La sombra del poder es el sol que más calienta
Las personas no necesitan que el tiempo las ponga en su sitio, ya se ponen ellas solas. Un gañán, por ejemplo, puede vestirse con un buen traje y ostentar un puesto de categoría en la trastienda del poder, pero al final se le sale la persona del personaje, la careta se vuelve transparente y termina por comportarse como lo que sea que es en realidad, según los casos, por ejemplo un matasiete o un robagallinas de guante blanco.
El matón, a veces, se olvida de que es un político, o por lo menos alguien que cobra de las arcas públicas, y en cuanto le das a contrapelo se transforma en guardaespaldas, grita y empuja a una periodista que quería hacerle una pregunta a su jefa o, usando su teléfono como cazabombardero, salta del perdonavidas al bravucón energúmeno, se deja dominar por la ira, monta en cólera, pierde los papeles, se le va la olla donde cocina sus tejemanejes y martingalas, lanza a los cuatro vientos insultos, maldiciones y amenazas a medios de comunicación y a sus profesionales, anuncia que cerrará periódicos, fulminará cabeceras, hará una purga en las redacciones no afectas… Es decir, todo un resumen programático de lo que haría si estuviera en el Gobierno o entre sus bambalinas, y puede que una confesión de lo que hace desde su actual despacho. A muchos de los suyos se les cae la cara de vergüenza ajena, lo repiten a menudo en los corrillos y los mentideros.
El otro personaje, el robagallinas de guante blanco, en cuanto ve un dinero fácil que se pone a tiro, le echa el guante que lleva para no dejar huellas, y a vivir, que son dos días. Su carrera de comisionista e intermediario, desarrollada a la sombra de las sedes oficiales y al sol que más calienta, le llena los bolsillos pero suele acabar mal, gracias a la tarea de algún equipo de investigación, de un inspector de Hacienda y, en otras ocasiones, del fuego amigo de un compañero de viaje que filtra información comprometedora a propósito o se va de la lengua sin querer. Y ahí se le viene abajo el chiringuito.
Quienes sacan la cara por ellos buscan inmediatamente un adversario con el que compensar las cosas, a veces lo encuentran y otras veces se lo inventan. Y, en cualquier caso, pueden llegar a justificar lo que sea, con tal de defender sus intereses
Por supuesto, hay defensores de los unos y de los otros, quizá porque van en el mismo barco que ellos y, si este se hunde, el agua los va a salpicar a todos y se les va a ir al fondo del mar el botín, o porque si les cierran los grifos de la financiación, se les acaban los beneficios caídos del cielo.
Quienes sacan la cara por ellos, tanto los que lo hacen a las claras como los que lo llevan a cabo de forma más sibilina, buscan inmediatamente un adversario con el que compensar las cosas, a veces lo encuentran y otras veces se lo inventan. Y, en cualquier caso, pueden llegar a justificar lo que sea, con tal de defender sus intereses. El caso de lo acontecido en las residencias de ancianos de Madrid durante la pandemia es insuperable en ese sentido.
La convivencia está encanallada por esas y esos individuos, que además tienen un efecto rebote: los contrincantes acaban buscando otro por el estilo que les pague con la misma moneda, y el debate público se transforma en una pelea de verduleras. Es lo que tienen la polarización y su altisonante violencia verbal.
Qué bien nos van a venir estas vacaciones para olvidarnos de esa gente un rato. Esto son cuatro días, así que ¡a por ellos!
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