Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Desmontar el machismo y el racismo con las herramientas del amo
Decía Audre Lorde que nunca se podrá desmontar la casa del amo con las herramientas del amo. Lorde fue una escritora feminista, negra y lesbiana que durante toda su vida denunció la discriminación de género, raza y clase. No hace falta decir que, en la escalera de la opresión, ella estaba en el peldaño de abajo.
Estos días hay quien se echa las manos a la cabeza cuando afirmamos que España es racista. O que el fútbol es un espacio en el que, no solo el racismo, sino el machismo y la homofobia campan —¡oh, sorpresa!— impunemente. Ocurre después de que aficionados del equipo contrario hayan insultado a un jugador negro en un estadio repleto de gente. Le corearon al unísono: mono, vete a tu país o negro de mierda. No era la primera vez que ocurría, aunque sí la que más impacto mediático y social ha tenido.
No creo que haya ninguna duda de que es un deber democrático y una responsabilidad política combatir cualquier ataque a los derechos humanos y señalar a los agresores que los llevan a cabo. Ante este acoso, no cabe la negación ni la equidistancia. El racismo es un problema estructural en España, atraviesa la sociedad, está institucionalizado. Así lo llevan denunciando años activistas y organizaciones. Lo que ocurrió en Mestalla ni es una excepción, ni es un hecho aislado. Tampoco es cuestión de solo unos pocos como hay quien se empeña en recalcar. No ocurre solo en el deporte, aunque sea en este campo donde esté puesto ahora el foco. Hay racismo en la sanidad, en la educación. En el acceso a la vivienda, al empleo, en las políticas migratorias.
Negar el machismo, el racismo o la homofobia es machista, racista y homófobo. No hacer nada para combatirlo también. Dentro de los campos de fútbol y fuera de ellos. Independientemente de la clase social a la que pertenezca la víctima.
El hostigamiento a Vinicius ha demostrado que tener más o menos dinero en la cuenta corriente no impide que alguien se convierta en víctima. De hecho, como sociedad, nos pone ante un espejo cuyo reflejo es sonrojante: si, ante millones de ojos hay quien se atreve a vejar así a un jugador multimillonario, qué no se atreverá a decirle a una persona racializada pobre o migrante que no goza de esa popularidad.
Lo positivo que se puede extraer de la vergonzosa situación del sábado es que un país entero está hablando de racismo. Ya era hora. Pero, el enorme interés que ha suscitado parece proporcional a la importancia del equipo en el que juega. Y eso lleva a una pregunta necesaria: ¿hay víctimas de primera y de segunda? Solo así cabe explicar que las agresiones machistas a árbitras o a deportistas de categorías inferiores no hayan llenado, en otras ocasiones, horas de televisión o portadas de periódicos. Y no será porque no hay casos. Una jugadora del Osasuna tuiteó hace algunos meses las amenazas que recibía en los partidos. Entre las barbaridades: te voy a violar, tienes cara de chuparla bien o qué coño haces aquí, vete a fregar. Qué mínimo que exigir la misma empatía para ellas. Más doloroso resulta comprobar que tampoco provocan la misma indignación los crímenes machistas. Solo así se entiende el silencio político y social en torno a ellos. En la última semana, se ha confirmado el asesinato de 4 mujeres a manos de sus parejas o exparejas. Pero ni siquiera esto ha hecho que, en plena campaña electoral, las formaciones políticas incluyesen medidas o mensajes en sus discursos para combatir el terrorismo de género de cara al 28M.
Negar el machismo, el racismo o la homofobia es machista, racista y homófobo. No hacer nada para combatirlo también. Dentro de los campos de fútbol y fuera de ellos. Independientemente de la clase social a la que pertenezca la víctima. A eso se refería Audre Lorde cuando afirmaba que no se puede desmontar la casa del amo con sus propias herramientas. O eres parte del problema, o lo eres de su solución.
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