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La sociedad española es más lista

Vivimos semanas raras en las que el debate público parece estar desconectado de la actualidad política. Aunque no lo parezca, esta semana se va a celebrar, con toda la solemnidad de las grandes ocasiones, una sesión de investidura del candidato Alberto Nuñez Feijóo, ganador de las elecciones pero, previsiblemente, perdedor del gobierno. Si bien desde el punto de vista formal el encargo del rey al líder popular cumplía con todos los requisitos y respondía a la lógica del sistema, desde la óptica política se sabe que es una investidura fallida, un fracaso, salvo sorpresas mayúsculas.

Incluso los populares están ya también en otra pantalla. ¿Cómo, si no, se entiende la convocatoria de ayer en Madrid contra la amnistía? Una movilización contra una hipotética ley de un hipotético candidato en vísperas del intento de investidura propia no puede tener otra lectura. Tal vez por eso, el mitin en la plaza Salvador Dalí y la avenida Felipe II resultó ser un acto extraño, con un número de asistentes menor –cuarenta mil personas según la Delegación del Gobierno, si bien el cálculo de personas por metro cuadrado apunta a bastantes menos–, unas intervenciones reiterativas y una atmósfera donde se mezclaban los lugares comunes del antisanchismo, el reconocimiento tácito de que a la derecha le puede tocar ser de nuevo oposición y no poca impotencia y rabia ante el resultado del 23J.

Aunque no lo parezca, esta semana se va a celebrar, con toda la solemnidad de las grandes ocasiones, una sesión de investidura del candidato Alberto Nuñez Feijóo, ganador de las elecciones pero, previsiblemente, perdedor del gobierno

Ayuso, aclamada, se mostró hierática y distante; a Feijóo se le vió ansioso por sostener su posición de líder, en un nuevo ejercicio de equilibrio inestable entre la radicalidad conservadora y el centrismo formal. El PP todavía arrastra la desorientación tras el fracaso de sus expectativas electorales y no encuentra la manera de trazar un nuevo plan táctico y estratégico.

Pero, más allá de llamar la atención sobre la falta de una estrategia acertada de los populares desde el 28M y de la ausencia de un liderazgo asentado capaz de marcar la dirección, es conveniente seguir preguntándose qué pretendían los populares cuando, según se ha sabido (leer aquí), llegaron a pedir a Francina Armengol hasta 46 días desde el encargo del rey hasta que se produjera la votación. Salvo tener tiempo para conseguir cuatro tránsfugas de las bancadas progresistas, no existe otra explicación que resista un mínimo análisis.

La sociedad española, conocedora de este desacople entre lo formal y lo real, ha decidido pasar página y lleva ya semanas discutiendo el contenido de la siguiente pantalla: Qué tipo de acuerdo haría posible la investidura de Pedro Sánchez y dónde quedan los límites de la negociación con Junts. Es este, y no otro, el motivo que llena periódicos, análisis políticos y tertulias. Lo formal va por un lado, pero la sociedad española, mucho más lista de lo que algunos creen, debate de lo que importa y no de lo que toca.

Todo esto no quiere decir que la sesión de “no-investidura” no vaya a tener trascendencia política. La tendrá, y mucha. Sobre todo, en el plano de los discursos. Cada líder que suba a la tribuna de oradores tendrá que articular un relato que sirva en dos escenarios; el de un gobierno progresista con apoyo de los nacionalistas, o el de una repetición electoral. Una especie de circo de dos pistas en el que tendrán que jugar para quedar lo mejor situados posible en cualquiera de las hipótesis. Si se analiza con esta óptica, las narrativas que van esbozando unos y otros adquieren mayor sentido, y en la sesión de investidura, cada uno irá mostrando su línea argumental. Pese a ser una previsible “no investidura”, su contenido político será de máximo voltaje. Pero que ningún portavoz lo olvide: La sociedad española es más lista de lo que a veces se piensa.

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