A la carga
Peor que niños
En la primavera de 2015, desde las páginas de infoLibre, comencé a abogar por la necesidad de algún tipo de coalición entre PSOE y Podemos. Pensé, y sigo haciéndolo, que podía haber una buena complementariedad entre ambos si unían fuerzas. Por aquel entonces, el PSOE arrastraba una profunda crisis de credibilidad procedente de las controvertidas reformas que aprobó durante la crisis económica, aunque, para compensar, conservaba una enorme experiencia de gestión pública y cuadros bien preparados que podían hacerse cargo de las políticas sectoriales. Podemos, por su parte, era un partido lleno de ilusión, que recogía las esperanzas de mucha gente desencantada con el sistema político y con malas expectativas de futuro, si bien no tenía experiencia alguna de gobierno y se les veía más eficaces denunciando injusticias que proponiendo políticas para corregirlas.
Una experiencia de gobierno conjunta, en mi opinión, habría servido para que Podemos adquiriese algo de experiencia en la elaboración de políticas públicas y para que el PSOE se comprometiera a hacer políticas genuinamente progresistas.
Según argumenté en su día, PSOE y Podemos cometieron un error fatal no llegando a un acuerdo de gobierno tras las elecciones de diciembre de 2015. Se abría entonces la posibilidad de formar un gobierno progresista que echara al PP del poder tras un reguero de escándalos de corrupción. Un nuevo gobierno, además, podría haber revertido los recortes del PP. Y, por si lo anterior no fuera suficiente, un gobierno de izquierdas habría evitado que la crisis catalana hubiese llegado tan lejos y, desde luego, nos habríamos librado de encarcelamientos y juicios. Echando la vista atrás, el coste de oportunidad de no llegar a un acuerdo en aquel momento se revela enorme.
Por lo demás, la incapacidad para llegar a un acuerdo tuvo consecuencias muy negativas para ambos partidos. El PSOE se deslizó hacia la que ha sido su mayor crisis interna desde la muerte de Franco, con aquella chusca operación para echar a Sánchez y poder así permitir que siguiera gobernando Rajoy. Podemos, por su parte, al perder la oportunidad, fue derivando hacia un partido de oposición cada vez más parecido a la vieja IU, con las consiguientes purgas y escisiones que se han vivido en estos años.
Con la moción de censura de junio de 2018, parecía que las cosas empezaban a enderezarse. En muy poco tiempo, en unos pocos días, se llegó a un acuerdo y el PSOE volvió al gobierno en solitario. Fue una medida regeneradora ante la degradación política en la que se encontraba el ejecutivo de Rajoy.
Los resultados del 28A fueron buenos para las izquierdas, más para el PSOE que para Podemos, evidentemente. Aunque no alcanzan una mayoría absoluta juntos, la suma de ambos es mayor que en 2015. Las encuestas muestran que un gobierno PSOE-Podemos tendría un apoyo mayoritario en el electorado progresista frente a otros posibles acuerdos. Es ahora o… ¿nunca?
Y, sin embargo, a pesar de que todo parezca maduro para un gobierno de coalición, la formación de gobierno está empantanada. Han pasado más de dos meses, seguimos con el presupuesto prorrogado del gobierno de Rajoy, y tenemos a los dos partidos en un forcejeo bastante ridículo que podría acabar pasando factura a ambas fuerzas y, sobre todo, a sus líderes, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Si en lugar de contar con meses por delante, los partidos hubiesen estado sometidos a las mismas restricciones temporales de la moción de censura, estoy seguro de que tendríamos un ejecutivo de coalición en estos momentos. Durante la semana de la moción de censura no hubo tiempo material para que metieran mano asesores que se creen genios de la estrategia, ni para que llegaran las presiones de los grandes poderes económicos, ni para que los medios de la derecha organizaran una de sus campañas de destrucción.
Con meses por delante, las negociaciones entre PSOE y Podemos han encallado. Demasiadas interferencias, demasiadas malas artes. Iglesias, según lo veo, cometió un error que ha repetido en el pasado: considerar que si hacía públicas sus pretensiones de entrar en el gobierno, no tendría manera de echarse para atrás y ejercería una gran presión sobre los socialistas. El PSOE, a su vez, decidió aprovechar la oportunidad para desgastar a Iglesias, presentarlo como un ambicioso y convertirlo en un perdedor. Visto desde fuera, parece que Sánchez está sobre todo interesado en que Podemos siga perdiendo apoyo popular e Iglesias en conservar su control sobre el partido desde una vicepresidencia o un ministerio.
Los dos partidos deberían haber realizado reuniones discretas para establecer un programa de gobierno como mínimo y un gobierno de coalición como máximo. Yo estoy convencido de que sería muy conveniente para la política española que por fin tuviéramos un gobierno de coalición (como los que hay en el ámbito autonómico) en el que los partidos se vigilen mutuamente y no puedan desviarse demasiado de los compromisos adquiridos. Pero tampoco sería el fin del mundo si se llegara a un arreglo como el de Portugal, con los partidos más a la izquierda sosteniendo a un gobierno socialdemócrata y presionándole para que haga políticas de progreso.
El problema es que todo se ha ido viciando, por la apuesta incondicional de Podemos a favor del gobierno de coalición y por la tentación electoralista del PSOE de darle la puntilla a Podemos dejándolo fuera del ejecutivo. Con todo el país observando los movimientos de ambos líderes, habiendo expuesto cada uno de los partidos sus pretensiones en público, ahora es más difícil que den marcha atrás y alcancen un acuerdo.
Espero que este artículo sea fruto solamente de la impaciencia y que mis temores no se vean confirmados, de modo que en unas semanas seamos testigos de que un nuevo gobierno echa a andar gracias a un pacto entre las dos fuerzas, dejando atrás los recelos y desconfianzas que han marcado la coexistencia de estos dos partidos desde hace cinco años y que tan negativas consecuencias han tenido para España.