Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Mientras España celebraba la Eurocopa, ¿cuántos hombres agredían a mujeres?
La noche del pasado domingo, mientras buena parte del país celebraba la victoria de la selección española de fútbol en la Eurocopa, un hombre descerrejaba varios disparos a su pareja en Alicante y después se suicidaba. La víctima tenía 36 años, el agresor 33. Horas antes, otros dos crímenes machistas en Cataluña elevaban el balance de feminicidios de este año. Uno en Salou: la víctima tenía 76 años, su pareja y asesino, 86. En Sabadell, un agresor machista mataba a su exesposa delante de sus dos hijas, ambas muy pequeñas. En Madrid, una mujer de 29 años era asesinada por su pareja. Y un maltratador golpeaba y apuñalaba hasta la muerte a su excompañera en Buñol, Valencia, a pesar de que ella estaba en el sistema de protección de víctimas.
El mismo día, un hombre era detenido en Bizkaia por asestar cinco cuchilladas a una mujer dentro de un coche. En Elche, la policía arrestaba a un hombre por pegar un fuerte golpe a su expareja y abofetear la hija de ambos. Podría continuar, pero si quieren seguir leyendo este listado de los horrores, sólo tienen que darse una vuelta por la cuenta de Feminicidio.net.
Cada tres días un hombre asesina a una mujer en España. Vuelvan a leer la frase. Si no es para echarse a temblar, díganme que lo es. La violencia machista controla, maltrata y mata a diario. ¿Qué tienen en común todos estos crímenes? Víctimas y agresores tienen diferentes nacionalidades, pertenecen a distintas clases sociales y ni siquiera comparten rango de edad. No hace falta escarbar mucho para llegar al elemento que les une: todos son hombres tremendamente machistas. Todas las que la sufren son mujeres.
Algo está fallando, es evidente. Y aunque en los últimos años, el número de asesinatos ha descendido, sólo un crimen machista al año bastaría para exigir mejoras en cuanto a recursos o especialización de todos los actores implicados. Pero el problema es mucho más complejo. Se necesitan otras soluciones para prevenir una violencia estructural que está enraizada en los cimientos de la sociedad.
Hay una parte de la ciudadanía que sigue considerando que la violencia machista pertenece al ámbito privado y no al público, por lo que el peso de las decisiones recae, en muchas ocasiones, en la propia víctima. También en su entorno al que se pide que denuncie, lo que en muchas ocasiones aísla a la mujer, que no tiene los recursos suficientes para escapar de esa espiral violenta. Si fuera tan sencillo salir de ese agujero, les aseguro, no estaríamos hablando de doce crímenes machistas en tan sólo dos semanas.
El feminismo le ha puesto nombre a una violencia que afecta a la mitad de la población. Eso permite que señalemos a los maltratadores, que les hagamos frente o que intentemos dejar la relación. Pero los recursos no se han adaptado al riesgo actual: no podemos prevenir ni combatir la violencia de género con los mismos medios que hace una década, cuando el número de denuncias era menor.
A diario, 500 mujeres interponen una denuncia contra sus agresores. El feminismo le ha puesto nombre y apellidos a una violencia que afecta a la mitad de la población femenina. Eso permite que señalemos a los maltratadores, que les hagamos frente o que intentemos dejar la relación. Pero los recursos no se han adaptado al riesgo actual: no podemos prevenir ni combatir la violencia de género con los mismos métodos que hace una década, cuando el número de denuncias era menor. Si en cualquier otro campo científico se pelea por avanzar, ¿por qué quedarnos estancados en este, cuando precisamente la vida de tantas mujeres depende de ello?
Lo vemos cada verano o cada Navidad, períodos especialmente peligrosos para las víctimas. Las que continúan con sus parejas pasan más tiempo con ellos y los maltratadores de las que se han separado pierden el control sobre ellas al estar alejados. Si lo sabemos, ¿cómo es posible que el Gobierno no tome medidas preventivas antes? Es escandaloso que los y las profesionales sigan sin estar profesionalmente formados para detectar el riesgo en cada una de sus situaciones.
También calan los discursos negacionistas. La ultraderecha, con el beneplácito en ocasiones de la derecha, nos bombardea con mensajes que ridiculizan o niegan la violencia machista, y eso se ha convertido en un instrumento de acción política. Ese sexismo, dice el profesor Miguel Lorente en su libro La refundación del machismo, da votos: sólo hay que ver los resultados electorales de algunos partidos ultra. Muchos hombres han encontrado el apoyo a los valores tradicionales de control y sometimiento en medios de comunicación, formaciones políticas e instituciones que jalean ese antifeminismo y ahora se sienten acompañados y justificados.
Ni los intentos de PP y Vox por criminalizar a los menores extranjeros no acompañados impidieron que España celebrara el triunfo de la selección de fútbol. Un equipo que encarna los valores del país diverso y plural en el que nos hemos convertido. Ojalá esa unión que se vivió en las calles fuese igual de potente para luchar contra la violencia machista. Ojalá los jugadores hubieran aprovechado su potente altavoz para hablar de Gaza, de la migración o de las violencias que atraviesan a las mujeres. No hay ningún tipo de terrorismo que haya dejado tantas víctimas en este país: desde 2003, 1270 feminicidios. Por eso, la reflexión es más que pertinente y todos y todas deberíamos planteárnosla: el domingo, mientras otros festejaban, ¿cuántas mujeres eran agredidas?
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