Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Enhorabuena a los premiados
Se me perdonará que, pasada la gran fiesta de la Lotería, emita sobre ella una opinión crítica. El Sorteo de Navidad volvió a celebrarse como cada año sin excepción desde 1812. Ni siquiera la pandemia que arrasó miles de escenarios ha logrado suspender el gran día de la superstición en España. El día en que se para todo para que los niños y las niñas del colegio de San Ildefonso canten los números. Previamente, el Estado ha invertido una ingente cantidad de dinero en sugerirnos que si no compramos el décimo somos unos insolidarios o unos solitarios, porque no estamos dispuestos a celebrar con los nuestros “la ilusión” y porque no hay mejor manera de relacionarse con los demás que compartir la suerte en forma de números del azar. En realidad, todo el mundo sabe que lo que opera en nuestra compra es casi siempre la denominada “envidia preventiva”, es decir, el temor a que les toque a tus colegas y quedarte tú con un palmo de narices. “¿Y si cae aquí el Gordo de Navidad?”, decía el anuncio.
Mi abuela tuvo una lotería en Toledo, frente a la catedral, concesión graciosa de la Dictadura por ser ella “viuda de caído”. Mi abuelo, que no tenía intención de caer ni por la Patria ni por Dios, fue asesinado por “los rojos” de su pueblo manchego porque tenía una tienda próspera. Aunque el tema fue tabú en casa, sólo últimamente me han dicho que quizá se excedió en sus opiniones políticas en alguna ocasión. Era de familia muy devota y ordenada y según parece lo mataron en la misma pared del cementerio. A diferencia de los muertos del otro lado, olvidados en cunetas, fue enterrado luego cristianamente, su nombre figuró en una cruz en la plaza bajo el yugo y las flechas hasta que la Ley de Memoria Histórica la retiró. Por aquellas circunstancias penosas, mi abuela, viuda y con dos hijos con apenas treinta años, pudo alimentarse del juego durante su larga vida.
El Sorteo de Navidad volvió a celebrarse como cada año sin excepción desde 1812. Ni siquiera la pandemia que arrasó miles de escenarios ha logrado suspender el gran día de la superstición en España
De modo que yo debería estarle muy agradecido a la actual Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado. Me resulta sin embargo incómodo aceptar que el Estado patrocine con mucha imaginación y mucho esfuerzo una actividad como el juego, por muy social y solidario que pretenda ser. En el Sorteo de Navidad juegan tres de cada cuatro españoles, y la media de gasto por ciudadano en esta ocasión, incluyendo en el cálculo a los niños, es de 67 euros. Por supuesto, hay muchas familias que gastan mucho más. En proporción a los ingresos familiares, es más alto el gasto de las familias con menos recursos.
Claro que el Estado tiene buenos motivos para mantener pujante el negocio público del juego. En la memoria anual de Loterías y Apuestas del Estado del año pasado, se recogen unos beneficios de 1.900 millones de euros, de los cuales 1.800 millones son aportados directamente al Tesoro Público. La cifra resta por supuesto todos los gastos, incluyendo la ridícula cifra que se da a los loteros, congelada desde hace años. Tal es el volumen de negocio del tinglado, que la progresividad de nuestras normas fiscales queda en suspenso cuando se trata de la Lotería, de forma que si el premio es menor a 40.000 euros el premiado no paga ni un euro en impuestos. No vayamos a desincentivar la compra.
Para ser justos, el invento de las loterías públicas tuvo el sentido en sus orígenes, también en la España de principios del Siglo XIX, de incrementar los ingresos de la Hacienda Pública sin aumentar los impuestos. Los sorteos eran una manera fácil de conseguirlo. Y poco puede objetarse al loable objetivo de incrementar los recursos de que dispone el Estado para construir más escuelas o pagar a más médicos. Pero el fomento por parte de las autoridades de un juego de azar, que no prima habilidad ni mérito ni servicio alguno, que deja en suspenso normas y principios esenciales como la progresividad fiscal o la incentivación del mérito y el esfuerzo, a mí me resulta algo problemático. Si además se constata que España es el único país del mundo que prescinde de todo lo demás durante un día para abandonarse al simple azar, entonces, además de problemático, el asunto resulta también sospechoso. Dicho esto, enhorabuena a los premiados, y felices fiestas.
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