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Democracia pixelada

La verdad sobre el 'caso Quirós': una crónica en primera persona

Miguel Álvarez-Peralta.

Ayer desayuné con una historia en prensa digital que cuenta un caso de corrupción en el departamento de la UCM donde me doctoré, y del cual soy el principal afectado. Me veo en la necesidad de aportar la información de que dispongo, rectificar alguna imprecisión y ayudar a esclarecer los hechos. Acompáñenme en esta insólita historia de presiones para retirarme de un concurso público, puntuaciones imposibles, entrevistas amañadas, documentos robados, amenazas y prevaricación. Prometo no aburrirles.

Me gusta ser profesor en Cuenca. La UCLM es una universidad que trata bien a su profesorado, y trabajo con un equipo competente y acogedor. El alumnado conquense es muy agradecido, llevo ya diez cursos y estoy muy a gusto. Sin embargo, me gustaría en algún momento volver a trabajar en Madrid, donde crecí, me doctoré y tengo a mi familia. Hacer menos kilómetros en este Ford Escort que tiene ya 25 años. Así que hace un par de inviernos decidí presentarme a las plazas que salieran aquí de mi especialidad, para tantear posibilidades.

Esa plaza es para mi compañera de partido, no te presentes

Cuando, el verano pasado, apareció mi nombre en una lista de aspirantes a una plaza de Semiótica, recibí en mi teléfono un mensaje de Fernando José Quirós Fernández, jefe del departamento de Periodismo y Nuevos Medios de la Universidad Complutense de Madrid, que es lo que ha contado El Confidencial:

"Hablamos de esa plaza y yo te hice un ruego. ¿Te acuerdas? Haz lo que creas oportuno, estás en tu derecho. Pero yo también estoy en el mío de sentirme traicionado".

En un primer momento, no entendí de qué me hablaba. Meses antes, yo había ido contando a todo el mundo que estaba echando plazas en Madrid, para que, si sabían de alguna, me avisaran. Me llegaron unas cuantas, entre ellas esta. Quirós, con quien coincidía en la Asociación ULEPICC, me pidió que no me presentase a una que sacarían en su departamento, porque era para una profesora asociada, Juana Escabias, que, casualmente, es la Secretaria de Cultura del PSOE en la Comunidad de Madrid. El mismo partido del que Quirós había sido militante muchos años. Lo cierto es que yo ni registré mentalmente aquella advertencia. Pensé que se refería a su misma plaza de Asociada, para renovar su contrato. Los asociados están obligados a ganar su propia plaza nuevamente cada cuatro años para poder seguir en su puesto (a la mitad del profesorado le ocurre esto, en realidad).

Pero yo no tenía pensado presentarme a plazas de Asociado, que ni siquiera piden currículo académico, porque están pensadas para fichar profesionales de fuera de la universidad que impartan algunas horas. Había actualizado mis 420 páginas de CV para solicitar nueve plazas a tiempo completo, de Profesor Ayudante y Contratado, de esas que sí exigen trayectoria docente e investigadora. Si no recuerdo mal, fueron cuatro en la URJC y cinco en la UCM, en hasta cuatro departamentos diferentes. Ayer mismo volvió a pasar: en casi todas quedé segundo, porque en todas ganó el candidato interno de cada departamento aunque tuviera menos méritos, pero esa otra trama queda para la segunda temporada, que si no se nos alarga mucho esta crónica.

Ante la bronca de Quirós, pensé que habría echado la plaza de Asociado por error. Una vez que tienes rellena la solicitud en el formato que pide una universidad, presentar una convocatoria más o menos no cuesta nada. Es hacer un clic más. Protocolariamente, me disculpé ante Quirós. Sólo después supe que la asociada llevaba sólo un año, y entendí el volumen del pastel.

Retírate o ganarás, ella no puede competir contigo… y borra esta conversación

Fernando Quirós pretendía que no echase una plaza que sí era de mi perfil y a la que yo legítimamente aspiraba, porque la reservaba para la compañera de su antiguo partido. Cuando me vio en la lista de admitidos, me echó una bronca tremenda por WhatsApp, que es la que ahora ha difundido El Confidencial:

"Vas a ganar la plaza y la asociada que tenemos dentro del Departamento se quedará de asociada nada más. (…) No puede competir con un contratado doctor, encima das el perfil. (…) Por cierto la profesora asociada necesita la plaza como el comer porque la han echado de la escuela de teatro del Ayuntamiento de Madrid. Entrarás en Periodismo y Nuevos Medios pero no esperes que yo te de la bienvenida. (…) La solución es no concurrir, pero esa decisión no me corresponde a mí. Haz lo que creas oportuno y por favor borra esta conversación".

