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La llamada Fiesta Nacional

Fernando Flores

Si partimos de que la mayor parte de los españoles confunde el día de la llamada Fiesta Nacional con el Día de las Fuerzas Armadas, y de que la gran mayoría, en parte por esa confusión, en parte por otros motivos, no se identifica ni remotamente con ella (salvo en el hecho de tratarse de un día de descanso), tenemos que reconocer que la celebración del 12 de octubre, al menos tal y como está planteada, es un error.

El planteamiento de la Fiesta Nacional falla en el fondo y en la forma. De entrada, si de lo que se trata es de “recordar solemnemente momentos de la historia colectiva que forman parte del patrimonio histórico, cultural y social común, asumido por la gran mayoría de los ciudadanos”, reducir esos momentos al “descubrimiento” de América y a la “integración de los Reinos de España en una misma Monarquía” (Ley 18/1987, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre) muestra una mirada más bien antigua y desenfocada de lo que debería ser la celebración de “los momentos más importantes de la conviviencia política” de los españoles.

Este error se debe, de entrada, a la confirmación que por Real Decreto de 1981, ya en democracia, se decidió otorgar al Día de la Hispanidad (de obvias connotaciones religiosas y coloniales) como día de la Fiesta Nacional, una conmemoración establecida oficialmente por Franco en 1958. Es cierto que en 1987, con la regulación actual de la Fiesta, se pierde la referencia a la Hispanidad, pero el mantenimiento de la fecha en el 12 de octubre y la forma en que tiene lugar demuestran que su continuidad con el planteamiento predemocrático es muy fuerte.

Porque la forma también es importante. Sinceramente, ¿alguien piensa que una celebración que consiste exclusivamente en una parada militar en la columna vertebral de Madrid, seguida de una recepción de los monarcas en el Palacio Real, se corresponde con la pluralidad cultural y política del país, con una historia común, o con la idea de un compromiso social compartido? ¿Creemos que un planteamiento así puede conciliar la identificación, la adhesión, o al menos la simpatía, de la mayoría de ciudadanos? Yo no lo creo. El Día de la Fiesta Nacional, tal y como está organizado a día de hoy, parece una fiesta televisada de la Corte, las Fuerzas Armadas y los madrileños.

Sin duda, los militares deben tener presencia destacada en una celebración colectiva tan importante, pero no es razonable que hayan absorbido su significado, hasta hacerla irreconocible. Las Fuerzas Armadas tienen su Día específico, a finales de mayo, desconocido para la gran mayoría. El traslado a la conmemoración del 12 de octubre de los actos más significativos que se venían desarrollando en el Día de las Fuerzas Armadas (decidido por Decreto en 1997) ha restado importancia a esa fiesta y desfigurado la que hoy se celebra. En este sentido, no parece sensato que la organización de la celebración de la Fiesta Nacional recaiga sobre el Ministerio de Defensa, atento como es normal al ámbito militar; esa responsabilidad debería recaer sobre el Ministerio de la Presidencia, o sobre Vicepresidencia, encargados de coordinar la participación, no solo de los militares, sino de todas las instituciones del Estado, también las autonómicas y las locales.

Porque si ha de existir un día en que se celebre la fiesta de España, ese Día debería celebrarse en todo el país, y en él se debería celebrar lo común, es decir, aquellos elementos que unen las personas y territorios de un país tan complejo y diverso como el español.

Hace ahora cinco años, en 2011, se realizó una conmemoración del 12 de octubre que, al menos tímidamente, trataba de ensayar un enfoque más civil y más abierto de la Fiesta Nacional. Es cierto que se organizó por Defensa (apoyada por primera vez en el Ministerio de la Presidencia), y que el desfile limitar mantuvo su centralidad, pero a él se unieron algunas iniciativas importantes de otra naturaleza: fue un día de puertas abiertas en algunas instituciones del Estado (se abrió el Senado, aunque no el Congreso pues su presidente, José Bono, se opuso), en la Biblioteca Nacional y en la Casa de América; varios ministerios propusieron en sus sedes actividades informativas y exposiciones sobre cambio climático, patrimonio histórico, salud y cooperación; Patrimonio Nacional permitió la visita libre a muchos de sus palacios, monasterios y jardines, dentro y fuera de Madrid; se abrieron delegaciones y subdelegaciones de gobierno allí donde las sedes tenían interés para los ciudadanos; fue jornada de puertas abiertas y entrada gratuita en todos los museos de la capital, y en algunos museos nacionales con sede en ciudades como Valencia, Mérida, Santillana, Valladolid, Cartagena o Toledo; el Instituto Cervantes acogió una exposición de jóvenes artistas españoles, acompañada con conciertos en catalán, euskera y castellano… Allí donde se llevó a cabo este nuevo formato la respuesta civil fue muy positiva, demostrándose que es posible un enfoque del Día de la Fiesta Nacional diferente al que se celebra hoy.

Insisto, no se trata de excluir a las Fuerzas Armadas de la conmemoración, sino de colocarlas como una parte importante de la misma, pero nunca como el todo. Se trata de dar mayor relevancia a la presencia civil, a la intervención (no estática, como en el desfile) de las distintas instituciones, y al objetivo de subrayar la convivencia, el conocimiento, el entendimiento y la pluralidad de nuestro país.

La Fiesta Nacional no alcanza a los soldados

Creo que a día de hoy el patrimonio más importante de nuestra vida en común reside, de una parte, en la cultura, tanto en la compartida como en la que identifica y singulariza los territorios que componen lo que llamamos España. De otra, reside en nuestro contrato social, en nuestra Constitución. Ésta, aun necesitada de revisión a fondo, es el pacto colectivo que desde hace casi cuarenta años permite una convivencia pacífica entre los españoles. Constitución y cultura, quizás sean esos los materiales en torno a los que construir un Día de la Fiesta Nacional.

_______________Fernando Flores

 es profesor de Derecho Constitucional

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