Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Chacón
Carme Chacón era una lectora voraz, hacía suyo, señala Joana Bonet, el acto de fe de Umberto Eco: “Si dios existiera, sería una biblioteca”. Ahora, un lustro después de la muy prematura muerte de la joven de Esplugues de Llobregat que fue vicepresidenta del Congreso, ministra de Defensa y aspirante a liderar el PSOE, Bonet le ha hecho a Chacón el mejor regalo que puede hacerse: un libro. Pero no el libro de un tercero, sino uno escrito por la periodista sobre la política que fue su amiga. Publicada por la editorial Península, esta biografía no se anda con rodeos o eufemismos, se titula muy directamente Chacón. La mujer que pudo gobernar.
Se presentó el pasado viernes en el Ateneo de Madrid, y el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y el periodista Iñaki Gabilondo acompañaron en el estrado a la autora. Chacón, recordó Gabilondo, era de origen popular, nieta del obrero anarquista Paco Piqueras, y se formó desde niña en el aprecio a los valores de la libertad y la justicia. Era una superviviente nata, se pasó su corta vida esquivando los golpes bajos de la enfermedad, el machismo, la politiquería, el amor y el desamor, subrayó Bonet. “Te hablaba con la sonrisa y te quería con la mirada”, dijo Zapatero de la que fue su ministra y pudo ser su sucesora.
El decimonónico salón del Ateneo estaba repleto de un público muy consciente de que, de no haber sido por el pírrico triunfo del conservadurismo en el congreso sevillano del PSOE de febrero de 2012, de no haber sido por lo que Gabilondo llamó “una cantidad monumental de juego subterráneo en su contra”, Chacón habría salido de él como secretaria general de los socialistas y candidata a la presidencia del Gobierno de España. La reciente historia política de nuestro país, sostiene Bonet en su libro, podría haber sido muy diferente. El PSOE no habría sufrido una irrelevancia y una decadencia de la que solo terminaría sacándole la rebelión de Pedro Sánchez en las primarias de 2017. Los socialistas podrían haber asumido con Chacón buena parte del espíritu del 15-M, recuperando así atractivo para la juventud y sosteniendo relaciones menos cainitas y más fraternales con el naciente Podemos. Bonet intuye que hasta el conflicto catalán de 2017 habría podido ser menos virulento.
Pero no fue así. Chacón perdió por un puñado de votos el Congreso sevillano, tras haber sufrido innumerables puñaladas en la espalda propinadas por la vieja guardia de su partido y las plumas más venenosas de cierto periódico. Aquel cónclave lo ganó Fouché, el yonqui de las conspiraciones, y de este modo se produjo el despropósito de que los abuelos heredaran a sus hijos y desheredaran a sus nietos. El marianismo se quedó sin rival. Las izquierdas españolas —no solo la socialista, toda ellas— perdieron un lustro.
Escribe Bonet que los partidos temen a los mejores, y añado yo que no solo ellos. Todas las burocracias desconfían de aquel o aquella que se abre su propio camino defendiendo ideas de cambio, renovación, reforma o progreso. Las burocracias son felices viviendo en la esclerosis; los estigmas que aplican a los brillantes son siempre los mismos: joven, inexperto, ambicioso. Máxime si la estrella ascendente es femenina.
Chacón, dijo Zapatero en el Ateneo, perdió el congreso de Sevilla por ser mujer y catalana. Sí, Chacón era mujer y feminista, y siempre pagó un precio por ello. Sufrió un intento de violación en su niñez y un episodio de acoso sexual laboral en su juventud; tuvo que escuchar rumores maledicentes sobre su vida privada durante toda su carrera política; siempre hubo algún listillo que intentara desautorizarla tildándola de la niña de Fulano, la niña de Zutano, la niña de Mengano. Ni sus títulos universitarios españoles e internacionales, conseguidos a base de becas y codos, ni sus triunfos electorales, conseguidos pateándose pueblos y ciudades, resultaban convincentes para esa aún nutrida manada de dinosaurios que sigue creyendo que una mujer no puede avanzar sin el tutelaje de un machote.
Y sí, Carme era charnega para los nacionalistas de Cataluña y catalana para los nacionalistas de España. Aunque, en realidad, era cosmopolita y federalista. Se negaba a tener que escoger entre papá y mamá. Lo recordó Zapatero, añadiendo que “la convivencia de identidades diversas es lo mejor que España puede ofrecer al mundo”. Así lo pienso.
