2025, el año en el que el destino nos alcanza Daniel Bernabé
Aguas contaminadas
Junio es un mes malo. Lo dijo con la certeza con la que mira al cielo y sentencia que va a caer una buena tres minutos antes de que lo haga. Estamos todos agotados y sobre estos cuerpos ansiosos y pesados que apenas pueden más arrecian los malos augurios: la desinformación y el odio calan hasta los huesos, truenan tambores de guerra y se descomponen derechos conquistados. If you’re not outraged, you’re not paying attention (si no estás indignado, no estás prestando atención), se decía en el Estados Unidos de Donald Trump. Si no estás desolado, no estás prestando atención, podríamos decir esta semana en Europa.
Muchas personas han elegido conscientemente no prestar atención. Salir de casa sin conectarse al mundo, sin abrir antes esa ventana al exterior que son los medios para ver qué tiempo hace. El doctor Stockmann denuncia que las aguas del balneario, del que vive todo el pueblo, están contaminadas y suponen un riesgo para la salud. Todos se niegan a reconocerlo y lo aíslan a él por señalar una verdad molesta, inconveniente. Me recordó esta historia del dramaturgo Henrik Ibsen un periodista que investiga en Bodø, Noruega, con tanta libertad como para incluir este pequeño rincón del noroeste español entre sus intereses. De 1882, muy vigente.
Defender la alegría de las dulces infamias y los graves diagnósticos. No es fácil. Casi nunca me lo dejo pensar, pero esta semana lo he pensado: ¿han matado al mensajero?, ¿sigue teniendo sentido esto?, ¿estamos produciendo periodismo sólo para otros periodistas, políticos y activistas?, ¿hay alguien ahí?, ¿cuántos quedan?, ¿nos avisarán antes de que sigamos representando la obra sin público?
No confían en el periodismo como no confían tampoco ya en la política o en la ciencia o incluso en sus médicos o profesores. Estamos realmente ante el abismo
Me subí a un escenario a decir con un micrófono que estamos aquí para ellos, para que no les engañen los charlatanes ni los malvados, e intenté trasladar esas ideas con tanto empeño que ahora me cuesta recolocarlas en mí de nuevo. Las teorías de la conspiración han permeado hasta en personas bienintencionadas. No confían en el periodismo como no confían tampoco ya en la política o en la ciencia o incluso en sus médicos o profesores. Estamos realmente ante el abismo.
Ahora cualquiera en internet se hace mesías de algo. Dice saber algo que no saben los demás. Dice saber más que quien tiene años de formación y experiencia en un ámbito. Le creen. Digo en internet porque esa es la diferencia: su alcance es inmediato, masivo y constante. Le creen: ¿por qué le creen? ¿En qué fallan los mínimo 10 años de escolarización? ¿Se está preparando a ciudadanos con sentido crítico que sepan protegerse? ¿Cómo están esos ciudadanos de insatisfechos, desesperados, para ofrecerse como vehículos del odio organizado?
Estamos a tres minutos de que caiga una buena. Se ven nubes amenazantes en todas las direcciones. Nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena.
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