Quirós reconocía que ella no puede competir con mi currículum y yo cumplía el perfil, me pidió abiertamente "que esperase", insinuando que sacarían en algún momento una plaza para mí. Con toda naturalidad. No era la primera vez que yo oía algo así, cualquiera que conozca la universidad conocerá esta melodía. Ya antes se me había pedido que no echase tal plaza, porque era para fulanito, y no echase aquella otra, porque era para menganita. Tonto de mí, había ido haciendo caso, también porque estaba a gusto trabajando primero en Boston, en la Universidad de Harvard, y después en la de Castilla-La Mancha. Quería jubilarme en Madrid, sí, pero no tenía prisa. Ahora tengo 41 años, unos padres de 70 y un bebé al que cuidar. La cosa va cambiando. No estoy dispuesto a dejar de presentarme a ninguna plaza pública en mi ciudad natal por capricho de nadie.

Sin embargo, en un primer momento me asusté, y me vine abajo. Reaccioné acobardado, no tuve el desparpajo y la decisión que gastan los hijos de buena cuna, cuando se saben sobradamente merecedores de cualquier puesto. Sorprendido y asustado ante el monumental broncazo, quise en caliente aplacarle y le dije que valoraría retirarme, o no reclamar. Que se tranquilizase. Sabía cómo se las gasta y sé del poder que tiene un catedrático como Quirós, candidato a Decano, fundador y expresidente de la Asociación Internacional de Investigación ULEPICC, a cuya junta directiva yo pertenecía en ese momento (hoy ya no, claro). Todo un patriarca capaz de levantar teléfonos y mover hilos para hacer descarrilar una carrera, como efectivamente intentó más tarde. Pero no nos anticipemos.

Días después, hablándolo en frío con mi pareja, me repuse. Decidí que ya está bien, que ocurra esto mil veces no justifica que ocurra mil y una. Si todos tragamos con estas trapacerías por sabernos impotentes e indefensos, pequeñitos y amenazados con el aislamiento profesional, nunca cambiará la institución. Bien sabía que todo el mundo tiende a cerrar filas con el poder cuando están en juego sus lentejas, pero aun así decidí seguir en el concurso. E inicié el largo viaje hacia lo más hondo de la madriguera de la endogamia complutense. El infierno de un pulso individual kafkiano contra la corrupción institucionalizada. Una pesadilla que todavía continúa.

Puntuaciones imposibles, y aun con eso no bastaba

Cuando salieron las puntuaciones, fue la primera sorpresa. Quirós había nombrado un tribunal de fieles. A Juana Escabias, que había sido fichada el curso anterior como profesora asociada y tenía por tanto sólo un año de experiencia, le otorgaron la máxima puntuación en docencia (2.0), diez veces más que a mi candidatura (0.2). Hace doce años que imparto clase en universidades públicas de España, así como en Italia y Estados Unidos, siempre en asignaturas relacionadas con el perfil de la plaza. Era del todo imposible. Alguien de esa misma Facultad me sopló cuál sería la trampa: le contabilizarían como si fuera docencia universitaria las clases que imparte en la escuela municipal de teatro, a la que asisten menores y algunos adultos, pero sin pasar Selectividad ni EvAU. No hay otra posibilidad, me dijeron.

En cuanto a investigación, la cosa fue aún peor. Juana Escabias presentaba como méritos científicos sólo reseñas de teatro, ediciones de obras ajenas, actas de congresos, pequeños ensayos publicados en revistas no científicas ni académicas, y producción divulgativa relacionada con el teatro. Investigación, a parte de su tesis, prácticamente nada. Su producción por otro lado, era la normal: eso es lo que cabe esperar de un profesor Asociado, porque no tiene trayectoria en la universidad, sino en el ámbito profesional. Pero, en un concurso público para profesor Ayudante, se valoran las publicaciones científicas indexadas, con resultados de investigación originales, de las que yo presentaba veintiséis. Ella, en rigor, presentaba sólo una. No aparecía en las bases de datos académicas de referencia como Google Scholar, Scopus o ResearcherID, no tenía un índice-h, ¡ni siquiera tenía un número ORCID, que es el código oficial que piden las revistas académicas para poder publicar en ellas! No había sido aún matriculada como investigadora. Las publicaciones que presenté (y las tesis que he dirigido), tenían relación directa con el perfil de la plaza (Teoría de la Información y Semiótica de la Comunicación, no dramaturgia), las suyas no, o muy indirectamente. Sin embargo, ella obtuvo el triple de puntuación, casi la nota máxima, y yo casi la mínima. Abracadabra.

