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Pedir perdón a México

Hay que contar otra historia y hacer a un lado la prepotencia y el racismo. Eso es lo que nos ha dicho López Obrador desde México tras haber intentado, inútilmente, que la monarquía o el Gobierno pidieran disculpas por la conquista. La conquista mató a millones de indígenas y dejó a los pueblos originarios a merced de una sociedad colonial, a menudo cruel y despiadada, pero nuestro relato sobre lo que pasó sigue siendo confuso, ambiguo y paternalista.

Como extremeña, recibí una educación en la que se ensalzaban las figuras de Hernán Cortés y Pizarro como grandes conquistadores de los que había que estar orgullosos. Y buena parte de la identidad de Extremadura radica todavía en la reivindicación de las conquistas de México y Perú, soslayando, habitualmente, la violencia con la que fueron ejecutadas. En España, a día de hoy, se celebra aún la “hispanidad” con una sucesión de anacronismos tan sorprendentes como vergonzantes.

En Alemania se pidió perdón al pueblo judío por el Holocausto; en Francia se admitieron los crímenes de tortura y desaparición en Argelia; en Canadá se pidieron disculpas por rechazar a los refugiados judíos que huían del nazismo y en Japón por maltratar a los prisioneros canadienses en la II Guerra Mundial. El Papa Francisco ha pedido perdón a México por la evangelización forzada y violenta de aquellos a los que reconocíamos tener alma (sin considerar que había una buena parte de la población, abiertamente animalizada, a la que ni siquiera se incorporó). En España se otorgó la nacionalidad a los sefardíes para corregir una injusticia prolongada por más de 500 años, y el rey los recibió en el Palacio Real. ¿Por qué no reconocer entonces que en América Latina se hicieron barbaridades en nombre de la Corona?

El derecho a la memoria y deber de recordar no caduca con el tiempo, no distingue entre las víctimas ni las jerarquiza. Si defendemos la memoria para las víctimas del franquismo, debemos defenderla también para quienes murieron o sufrieron fruto de nuestros desmanes hace cientos de años y en cualquier lugar del mundo. Con más razón, si hablamos de un continente con el que tenemos relaciones privilegiadas, precisamente y en buena parte, a raíz de tales atrocidades.

López Obrador ha acusado a las empresas españolas de ver aún en México una “tierra de conquista y saqueo”, en particular tras una reforma energética que benefició especialmente a las multinacionales españolas, a las que un 30,1% de los mexicanos no ven con buenos ojos. No hay que olvidar que, si somos inversores de primera línea en América Latina y beneficiarios indiscutibles de lo que muchas veces no es sino puro capitalismo extractivista, es, en gran parte, porque seguimos sacando ventaja de la potencia colonial que fuimos. La pretensión, más o menos soterrada, de continuar sacando tajada, por lo civil o lo criminal, ni es admisible, ni es sostenible. No está mal que, a veces, alguien nos lo recuerde.

Saber mirar atrás para recordar bien y socializar esa mirada es una forma de hacer justicia, reparar el daño causado y salvar las brechas que ese daño haya podido ocasionar

Ahora México no invita al rey a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum porque, como es lógico, hay malestar con quien no responde a las misivas de su jefe de gobierno. De hecho, hace varios años que navegamos en una “pausa diplomática” precisamente por eso. Que ese desaire no haya tenido consecuencias fácticas no significa que no haya existido o que no pueda tener un efecto simbólico. También es lógico que siga causando cierto estupor que un monarca represente a los españoles en política exterior. No es extraño que genere dudas quien carece de la legitimidad democrática que se le debe presuponer a un alto representante del Gobierno de España.

Evidentemente, puedo entender que, como contrapartida, y en coherencia con nuestros propios anacronismos, Pedro Sánchez no haya querido enviar a nadie al acto de la nueva presidencia, aunque podría haber afinado sus gestos. La hiperventilación de la que se ha acusado a México ha sido respondida o bien con una indignación no menos hiperventilada que ha elevado innecesariamente la tensión entre ambos países, o bien con un paternalismo que ha venido a reafirmar la crítica que se nos lanzaba desde el gobierno mexicano.

Que esa crítica nos pueda resultar demagógica o populista no le resta su dosis de razón. De hecho, el 50,1% de los mexicanos está de acuerdo con la exigencia de que España pida perdón por la conquista. Claro que hablamos de una cierta simplificación de la historia y en la narrativa no puede obviarse el colaboracionismo y las barrabasadas del propio independentismo mexicano, pero es que esto ya se reconocía en las misivas de Obrador, en cuya coletilla final se apuntaba: AMLO, un hombre blanco, no exime a los Gobiernos mexicanos del maltrato a los indígenas.

En fin, en unos días tendrá lugar una ceremonia histórica en México. Por primera vez, una mujer llegará a la presidencia y el Gobierno español no tendrá representación oficial. Hemos querido construir nuestra biografía como pueblo y como nación en la idea de salir airosos, pero no podemos ocultar ni silenciar a quienes reclaman que se cuente toda la verdad y se cambie la narrativa. Saber mirar atrás para recordar bien y socializar esa mirada es una forma de hacer justicia, reparar el daño causado y salvar las brechas que ese daño haya podido ocasionar.

Me parece sorprendente, penoso y hasta ridículo que, en una historia compartida, con vínculos afectivos y materiales tan antiguos como estrechos, nos resulte tan difícil pedir perdón.

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María Eugenia Rodríguez Palop es ecofeminista y profesora de DDHH y Filosofía del derecho en la Universidad Carlos III de Madrid.

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