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Un 90% de condenas y un 0,001% de denuncias falsas: 20 años de la ley que puso nombre a la violencia machista

Alarmantes certidumbres sobre la prostitución y la pornografía

En el parabrisas de mi coche aparecen con frecuencia tarjetas en las que se anuncian mujeres prostituidas con rasgos de asiáticas o latinoamericanas. Paso los datos a la Policía para que investiguen si puede haber posibles casos de explotación sexual o cualquier otro delito. Me explican que tiene que haber algún indicio para presentar la denuncia. La trata es un delito que aparece en el Código Penal, pero las víctimas tienen que denunciar su situación y pocas veces se atreven a jugarse la vida. No hay nada que hacer. Me sucedió lo mismo hace un par de inviernos cuando, a cien metros de mi casa de la playa, unos individuos se instalaron en una vivienda para dedicarla a la prostitución de mujeres inmigrantes. Muy de vez en cuando asomaba alguna menor de edad en condiciones deplorables. Probablemente estaban confinadas y esclavizadas. A pesar de las denuncias de los vecinos, la Policía no pudo hacer nada por impedirlo y hubo que esperar a que finalizara el contrato de alquiler para que acabaran los daños colaterales que todo proxeneta, y su infame clientela, lleva consigo: violencia, droga, sordidez y sufrimiento. Dudo que hoy tuviéramos más recursos para impedirlo.

Nadie, excepto algún desalmado, se atreve a defender este lucrativo y siniestro negocio de comprar o secuestrar niñas y niños en situación de penuria, pobreza y marginalidad. Supongo que, hasta aquí, estamos todos de acuerdo. ¿Qué se puede hacer para evitarlo? A partir de ahora empiezan las divergencias y no hay día en que no surja un debate en el que te obliguen a definirte. Aquí comienza la encarnizada discusión entre quienes defienden que cada cual haga lo que quiera con su cuerpo y quienes, como yo, tienen un concepto mucho más delimitado de la libertad. Cuando una persona carece de los recursos más elementales para sobrevivir no puede sentirse libre y esa es la situación de la inmensa mayoría de las víctimas de la explotación, que lo son contra su voluntad. Los casos de quienes prefieren prostituirse a ejercer cualquier otro trabajo son tan infrecuentes que escapan de mi reflexión y, además, no habrá ley que, en el ámbito privado, les impida actuar como les dé la gana. Las posiciones están tan radicalizadas que no admiten ni análisis ni matices.

Cuando una persona carece de los recursos más elementales para sobrevivir no puede sentirse libre y esa es la situación de la inmensa mayoría de las víctimas de la explotación, que lo son contra su voluntad

Yo, desde la duda más profunda, sería partidaria de abolir la prostitución, porque, según las experiencias en otros países, parece ser la mejor manera de restringir los diferentes modos de explotación sexual ¿Por qué lo expreso con titubeos y tanto miramiento? Porque estoy convencida de que mi verdad es relativa y no absoluta, porque no creo que sea la solución definitiva, porque me gustaría escuchar otro argumento que me convenza, porque no quiero juzgar los comportamientos de la gente y, sobre todo, porque me duele coincidir con los moralistas, puritanos, intolerantes y partidarios de las prohibiciones generalizadas. Bien que lo lamento si comparto algún criterio con un adversario que se beneficia de mis argumentos, pero mi obligación es comprometerme en cuestiones tan sensibles como la explotación sexual de las mujeres.

Preocupándome mucho la prostitución, me alarma aún más que proliferen tantos casos recientes de violaciones múltiples. Cuatro en las últimas semanas y alguno de ellos con el agravante de que las víctimas tenían 12 y 13 años, no muchos menos que los presuntos agresores, cinco chicos de entre 15 y 17. Frente al llamado oficio más viejo del mundo, el novedoso y desdichado fenómeno de la violencia grupal entre adolescentes. Proliferan las manadas de violadores que no suelen ser conscientes de su comportamiento extremamente violento y cruel, que carecen de empatía y de compasión hacia sus víctimas, hasta el punto de que las consideran culpables de provocar sus bajos instintos. ¿A qué se debe la necesidad de compartir tanta brutalidad? Los expertos no se ponen de acuerdo, pero citan algunos elementos facilitadores, como puede ser la utilización de unas redes sociales hipersexualizadas que permiten el acceso temprano a la pornografía.

En torno a los 8 o 9 años, navegando por las redes, casi de forma involuntaria, a los niños se les cuelan contenidos pornográficos de una violencia extrema contra mujeres que aceptan el juego de la sumisión. En páginas tan inocentes como Instagram se ven con absoluta naturalidad selfies de niñas preadolescentes en posturas sexys o abiertamente eróticas, imitando a sus idolatradas estrellas del mundo del espectáculo. Al ser una actitud tan frecuente y habitual, al estar "de moda", lo hemos confundido con el concepto de normalidad. Nos hemos acostumbrado a ver como normal lo que antes se consideraba atípico, excepcional e incluso, en ocasiones, patológico. Los menores acceden al sexo por primera vez con esta clase de referencias distorsionadas. Por mucho que se convierta en costumbre, es peligroso que una mente infantil sin desarrollar vea escenas de violencia sexual, de comportamientos deshumanizados, como si formaran parte de la cotidianidad. Si unimos lo anterior a la exacerbación de numerosos tipos de violencia, que aparece constantemente en los medios audiovisuales, tenemos una nueva versión de la banalización del mal.

En los debates me preguntan si el abolicionismo a la prostitución lo hacemos extensivo a la pornografía. ¿Pretendes estigmatizarla y censurarla?, me interpelan con sorna. Sus defensores sostienen que el único modo de combatir un porno degradante y machista es hacer un porno digno y feminista. Ignoro cómo se hace, pero lo que de verdad me importa es evitar que los niños consuman pornografía; supongo que habrá algún sistema de regularla o imponer algún tipo de restricción. Lo deseable sería, en este caso, que desde edades bien tempranas recibieran de los padres, los educadores y, en general, de la sociedad, una sólida educación afectiva, emocional y sexual para interpretar con acierto el mundo que les rodea. Algo así como estimular el sistema inmune para combatir agresiones externas. Como verán, no deja de ser una utopía.

Nunca he escrito unas líneas tan indecisas y llenas de dudas. Para tranquilizar mi conciencia, termino con unos versos de Raquel Lanseros, la poeta que más admiro, que pertenecen a su libro Matria: "Los mejores están desorientados/ faltos de convicción / titubeantes. / Los peores, sin embargo, se hallan plenos de toda contundencia/ creen con seguridad apasionada/ son dueños de alarmantes certidumbres".

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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.

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