Aun con eso, mi candidatura seguía ganando en el cómputo global por dos décimas, debido a que en otros campos (como formación, estancias en el extranjero, etc.) la vacuidad de su expediente era tan manifiesta que no había cómo arañar décima alguna. Así, de los 12 admitidos a concurso, sólo ella y yo pasamos a la segunda y última fase: la entrevista personal. El trámite donde siempre se cuecen las grandes remontadas y disparidades de puntuación en las plazas "con bicho". Que son muchas, en ese departamento. Ya hubo casos célebres en el pasado.

Entrevista amañada e irregular

En vista del panorama, acudí acompañado de testigos a la entrevista y, asesorado por un abogado, grabé toda la sesión pública, que es lo recomendable en estos casos (Sentencia nº114/1984 de la Sala Segunda del Tribunal Constitucional y 883/1994, 178/1996, 914/1996, 702/1997 y 286/1998 del Tribunal Supremo). Menos mal que lo hice. Aquella sesión fue un sindiós en muchos sentidos.

El primero, porque el miembro de más edad y presidente del Tribunal, el profesor Jorge Lozano, no escatimó en alabanzas a mi currículum cuando le llegó el turno de valorarme:

"Le voy a confesar algo, no entiendo nada, si me permite, porque ese currículum supera al 95% de los catedráticos de esta facultad. Realmente sorprende mucho, Ud. tiene un Récord Guinness, no conozco muchos ayudantes que hayan dirigido tesis doctorales. (…) El problema tremendo en el que Ud. está, me ha recordado, si me permite, el verso de las siete y media que dice "Ay de ti si no llegas, más si te pasas, si te pasas es peor". Es decir, yo sinceramente, no sé qué hacer con un tan excelente currículum. (…)

Yo le agradezco mucho, es más, le invito a tener una conversación conmigo cuando no nos vean los de su grupo, porque, sinceramente, es muy difícil encontrar gente con pasión por la semiótica, (…) incluso entre muchos que imparten semiótica.

Me chirría que diga que quiere venir a un departamento a impartir semiótica, yo le invito a un bar, quiero decir, que este es el inicio de una gran amistad. Yo no puedo preguntarle más cosas. Ud. es víctima del currículum español, yo le digo que Ud. entrega ese currículum en Bolonia [epicentro internacional de estudios en Semiótica, perfil solicitado por la plaza] e imagínese, claro, Ud. lo sabe., ocho años de semiótica… no sé si tienen ese currículum Paolucci o Marsciani, en los que Ud. se apoya.

Quiero decir, felicidades, le admiro mucho, ¡cómo ha podido Ud. compatibilizar todo esto!, yo debo ser muy lento, es decir, tantas asignaturas, tantos idiomas, tantas publicaciones, tantos proyectos de investigación, realmente es algo verdaderamente admirable."

Mis oídos no daban crédito, ¡hay un díscolo!, pensé, aliviado. Hasta que entendí cuál era su estrategia. Lozano quería decir que yo tenía demasiado CV para esa plaza y que por eso no me iban a admitir. Puse ojos como platos. "Con permiso", respondí, "sólo en las plazas de Ayudante No Doctor se puede descartar a alguien por exceso de CV, en el caso de que tenga el doctorado. Pero en el resto de niveles, no existe la sobrecualificación: se publica un baremo, se evalúan los méritos presentados y lo que sale, sale, sin más. No se puede tener demasiados méritos". Héctor Fouce, secretario del tribunal y mejor informado de la normativa, asentía con cara de desesperación a mis palabras. Esa estrategia improvisada por Lozano había remado a contracorriente. No se habían coordinado bien.

