El PP abraza a Puigdemont por Navidad Pilar Velasco
Gritaban tanto que dejé de oírte
El actual momento político tiene que hacer frente a una extraordinaria dificultad. Se llama ruido. El resultado es que no nos enteramos de nada. Todo va mezclado: la investidura, la amnistía, la independencia, la ultraderecha, la transición, el progreso, el bloqueo, la democracia, el chantaje, el diálogo, etc. Este gran puzle es irresoluble porque las piezas pertenecen a diferentes tableros. No cuadran. La solución, como casi siempre, está en la serenidad y el sentido común. Para salir del laberinto tenemos que ir resolviendo cada una de las encrucijadas correctamente, de una en una, en el orden correcto.
Cada portavoz que estos días toma la palabra suele hablar de un asunto diferente que casi siempre termina por añadir un problema más que sumar a los ya existentes. Una pena que con lo buenos que somos buscando problemas, no seamos tan brillantes proponiendo soluciones. La única alternativa de salida es ir paso a paso intentando no mezclar unos temas con otros. Si queremos empezar por el principio para deshacer el actual embrollo, vale la pena fijar las preguntas que debemos resolver, antes de nada: ¿Queremos dar un final justo y sensato a la demencia que supuso el procés? ¿Queremos terminar de completar el apaciguamiento del clima de convivencia en Cataluña? ¿Queremos integrar la realidad catalana en la España actual?
Junts, ERC y 164 más
Nos rodea la polarización, la confrontación, las mentiras y el odio. Es difícil saber qué pensamos cuando el ruido condiciona que podamos entendernos unos y otros. El ruido distorsiona la comunicación. Lleva a la confusión, a la irritación y al aislamiento. El ruido no es sólo el volumen elevado. Ruido es la desinformación, los discursos pasionales y los intereses partidistas. Vivimos en España un tiempo que necesita serenidad, diálogo y acuerdo, en mitad de un ruido ensordecedor que impide escucharnos.
El ruido que rodea la decisión de Junts y de ERC de apoyar o no a Pedro Sánchez hace que perdamos la perspectiva real de lo que sucede. Decir que el futuro de España está en manos de Puigdemont tiene más de falacia que de verdad. Es indiscutible que los catorce votos de los partidos independentistas catalanes son imprescindibles para conseguir la mayoría parlamentaria. Pero son exactamente igual de necesarios que los de PNV, Bildu, BNG, Sumar y el propio PSOE.
Puigdemont no va a decidir por sí sólo lo que va a suceder en nuestro país en estos próximos cuatro años. Su partido aportaría siete votos a un bloque de 172 escaños. Los independentistas catalanes consiguieron en las últimas elecciones un 3,5% de votos. Cataluña tiene 48 diputados en el Congreso. De ellos, sólo 14 representan al independentismo catalán. Los partidos como PSC y Sumar con los Comuns cuentan con 26. El independentismo es hoy manifiestamente minoritario incluso dentro del bloque que defiende en Cataluña un modelo que reconozca la identidad catalana y pueda entender una España plurinacional y diversa. La inmensa mayoría de las leyes que debe aprobar ese posible gobierno serán aplicables a toda España, Cataluña incluida: economía, empleo, pensiones, derechos, digitalización, educación o sanidad.
Ruido es la desinformación, los discursos pasionales y los intereses partidistas. Vivimos en España un tiempo que necesita serenidad, diálogo y acuerdo, en mitad de un ruido ensordecedor que impide escucharnos
Una inesperada oportunidad
Una de las críticas más extendidas que se escuchan estos días, respecto a la posibilidad de llevar adelante una amnistía en torno al procés, es la de que nunca se haría si el bloque progresista tuviera una mayoría parlamentaria suficiente sin necesidad de contar con los votos de los 14 parlamentarios independentistas catalanes. No sabemos con certeza si esto es cierto o no. Además, a estas alturas carece de toda importancia. La realidad es la que es y, por tanto, debemos afrontarla tal como es y no como podría haber sido.
Junts y ERC tienen la evidente disyuntiva, exactamente igual que el resto de partidos del bloque de apoyo a Pedro Sánchez, de hacer viable un gobierno progresista o de repetir unas elecciones que podrían, evidentemente, dar un cambio de dirección que propicie un gobierno mayoritario de PP y Vox. No debemos caer en la trampa. No se decide si manda o no Puigdemont y los independentistas en España, sino si apoyan un gobierno de progreso o uno que desande el camino recorrido estos últimos años. El eje político que ha salido de las elecciones divide España entre los que defienden un modelo retrógrado y uniforme del país y los que apuestan por una visión plurinacional y diversa de nuestra convivencia.
Cerrar el conflicto
La negociación con el independentismo catalán hay dos maneras de afrontarla. Por un lado, tal y como está haciendo la derecha política y mediática, podemos considerar que estamos ante un chantaje inaceptable que debería rechazarse de plano y, de paso, casualmente, facilitar a PP y Vox alcanzar la mayoría parlamentaria que no lograron en las pasadas elecciones. La otra alternativa es la de afrontar esta compleja coyuntura política como una inesperada oportunidad de intentar terminar de resolver el conflicto abierto en Cataluña desde hace una década.
Los partidos del bloque progresista necesitan los votos de Junts y de ERC para poder alcanzar la mayoría parlamentaria. Pero también los partidos independentistas y sus líderes necesitan resolver buena parte de los problemas que les ha acarreado la desdichada historia de un procés que difícilmente pudieron gestionar peor. Los dos bandos tienen algo que dar y algo que obtener. Es la mejor manera de iniciar una negociación si se quiere que acabe con un acuerdo.
La opinión más certera
Algunas voces le exigen a Pedro Sánchez que haga aquello que dijo que iba a hacer tiempo atrás. El recurso a la hemeroteca tiene en el caso del líder socialista un especial peso en sus críticos más habituales. Se le mide con un rasero especialmente alto que, en ningún caso, se aplica a otros líderes de opinión. Se le pretende obligar a que diga y haga exactamente lo mismo que planteó dos, cinco o diez años atrás. En realidad, no hay nada más incoherente y torpe en un dirigente político, empresarial o social que no adaptarse a las realidades de cada momento.
Vivimos en un mundo en permanente cambio que afecta a nuestras familias, a nuestro trabajo, a nuestro planeta. Permanentemente, todos adaptamos nuestras decisiones a las exigencias que nos marca la vida y consideramos un mérito evidente acertar en ese proceso. Sin embargo, esa opción no vale para Pedro Sánchez. En el momento actual, hay quien plantea que debe decir y hacer lo mismo respecto a Cataluña que en 2017, en 2019 o en 2021.
La Cataluña de hoy, por suerte, no tiene nada que ver con la de 2014, cuando se votó la consulta impulsada por Artur Mas; ni con la de 2017, cuando el Parlament declaró unilateralmente la independencia; ni la de 2019, cuando fueron condenados a prisión los principales impulsores del procés; ni con la de 2021, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez indultó a los encarcelados. Parece sensato pensar que hoy, en 2023, deberíamos tomar decisiones basadas en la realidad actual en busca de la mejor salida para resolver los problemas de Cataluña y del resto de España.
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