Vivir sin historia

Por los misterios de lo digital, estos últimos días se ha vuelto a hacer viral el fragmento de un concurso emitido en 2017. En el mismo, el presentador da una serie de pistas consecutivas para que los participantes adivinen el tema de la prueba, en este caso la Guerra Civil Española, uno que parece evidente tras ser descrito como “un conflicto social, político y bélico" sucedido en el siglo XX y relacionado con "La Pasionaria" y el "Guernica”. 

Los concursantes, un par de jóvenes que seguramente no lleguen a la treintena, se miran absortos. Los minutos y las pistas se van sucediendo hasta que uno de ellos balbucea algo así como “el 23F”. Unos instantes que ofrecen una imagen tan incómoda como desoladora. Puede que ustedes lo recuerden, despertó críticas en redes sociales y algunos artículos en prensa.

Más allá de la anécdota, son numerosos los estudios que afirman que los estudiantes pueden acabar secundaria sin tener unas nociones básicas sobre la historia de nuestro país. En 2020 la Universidad de Murcia concluyó que sólo el 25% de los jóvenes entre 15 y 16 años eran capaces de situar acontecimientos como la Transición o la propia Guerra Civil. Olvidemos de que conozcan a los actores que los protagonizaron o las causas profundas que los impulsaron.

Nuestros jóvenes no son peores que otras generaciones. El mundo que les ha tocado vivir, sí. Y por mundo, dejémonos de metáforas, hablo de un capitalismo desquiciado y de una política encanallada que necesita, más que ciudadanos, productores y consumidores sin demasiadas preguntas que hacer y con unos cuantos miedos, frustraciones y prejuicios que colmar.

No es raro, a poco que se profundice en el tema, encontrar las opiniones de expertos en educación que siempre caen del mismo lado. El sistema educativo se ha vuelto demasiado blando y permisivo, habiéndose visto contaminado por influencias progres que desechan el esfuerzo y sustituyen los conocimientos por una ideología confusa. De las sucesivas reformas que han recortado las humanidades y de la orientación utilitarista para un mercado de trabajo anclado en la precariedad rara vez dicen nada. Por lo que sea.

Por supuesto que el sistema educativo necesita mejoras. Para empezar convendría no someterlo a brutales recortes en su presupuesto, como sucedió en los años de la Gran Recesión, donde el Gobierno de Rajoy retiró de la educación pública 10000 millones de euros. Sin embargo, seguramente, esto es algo que sobrepasa a la propia educación reglada. Si los años de los recortes nos han dejado una cicatriz, cuatro décadas de neoliberalismo han propiciado una sociedad herida.

Siempre son de agradecer las páginas que buscan restaurar nuestras brújulas, ofrecer a los jóvenes un norte desde el que empezar a explorar un mapa que les compondrá como personas

El neoliberalismo necesitó fomentar el fraccionamiento y el presentismo para arraigar. Desprender a los acontecimientos de cualquier secuencia que les pueda dotar de una explicación, hacernos existir en un tiempo donde sólo existe lo actual desgajado de cualquier conexión con el pasado o cualquier proyección hacia el futuro. Es la negación del propio concepto de historia, que queda desarticulada y arrinconada como un simple producto de usar y tirar.

¿Han pensado cómo sería vivir una semana careciendo por completo de anclaje histórico? En estos últimos días apenas les habría llamado la atención que Feijóo intente blanquear a una ultraderechista como Meloni, ya que las peligrosas raíces que alimentan a la italiana carecerían por completo de fundamento para el observador. Han escuchado que en Gaza hay una guerra, en su móvil han visto algunas imágenes muy desagradables tras un bombardeo. ¿Quién es esa gente, por qué se pelean, desde cuándo lo hacen? Vivir tan solo con la memoria a corto plazo es como pretender orientarse en un campo cubierto por una espesa niebla.

Si caminar a tientas equivale a perderse, resulta cada vez más difícil asegurar unos mínimos desde donde empezar a despejar el panorama. Si sólo existe un presente fragmentado, la persona no puede establecer vínculos entre lo que sucede y cómo ha sucedido otras veces, careciendo por tanto de orientación ante el porvenir, de alarma ante las amenazas e incluso de lazos con los que compartir con otros el lugar donde vive. 

Por todo esto me llamó la atención Historia(s) del siglo XX, uno de esos libros que, de vez en cuando, las editoriales me hacen llegar con generosidad. Dos profesores de secundaria, Rafael Delgado y Diego Caballero, apasionados por la historia pero también buenos conocedores de la realidad de las aulas, han escrito este libro, uno que pretende acercar a todos el siglo de las revoluciones, los astronautas y el rock and roll a través de cuarenta relatos de ambición pedagógica y entretenida, protagonizados por sus momentos y personalidades más destacados.

¿Cómo entender hacia dónde vamos habiendo olvidado el primer sufragio femenino, la Noche de los Cristales Rotos, las representaciones de La Barraca de García Lorca o el porqué del Nobel a Ramón y Cajal? Siempre son de agradecer las páginas que buscan restaurar nuestras brújulas, ofrecer a los jóvenes un norte desde el que empezar a explorar un mapa que les compondrá como personas.

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