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La política española repite curso

Empieza el curso político como acabó, pero peor. En realidad, a sus señorías les toca repetir mientras la economía crece, la inflación sigue disminuyendo y la reforma laboral continúa demostrando su éxito con un crecimiento del empleo consolidado. España bate récord de turismo, nacional y extranjero, y el verano ha sido tan abundante que hemos convertido el súper en un ligódromo.

¿Por qué toca repetir curso, entonces? Porque los desafíos que cada uno tenía el curso pasado siguen ahí. Revisemos cómo era la situación política española hace ahora un año y cómo es ahora. A grandes rasgos, en estas fechas aún no estaba del todo claro si Sánchez conseguiría formar gobierno, Yolanda Díaz olvidaba definir el proyecto de Sumar mientras se reunía con Puigdemont para hacerse valer en un futuro ejecutivo, y los de Feijóo –según supimos luego– también lo hacían, pero con discreción, tanteando un posible acuerdo a cambio de un indulto. Los independentistas catalanes sabían que tenían la sartén por el mango, cada cual la suya.

Volvamos al presente: Pedro Sánchez consiguió in extremis ser investido presidente gracias a un complejo juego de acuerdos que le obligan a tener “todos los votos todo el tiempo”, como bien señalara Ortuzar en lo que, sin duda, es la mejor definición de la legislatura. Hoy, su situación es más precaria que lo era al iniciarse este mandato. La ruptura de Podemos con Sumar, la marcha de Ábalos al Grupo Mixto y el reposicionamiento al que han llevado las elecciones catalanas a Junts y ERC hace que esa mayoría sea mucho más frágil. El equipo de negociadores del Grupo Socialista en el Congreso tendrá que sudar la camiseta y ya se plantea como muy posible volver a prorrogar los Presupuestos Generales del Estado. ¿Hasta cuándo?

La izquierda agrupada en Sumar, que consiguió los votos suficientes para que las derechas no sumaran el 23-J, se empezó a resquebrajar en cuanto la investidura vio la luz. La ruptura de Podemos, la crisis internas tras cuatro derrotas electorales consecutivas (Galicia, Euskadi, Cataluña y las elecciones al Parlamento Europeo) llevaron a la dimisión de Yolanda Díaz como coordinadora general. ¿Y ahora qué? Más allá de seguir exhibiendo discrepancias importantes, ¿qué quiere ser Sumar de mayor? Ese era el principal desafío que tenía hace un año y que sigue teniendo hoy.

Al otro lado, la ruptura de la derecha en tres fuerzas –PP, Vox y Alvise– los ha sumido en una oposición de brochazo más y más grueso sólo apta para los fieles. Que Bendodo dijera que Illa era un nuevo independentista, que Tellado clamara por mandar al ejército a detener los cayucos o que Feijóo aluda a un supuesto “efecto llamada” –que jamás nadie ha visto– por plantear que los migrantes tengan contrato en origen sólo convence a los más afines y les resta credibilidad de cara al resto. La derecha occidental, despojada del discurso neoliberal fallido, está huérfana de ideario propio, lo que deja un hueco cada vez más grande a la ultraderecha. Si en lugar de reaccionar como un partido de orden lo hacen imitando a los ultras, el resultado es conocido. El PP sigue buscando su posición en un tablero cada vez más complicado por la derecha.

Si acudimos a Cataluña, se podrá decir que la situación no es la misma que hace un año, y en efecto, es evidente. Pero el cambio de verdad, el que hacía al PSC primera fuerza en las generales del 23-J, ya se había producido entonces. Ahora, un acuerdo también in extremis y en precario, que nadie acierta aún a descifrar o a concretar, ha abierto una ventana de oportunidad a los socialistas, que habrá que ver cómo la gestionan. De momento, con el gobierno más conservador que cabe esperar del PSC y con una considerable factura al PSOE en el resto de España. Mientras, el independentismo sigue buscando cómo resituarse, perdido, desorientado y sin dar muestras de haber entendido que le toca definir el post-procés.

La derecha occidental, despojada del discurso neoliberal fallido, está huérfana de ideario propio, lo que deja un hueco cada vez más grande a la ultraderecha

El otoño traerá tres congresos trascendentales para el devenir de este asunto. El de ERC, cuyo liderazgo y proyecto están en el aire; el de Junts, que tiene que decidir qué hace con Puigdemont y cómo retorna a la senda de Ciu; y el del PSOE, que ha de conseguir renovar los liderazgos territoriales para minimizar en el resto de España el coste del acuerdo en Cataluña. Sánchez apostó por ganar Cataluña aunque significara no recuperar Andalucía. Conseguido lo primero, ahora va a por el resto, en lo interno y en lo electoral.

Por si esto fuera poco, los grandes retos siguen pendientes, sobre todo cuando se cierran en falso. Eso fue lo que pasó con el CGPJ, cuyo acuerdo en realidad consistió en derivar la responsabilidad en otros –los nuevos miembros– y que fueran ellos los que acordaran. De momento, ni para la presidencia hay mayoría. O cuando, ajenos a la responsabilidad, aparecen como si fueran serpientes de verano nada menos que desafíos como el de la migración que, ojalá me equivoque, pero como ha pasado otros años, apenas empiece el curso irá perdiendo importancia en el debate público o seguirá sólo en boca de la derecha. Lo mismo puede pasar con el turismo, un sector que representa el 13% del PIB y que, o se abordan sus problemas y contradicciones, o se acabará la gallina de los huevos de oro. ¿Volveremos a ocuparnos de este tema antes del próximo verano?

Lo peor de esta situación no es que nuestros representantes repitan curso, que cualquier docente sabe que sirve de poco o de nada. Lo peor es que generan una imagen de la política que no es real. Mientras todo esto sucede, la economía crece, el desempleo baja, la desigualdad poco a poco va retrocediendo, hay políticas públicas que avanzan (aunque otras muchas no lo hagan) y España, por mucho que la derecha se empeñe, ni se rompe ni se despeña por un abismo. El apocalipsis tendrá que esperar.

No obstante, si se ponen luces largas, además de superar todas estas asignaturas pendientes, nuestros políticos tienen ante sí un desafío todavía más importante. Mostrar que tienen un futuro al que quieren ir, salir del malmenorismo con el que la izquierda consiguió que la derecha no ganara el 23J para constituir un bienmayorismo del que ahora todos los partidos carecen. Kamala Harris lo ha entendido. Porque hay dos opciones: seguir apostando por ese mal menor a ver cuánto dura, o lanzarse a construir el bien mayor. Ahí se la juegan todos ellos, y con ellos, todos nosotros.

¡Feliz comienzo de curso!

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