En esas estábamos cuando irrumpió en la sala el quinto miembro del Tribunal, el profesor Joaquín Sotelo, que había faltado a toda la sesión porque estaba "repartiendo desayunos en su Colegio Mayor", según se me informó y recoge la grabación. Llegó en el minuto 37:47 de la sesión, después de que hubiera terminado mi exposición y respondido a las preguntas del tribunal. No pudo por tanto presenciar la entrevista, pero eso no le impidió evaluarla, emitir veredicto y firmar tranquilamente las actas, como si nada. Ese comportamiento le ha valido ser cesado e inhabilitado por Rectorado como miembro del tribunal.

Los disparates no habían hecho más que empezar. Terminada mi entrevista, me expulsaron de la sesión pública. Hector Fouce me informó de que mis acompañantes y yo debíamos abandonar la sala por exceso de aforo, debido al covid. No podía estar en la entrevista a Juana. "Pero son sesiones públicas", dije. "Si me voy yo, se vulnera mi derecho a presenciarla. Habilitemos un medio telemático, un teléfono con Skype, y yo la sigo a distancia". Imposible, me dijeron, eso no se puede hacer, te tienes que ir. Me negué, tranquilamente y sin perder los nervios, como acredita la grabación. Ellos se negaron a comenzar. Finalmente, me dejaron sentarme en el aula contigua, dejando la puerta abierta. Dos profesoras entraron a la sala de la entrevista después de eso. E incluso cerraron las ventanas porque tenían frío. Nadie se quejó por ello. Tras una sucesión de alabanzas sin fin a su tesis doctoral, y como era previsible, la puntuación que se le otorgó en esa entrevista daba la vuelta al marcador. La plaza era suya. Hablamos de un salario de unos 1.250€ netos al mes. Son los juegos del hambre.

Documentos robados del archivo y méritos falsificados

Llegado ese punto, indignado por la sucesión infinita de trapacerías, decidí llegar al fondo de la cuestión. Presenté reclamaciones ante el Rector, el Decano, e Inspección de Servicios, adjuntando la documentación de los hechos —es lo que publicó ayer El Confidencial—. Solicitaba acceder a los expedientes para poder preparar la denuncia. El Rectorado admitió mi reclamación, me dieron acceso a los expedientes.

Allí me planté una mañana de sol, con mi bloc de notas dispuesto a documentar la denuncia en detalle. El personal de Rectorado me facilitó amablemente todas las carpetas, y pude recorrer de uno en uno los certificados de méritos presentados por Juana Escabias. Por supuesto no presentaba docencia ni investigación para competir con mi currículo, menos aún para sacar hasta tres y diez veces más puntuación. Todo era un despropósito. Eso sí, el currículo estaba primorosamente ordenado, con índice y números de página, todo en su sitio. Todo, salvo un certificado, el más importante, el que yo iba buscando. Había desaparecido. Allí estaba su carpetilla trasparente de plástico, en el lugar esperado y con la etiqueta de lo que debía contener… pero vacía. Alguien se había llevado el certificado.

Ese era precisamente el papel que acreditaba su docencia. El personal de Rectorado, muy cooperador en todo momento, no daba crédito. "Debe tratarse de un error" me dijeron, "de lo contrario esto sería muy grave". "Blanco y en botella…" me dijo un señor con cara de poca sorpresa. "No dejes de reclamar, chaval. Pero tampoco esperes éxito". Removieron Roma con Santiago buscando el papel, he de decir, incluso llamaron a Secretaría de la Facultad, y consiguieron que nos enviasen el expediente en versión digital. Allí sí estaba el certificado faltante, escaneado. Efectivamente, se trataba de docencia impartida en una escuela municipal de teatro del Ayuntamiento de Madrid, por tanto, no era educación superior en ningún caso, y no tenía nada que ver con el perfil solicitado en la plaza. Desde la Facultad, nos confirmaron que Juana Escabias había pedido acceder a su propio expediente "para hacer una comprobación" después de que yo hiciera mi reclamación y pidiera acceso. Así lo afirma un testigo presencial. Si fue ella misma u otra persona quien sustrajo el certificado inválido, dejando la carpetilla vacía, no podemos saberlo.

