrido paraíso celestial una vez la hayamos palmado.
Gocemos de las buenas cosas de este verano como si fuera el último. Hagámoslo sin remordimientos y sin dañar a terceros. No es en absoluto incompatible con la voluntad de seguir intentando hacer un mundo mejor, menos disparatado, menos cruel e injusto
Los medios de comunicación son hoy los altavoces de esta visión ceniza. Mucha gente aún no ha comenzado sus vacaciones de verano y los medios, amén de enfatizar catástrofes del presente como el calor y los incendios forestales, nos anuncian un otoño e invierno muy duros, con los precios disparados, restricciones de energía, recesión económica y regreso del paro. Toda la culpa, dicen, es de Putin, de su agresión a Ucrania. Pero no se nos cuenta qué están haciendo esos líderes europeos que pagamos con nuestros impuestos para intentar detener esa guerra. Se nos presenta como larga y costosa, se nos piden nuevos sacrificios, pero no se nos informa de que tal o cual troika europea, con la ayuda, por ejemplo, de Turquía y China, está intentando organizar un encuentro entre Putin y Zelenski para que decreten un alto el fuego y comiencen a negociar. Es como si lo de Ucrania fuera una inexorable maldición bíblica, un concepto, creo, más propio del pensamiento judeocristiano que del racional.
O quizá es que esta guerra solo parará cuando Putin haya sido derrotado militar o económicamente, lo que, en efecto, va para largo, muy largo. O, más probablemente, cuando a Estados Unidos le interese detenerla. Cuando ya nos haya vendido todas las armas, todos los combustibles y todo el grano que criaban polvo en sus almacenes. No soy de los que practican un americanismo y un atlantismo trasnochados. Estados Unidos tiene muchas cosas estupendas, pero no es un aliado fiable, tan solo es auténticamente leal con Inglaterra e Israel. ¿Tengo que recordar que el pasado verano, el de 2021, dejó colgados a sus partidarios afganos -y a sus socios en esta aventura, los españoles entre ellos- de la noche a la mañana? Como había hecho en 1975 en Vietnam. Una reunión en el Despacho Oval y el Amigos para siempre, tururú, tururá, se cambia por el ¡Hasta la vista, baby! No hard feelings, Europe.
Mucha gente lo sabe o lo intuye pese a la machacona propaganda mediática. De modo que se dice que ya cruzaremos el puente del duro otoño-invierno cuando lleguemos a él. Lo único seguro es que el calentamiento global ya está aquí, todos estamos notándolo, sin que esos líderes tan preocupados porque Rusia pueda quedarse con Crimea y el Donbás hagan nada para atajarlo. Todavía hay en este planeta mucho petróleo, mucho plástico y muchos vehículos de gasolina o gasoil por vender, deben decirles sus financiadores.
Crece, pues, el descreimiento respecto a los políticos y los medios. No todos son iguales, ciertamente, pero la mayoría lo son, sobre todo los poderosos. Se multiplican los profetas del Apocalipsis, los aspirantes a Mesías y los vendedores de crecepelos mágicos. Con la tecnología del siglo XXI regresan propuestas absolutamente medievales. ¿Qué hacer?, se pregunta gente de buena fe desconcertada por tanta corrupción y tanta patraña.
Carpe diem, gocemos de las buenas cosas de este verano de 2022 como si fuera el último de nuestras vidas. Hagámoslo sin remordimientos y, como siempre, sin dañar a terceros. Para los que la tenemos, ello no es en absoluto incompatible con la voluntad de seguir intentando hacer un mundo mejor, menos disparatado, menos cruel e injusto. Tal fue la enseñanza de aquel bon vivant que adoraba el baile, el fútbol, la playa y los amoríos, a la par que luchaba por la libertad y la igualdad, llamado Albert Camus. Un epicúreo confeso.
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