Muros sin Fronteras
Mentiras, política y corrupción
No voy a escribir sobre las elecciones municipales del domingo en España, ni sobre Esperanza Aguirre, el PP o de los demás partidos políticos en liza, solo quiero escribir sobre la mentira, una forma poco reconocible e intolerable de corrupción. Según Henry Kissinger, uno de los grandes ejemplos de inmoralidad política de la segunda parte del siglo XX, la mentira está justificada.
En su libro Diplomacy (1994). Kissinger cita a varios personajes históricos con el fin de justificarse y sentirse acompañado: Richelieu, Metternich, Bismarck y Theodore Roosevelt. El teólogo alemán Hans Kung lo cita en un artículo titulado: "¿Está justificada la mentira en política?" publicado en mayo de 2008 en El País.
Kissinger no es el único que piensa así sobre la mentira. La mentira es una parte extrema del juego desde que existe la televisión y los debates, inaugurados por el jefe de Kissinger, un tal Richard Nixon, y John Kennedy. Desde ese debate quedó la idea de que quien gana ante las cámaras gana las elecciones, algo que no es del todo cierto. En torno a estos debates han surgido profesionales de la mentira, los spin doctors, cuya función es intoxicar a los periodistas para que digan o escriban en beneficio de sus jefes. Ya no se busca la verdad, vender ideas o valores; ahora el objetivo es vender motos, que cuele la mentira. Es como la publicidad, pero sin arte.
Según el teólogo alemán citado, la mentira nunca está justificada, ni existen, como sostiene Kissinger, dos categorías: dirigentes y ciudadanos que permitan mentir a los primeros en un supuesto beneficio de los segundos. Kung escribe: "El juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo". Tras preguntarse ¿por qué?, ofrece una respuesta que explica la crisis de la política en España y la de otros países europeos: "Porque minan la confianza".
La confianza es la base de la democracia, de la representatividad y del juego de mayorías y minorías.
¿Cuándo deja de mentir un político o un banquero? ¿Dejan de mentir cuando afirman que ahora dicen la verdad? ¿Cuando aseguran que la economía vuelve a funcionar y el paro ya no es un problema? ¿ Cuando explican la crisis que padecemos desde 2008 de una manera tan burocrática y alambicada que no se les entiende? Los periodistas en vez de azuzarles, cortamos y pegamos lo que tampoco entendemos muy bien. Ese es el círculo que nos está asfixiando.
Menos mal que tenemos los humoristas para entender lo que pasa a nuestro alrededor, el timo del tocomocho.
Sun Tzu sostiene que la mentira es parte esencial de la guerra, pero ¿lo debe ser en la paz? ¿Debe ser la mentira y la descalificación del contrario la base de una democracia sana? Estas son algunas de las diez mayores mentiras. Las españolas se dejan aparte para una enciclopedia. Entre estas mentiras destacan las de la CIA y la Casa Blanca para justificar la invasión de Irak en 2003.
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Los políticos mienten en campaña sin rubor; prometen no subir el IVA (Rajoy) o no recortar beneficios y derechos sociales (Zapatero) y después nada, solo una ciudadanía sumisa, obediente. ¿Está justificado? ¿No debería ser el programa un contrato con el ciudadano que si se incumple obligue a la dimisión? Más grave es que un ministro del Interior, primero, y todo un Gobierno después mientan sobre decenas de muertos por cálculo electoral. Hablo del 11-M. Volvemos a la frase de Kung y la pérdida de confianza.
La paradoja es que los periodistas y los medios, que eran los controladores del poder, los que debíamos exponer sus contradicciones y mentiras, nos hemos convertido en una correa de transmisión del propio poder. De ahí la pérdida de los lectores y de confianza, y la crisis del periodismo. Además de las razones económicas, que las hay, existe un claro abandono de la función del periodista: no creer jamás al poder. Orwell dijo que "noticia es lo que alguien desea ocultar y el resto se llama propaganda".
Frente a la mentira estaría la honestidad como alternativa, algo que tiene más que ver con la democracia y menos con los regímenes totalitarios. Pero son valores en desuso, no cotizan en unas urnas que suelen premiar el ruido, el campechanismo y el robo. La mentira política no nace en este siglo ni en el anterior. Tiene una larga historia: 300 años, desde la publicación de El arte de la mentira política de John Arbuthnot.