Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
8M ¡a las calles!
No nos habíamos visto antes ni habíamos hablado, pero no hacía falta para tener la certeza de que, en algún momento, casi todas habíamos pasado por algo parecido. Recuerdo mirarnos y reconocernos las unas en las otras. Aquella tarde de noviembre nos desgañitamos frente al Ministerio de Justicia. Escupíamos rabia e indignación porque nos habíamos enterado de que a la víctima de la violación de sanfermines le habían puesto un detective privado. Los abogados de la defensa querían saber si después de la agresión sexual que sufrió la noche del 7 de julio de 2016 llevaba una vida normal. ¿Puede explicarme alguien quién decide lo que es una vida normal? Aquella tarde de noviembre, estallamos y nos dejamos la garganta para denunciar esa cultura de la violación que permite que el foco siga estando en nosotras y no en los agresores. Que permite que se siga cuestionando si las víctimas han bebido, si llevan determinada ropa o si han accedido a ir a casa del agresor. Una cultura de la violación que permite incluso que, durante un juicio, se pregunte a la víctima si cerró bien las piernas.
Las feministas llevaban décadas denunciando la violencia sexual, pero muchas mujeres abrimos los ojos aquella tarde. Ahí fue donde comprendimos que el silencio ya no sería nunca una opción. Donde nos dimos cuenta de que lo que pasa en nuestras camas es tan político como lo que pasa fuera de ellas. Donde, como cuenta Jane Fonda en el documental Retratos del feminismo, asimilamos que la palabra ‘no’ es una frase completa. Y donde fuimos conscientes de que ‘sí’ es la palabra que no debería faltar nunca en nuestras relaciones.
Es el momento de estar unidas porque nuestros enemigos lo están y solo desde la lucha colectiva podremos vencerlos. Ellos no van a retroceder. Nosotras tampoco. Nos vemos mañana en las calles
El impulso de aquella tarde derivó unos meses después en la huelga de 2018 que nos situó a la cabeza del movimiento feminista mundial. Recuerdo la emoción de aquel día al ver a millones de mujeres en la calle luchando por sus derechos. Algunas de las reivindicaciones de entonces se convirtieron en leyes. Otras, como la Ley Trans, llegaron después. Y con ellas, la división, el enfrentamiento. La grieta parece haberse hecho más profunda en los últimos meses. Por segundo año consecutivo, mañana habrá dos manifestaciones en Madrid. No tengo duda de que el movimiento feminista es diverso, amplio, crítico. Y así quiero que sea. Ni el debate ni el disenso son nuevos: las posturas frente a la prostitución son un ejemplo de ello. Pero discrepar no puede alejarnos y dividirnos. Puedes tener la certeza de que las mujeres trans son mujeres y no estar de acuerdo con algunos puntos de la ley. Como también puedes estar de acuerdo con la eliminación del delito de abuso sexual y pensar que hay que retocar la norma.
Lo que es innegable es que la reacción patriarcal es cada vez más fuerte. Y no sólo por la presencia de la ultraderecha y la bandera del antifeminismo de la que hace alarde y que cada cierto tiempo nos obliga a volver a defender derechos, como el del aborto, que ya creíamos asentados. Cuenta Laura Bates en el libro Los hombres que odian a las mujeres cómo un ejército misógino, que campa a sus anchas por la machosfera de internet, capta y radicaliza a hombres que culpan a las mujeres de sus frustraciones y que aseguran ser víctimas de los avances en igualdad. Y advierte: no hay que minimizar su alcance, en los últimos diez años han agredido o asesinado a más de cien personas. Lo cierto es que no son tiempos fáciles para las mujeres, pero ¿cuándo lo han sido? Gracias a todas las que no claudicaron ante el patriarcado, hoy podemos votar, estudiar en la universidad, alcanzar puestos de poder o decidir sobre nuestros cuerpos. Es el momento de estar unidas porque nuestros enemigos lo están y sólo desde la lucha colectiva podremos vencerlos. Ellos no van a retroceder. Nosotras tampoco. Nos vemos mañana en las calles.
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