Pero ahí no acabó la mañana. No encontré el papel que buscaba, pero encontré otro que no buscaba. Que ni siquiera sospechaba que pudiera existir. Héctor Fouce, secretario del tribunal evaluador y también co-director del Grupo de Investigación del que yo mismo formo parte desde antes de hacer la tesis, había firmado un papel a Juana Escabias como si perteneciese a nuestro grupo. Así ella podría ponerlo como mérito. Sólo había un problema: ni yo ni prácticamente ningún miembro del grupo la conocíamos de nada, no estaba en el grupo de correo ni de WhatsApp del equipo, jamás había aportado nada al mismo, ni asistido a ninguna de las reuniones o seminarios. Así lo han corroborado varios miembros del grupo por escrito. La catedrática fundadora y codirectora del mismo confirmó que no tenía noticia de esa incorporación, que no sabía por qué Héctor habría firmado ese papel. Vamos, que ese mérito era, si no falso, construido ad-hoc para esta plaza. Juana empezó a asistir al grupo sólo cuando se supo que yo no me retiraba del concurso. Poco después, claro, yo dejé de asistir. Y como dice el compañero de la columna vecina, Quique Peinado, aquí me cerré otra puerta. O muchas.

Rectorado me da la razón, pero inventan nuevos trucos

Tras acceder a los expedientes, pude ampliar y detallar aún más mi reclamación ante Rectorado. Funcionó. Estimaron de nuevo mi demanda, accediendo a mis peticiones de repetir de nuevo el proceso, incluyendo la entrevista y sobre todo la baremación, contabilizando todos mis méritos. En su resolución, Rectorado concluye que "la Comisión de Selección no ha aplicado correctamente la disposición reguladora" a la hora de baremar los apartados de 1) investigación, 2) docencia y 3) experiencia profesional. Les obliga a empezar de nuevo, les da la opción de hacerlo bien.

Además, la composición del Tribunal tendría que cambiar, porque el profesor Sotelo había sido inhabilitado, y el profesor Lozano desgraciadamente había fallecido a causa del covid. Deberían por tanto entrar los dos miembros suplentes, que estaban nombrados desde el principio del proceso, para completar el tribunal de cinco en caso de ausencias. Cinco es la cifra considerada idónea por la Complutense para estos tribunales, salvo imprevistos. Problema: los suplentes ya no serían manipulables, no admitirían formar parte de esta pantomima. Había un rayo de esperanza, al fin y al cabo. Eso creía yo.

La comisión se negó a convocar a los suplentes, incluso aunque alguno de ellos, me consta, lo solicitó expresamente. Sesionó rápidamente y en secreto, con sólo tres miembros, los mismos de la anterior ocasión: Héctor Fouce Rodríguez, Elvira Calvo Gutiérrez y Raquel Caerols Mateo. Y así, repitiendo sus miembros, repitieron nuestras puntuaciones. O casi. Variaron lo mínimo posible, tan sólo una décima. Y porque el formulario no admite centésimas, supongo. Además, idearon un nuevo resorte: de todos los candidatos descartados en primera ronda, de repente hubo uno que sí subió mucho, no una décima, sino ¡dos puntos enteros! Rescatado de su descarte, esta persona me quedaba ahora por encima, por si acaso se caía la candidatura de Juana, que en todo caso la plaza no fuera para mí. Así de flexibles son las baremaciones. De repente, seríamos tres para la nueva entrevista pública. Se las saben todas.

'To be continued'…

El abogado me aconsejó recusar ese tribunal antes de la entrevista por la amistad y enemistad manifiestas demostradas durante todo este proceso, como evidencia su negativa a incluir suplentes, por permitir evaluar la entrevista a miembros ausentes, o por los certificados emitidos ad-hoc por miembros del tribunal. Así lo hice, aunque ya con gran desesperanza, vista la rica variedad de mecanismos de que el poder dispone para reafirmarse en sus abusos. Efectivamente, no se admitió. Volverán a evaluar los mismos. Sin embargo, Inspección de Servicios sí ha admitido el caso a trámite y está en espera de la resolución final para actuar.

Y así termina la primera temporada de este intrincado drama. Habrá que esperar nuevos capítulos para ver si la entrevista transcurre según lo previsible o hay sorpresas. Veremos si el caso se resuelve en el ámbito universitario, contencioso, penal, o si llega al Supremo o a Estrasburgo. Personalmente, apostaría a que la institución demostrará todo su poder para dejar claro a cualquier aspirante a intruso que, aunque logre meter cabeza sin estar invitado a la fiesta, en el fondo no es ni será nunca uno di noi.

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