A diferencia de ZP, no creo, sin embargo, que su condición de mujer y catalana fuera lo único que usaran en su contra los conspiradores de cierta noche sevillana. Tengo para mí que también le reprocharon su zapaterismo, el haber sido siempre leal al presidente que tuvo el valor de retirar las tropas de Irak, enfrentarse al emperador Bush, legalizar el matrimonio gay y trabajar por la igualdad de géneros. Y también creo que esgrimieron en contra de Chacón su clara militancia en las ideas y los valores de la izquierda.
A Chacón, entonces ministra, le hubiera gustado poder estar en Sol en los días del 15-M, me consta personalmente, me lo dijo ella. También le consta a Bonet. “Chacón”, escribe, “fue una de las pocas que desde una clara posición de poder supo entender lo importante que era escuchar y valorar aquella tromba de protesta”. Los políticos, pensaba, debían escuchar a los indignados, estos hacían propuestas dignas de ser estudiadas. Como un sistema fiscal más justo, una mayor participación ciudadana en la vida política y una lucha más vigorosa contra la corrupción. En uno de los últimos consejos de ministros de Zapatero, se negó a avalar el indulto a un banquero poderoso. Fue un gesto simbólico que, por lealtad, no hizo público.
El 14 de abril de 2008, Chacón asombró al mundo cuando, en su primer acto como la primera ministra de Defensa de Europa, pasó revista a las tropas con su barriga de siete meses de embarazo, y dijo con tono rotundo: “Capitán, mande firmes”. Yo la conocía desde hacía algunos años —era la esposa de mi compadre Miguel— y sabía de su inteligencia, de su fuerza, de su tozudez, de su vehemencia y, sobre todo, de su bonhomía. Me había ganado en nuestro primer encuentro, cuando mi compadre me la presentó en una cafetería del centro de Madrid y yo, recién divorciado, le hablé del terrible dolor que me producía tener que separarme de mis hijas. No me soltó un rollo convencional, me dijo que comprendía mi sufrimiento, que lo conocía de cerca porque un pariente suyo —hermano o primo, ahora no recuerdo— estaba pasando por lo mismo. Se declaró firme partidaria de la custodia compartida.
La mujer que más cerca ha estado de gobernar España empatizaba con el dolor ajeno, sabía conectar con el lado más vulnerable de las personas. Las mujeres, por supuestísimo, pero también los hombres. Lloraba por las noches en casa al regreso de funerales de soldados españoles muertos en misiones internacionales de paz. Lloraba en privado, no para las cámaras de televisión. Era así, ajena al exhibicionismo. Y, como dice Bonet, también al cinismo.
La mujer que más cerca ha estado de gobernar España empatizaba con el dolor ajeno, sabía conectar con el lado más vulnerable de las personas. Las mujeres, por supuestísimo, pero también los hombres.
Estuve en la boda de Chacón con mi compadre en la Masía Bach, en diciembre de 2007. Tres años después, vi la final del Mundial de Suráfrica en su residencia de entonces, en el último piso del Ministerio de Defensa, y aún guardo el calor del abrazo que nos dimos cuando Iniesta —sí, el del Barça, el equipo con el que simpatizábamos los dos— marcó el gol que daba la victoria a la selección de España. Ella estuvo una vez en mi casa de la Alpujarra y yo muchas en las que compartió en Madrid con mi compadre. “Llevaba el sol en la mirada”, dice Bonet. Me gusta esa fórmula, aunque a veces aquel sol era cubierto brevemente por una nube de tristeza.
Murió el domingo 9 de abril de 2017, en su último piso madrileño, en la calle Viriato. Entre las cinco y las siete de la mañana. Por causa natural. Su corazón se paró. Tenía el corazón al revés desde el nacimiento, una cardiopatía congénita. Pero jamás fue por la vida de enferma. Jugó al baloncesto en su juventud, estudió en Inglaterra y Canadá, amó con pasión a algunos hombres, viajó a escenarios bélicos como Líbano y Afganistán, quiso ser líder del PSOE, soñó con ser presidenta del Gobierno, tuvo un hijo… Su luz duró 46 años.
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